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Operación Triunfo inflama el Sant Jordi

La gira de los cantantes del programa televisivo arranca con éxito en Barcelona

Amaia, durante su actuación.
Amaia, durante su actuación.MASSIMILIANO MINOCRI

El paraíso, con todas sus huríes en velos y los apolos con torso descubierto, estuvo ayer muy cerca del centro de Barcelona. Fue en la montaña olímpica, bajo esa torre de Telefónica que parece voluntad de dioses en un día de ira, en el Palau Sant Jordi, ese descomunal camafeo, donde 17.000 fieles asistieron a la encarnación de sus deidades en un espectáculo que acercó Operación Triunfo a los mortales. Casi cuarenta salmos adaptados al pop de nuestros días sirvieron de música sacro-laica para que la ceremonia empática alcanzase la emoción en estado puro, una suerte de levitación colectiva pocas veces vista, una catarsis iniciática de alegría desbordante y contagiosa que abría bocas aflojadas por el pasmo, humedecía ojos con lágrimas de incredulidad, gozo y entusiasmo y agitaba cuerpos en una impresionante celebración colectiva. Sí, eran los más destacados miembros de la enésima generación de OT, revivido milagro televisivo convertido en fenómeno catódico, social y musical. Por este orden. Una noche para el recuerdo de muchos, trátese de apocalípticos o integrados, que diría Umberto Eco. España sigue siendo diferente, tanto que en los camerinos del recinto ellos tenían una consola y ellas….un espejo.

A las 21:34h, tras horas de espera ante las puertas, la primera canción abrió las puertas del paraíso, una canción interpretada colectivamente. Fue I’m still standing pero podría haber sido un tema de Joe Cocker, D’Angelo o Pino Danielle, ya que el fenómeno OT está por encima de todo y, al igual que los milagros, todo lo convierte en panes y peces, hayan sido antes suelas o sayos. Casi da igual qué se cante, lo importante es el contexto y quien lo canta. Si David Byrne afirma en Cómo funciona la música, que el primer instrumento de la música es la arquitectura, refiriéndose al tipo y condiciones de la sala donde se ejecuta, tal pensamiento podría extenderse y pensar así que lo importante en el show de Operación Triunfo es que la primera afirmación en público sea colectiva, obviando que es el individuo quien en la mecánica del concurso ha sido escrutado, juzgado y, si procede, expulsado del cielo. Entonces todos juntos, que aquí no ha pasado nada y la idea de trabajo en equipo humaniza. Así que….estábamos con un I’m still standing irrelevante en el fondo. Dieciséis voces que hicieron más importante el mástil que la bandera.

Ricky, en un momento de la actuación.
Ricky, en un momento de la actuación.MASSIMILIANO MINOCRI

Y sobre un río de entusiasmo desbordante discurrió la noche en la que se quebró la pantalla y el verbo se hizo carne, habitando entre nosotros, testigos de su gloria, que aventuró San Juan antes de la invención de la tele. Durante dos horas y media esos intérpretes, en dúo, en grupo o en solitario, ejercieron por vez primera de tales, porque hasta entonces habían sido hermosos peces cautivos nadando en una pecera pública. Como personajes de un concurso de telerrealidad, volvemos al contexto “arquitectónico” de Byrne, lo que cuenta en Amaia es su carácter afable, su sencillez pamplonica y su cualidad de vecinita de la puerta de al lado aún no separada de la realidad por el éxito, del que vive su primera fase: el asombro. Sí, tiene voz y ha estudiado piano, pero en realidad genera tantos comentarios que considere al fútbol como algo más que pegar patadas a un balón que su propia esencia de artista. No lo es más que sujeto televisivo. De igual manera, Alfred ha sido objeto de polémica por una hipotética filiación independentista de la que las traicioneras redes sociales, que nada olvidan, dieron testimonio a destiempo. Gran pecado, parece. Y luego está el beso y la relación sentimental, reiteración de la trama de la primera edición de OT, para remachar que lo sustancial de esta pareja no es que canten al final del show un emotivo Tu canción, sino que sean ellos quienes, enamorados, lo hagan. Seres catódicos crecidos en una pecera de la que estaban libres. ¿Qué más da casi todo si en realidad eso era lo milagroso?

Y como seres tocados por la mitología digital, no precisaron, ni ellos ni el resto de participantes, de un lujoso despliegue escenográfico en el Sant Jordi. De hecho, la noche del viernes se consideró como concierto de pago lo que en realidad era una suerte de ensayo con invitados, dado el éxito de la venta del concierto del sábado, que agotó entradas hace meses. No es que los “académicos” sean como Gainsbourg, que con su pinta de canalla irreverente ya cautivaba, pero casi. Sin irreverencia, claro, no están los tiempos para provocaciones. Sólo contaban las pantallas que acercaban su imagen al recinto, permanente y gozosamente inflamado, cómplice cuando Amaia no supo manejar el pie de micro para ponérselo a su altura. ¿Para qué luces imaginativas, recursos escénicos o vídeos abracadabrantes si lo importante es la presencia de “gente normal” en el escenario?, ¿no era eso el sueño americano?, ¿no asistimos al triunfo del esfuerzo, esa palabra neo-sagrada que por decreto liberal, aseguran, conduce al éxito? Ante ello ¿es importante si la versión de Chandelier de Aitana es de recibo?, ¿es relevante si Cepeda mejora a James Arthur en Say You Won’t Let Go?, ¿o si se debió asignar a Marina una versión de Britney Spears, Joni Mitchell, Janis Joplin o Cecilia en lugar de Christina Aguilera? Al fin y a la postre lo único capital en términos artísticos es que los concursantes han de cantar formalmente bien, pasándose por la piedra la historia de la música popular y olvidando de paso que si el punk trajo algo bendito fue cuestionar la técnica como garante de relevancia artística. Si el pobre Sid Vicious levantase la cabeza igual se matriculaba en el conservatorio. Porque queda claro que ni Dylan, ni Josele Santiago, ni Kurt Wagner, ni quizás la primera Luz Casal, hubiesen pasado el filtro de las pruebas de OT, donde preferirían el brutal torrente vocal de un Nino Bravo. Por eso, entre voces mayormente atronadoras, la noche en el Sant Jordi fue tan maravillosa, porque por encima de todo fue la noche de los modestos dioses catódicos hechos carne ante los espectadores.

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