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La película 'Maudie' es una honda y bella reflexión sobre la existencia humana en las condiciones más adversas

Fotograma de 'Maudie'.
Fotograma de 'Maudie'.

Basada en la vida de la pintora canadiense Maud Lewis, la película Maudie (2016), de la cineasta Aisling Walsh, no solo narra con libertad la curiosa biografía de esta artista autodidacta de estilo naif, sino que es una honda y bella reflexión sobre la existencia humana en las condiciones más adversas. En la versión cinematográfica, la protagonista se llama Maude Dowley, la cual, aquejada por una severa enfermedad artrítica, vive al cuidado de una egoísta y obtusa tía, a la que paga por los servicios prestados el único hermano que tiene la joven y que es un perfecto caradura. A pesar de su cuerpo maltrecho y sus dificultades físicas, la verdad es que Maudie es una mujer inteligente y vivaz, dotada además de una maravillosa sensibilidad que le indujo a pintar de forma espontánea, probablemente porque esta era la mejor manera de abrirse un horizonte propio más allá de los límites en los que encerraba su propia limitación física, pero, sobre todo, la brutal incomprensión de quienes la rodeaban con biliosa e interesada condescendencia. Pues bien, en cierto momento, Maudie decide escaparse de su confinamiento y emplearse como criada de un huraño y primario pescador local, que vive en un tabuco en las afueras de la ciudad, para así hacerse con un lugar propio en el mundo, aunque fuera en las peores circunstancias materiales posibles. Sea como sea, contra todo pronóstico, Maudie logró su objetivo no solo de ser ella misma, entre cuyos avatares estuvo el de convertirse en una pintora reconocida, sino vivir un profundo amor, todo ello venciendo las dificultades de lo que parecía cernerse sobre ella como un indeclinable destino atroz. He aquí una lección existencial para aprender cómo sacar provecho al don de la vida sin caer en la autoconmiseración y el victimismo, a los que la sociedad actual parece conducirnos con inicua torpeza.

Aunque el llamado arte naif, en el que se incluye una variopinta tropa de creadores heterodoxos, ha obtenido cierto reconocimiento en el mercado contemporáneo, la verdad es que se ha abordado la cuestión desde los planos más diversos, obviando, sin embargo, lo a mi juicio más esencial: que no es el cómo, sino el por qué de este arte, y, en definitiva de todo arte. Con llaneza Maudie se lo explicó a una amiga, a la que advirtió que, en pintura, lo importante es lo más personal e intransferible, pero que lo esencial en el arte era simplemente observar al mundo por una ventana, a través de la cual está todo lo que hay que ver: la vida misma. El éxito de los pintores naives fue promovido inicialmente por los artista y críticos de la vanguardia histórica, como lo hicieron Picasso y otros colegas con el Aduanero Rousseau, o Wilhelm Uhde con Séraphine Louis, una lavandera analfabeta de la localidad francesa de Senlis, a la que, por cierto, el cineasta Martin Provost le dedicó también, en 2009, otro hermoso filme.

En cualquier caso, lo primordial de algunos de estos artistas naives, como su propio nombre significa, es esa maravillosa ingenuidad de ponerse el mundo por montera para dar testimonio del don de la vida, como saben apreciarlo, sobre todo, los discapacitados física o socialmente, que apuran la belleza de la existencia a través de la percepción de su fragilidad y tienen además la generosa facultad de expresarlo. Porque el arte en un invento que virtualmente nos alcanza a todos, pero hay que responder a su llamada desde lo más íntimo de nuestro ser; o sea: que hay que dar para disfrutar el don. No es otro su esencial y exigente misterio.

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