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Berger, Millet, Nochlin, entre otras muchas cosas

En un año que arrancó herido, hay nombres que debemos recordar por encima de grandes acontecimientos como la Documenta XIV o la apertura del Louvre en Abu Dabi

'Raise the anchor, unfurl the sails, set course to the centre of an ever setting sun!' (2015), obra de Nathan Pohio expuesta en Documenta 14.
'Raise the anchor, unfurl the sails, set course to the centre of an ever setting sun!' (2015), obra de Nathan Pohio expuesta en Documenta 14.

El año 2017 arrancó herido, insuficiente, dejando sin páginas ni fatigas a John Berger, escritor británico auténtica y extrañamente europeo para quien la escritura era un arma de lucha y humanidad (“Sí, entre otras muchas cosas, sigo siendo marxista”, solía decir). Poco a poco, el calendario continuaba fulminando hojas y vidas nutricias, en un paisaje helado que sugiere, más que el arte, el sentimiento del arte: Dore Ashton (“Sólo Picasso merece ser llamado genio”), Mark Fisher (Realismo capitalista Caja Negra Editora, 2016), Kate Millett (autora de la primera tesis doctoral sobre género), Linda Nochlin (“Por qué no ha habido grandes mujeres artistas”), Gustav Metzger, Trisha Brown, Howard Hodgkin, Jannis Kounellis, Vito Acconci, A. R. Penck, Magdalena Abakanowicz, Jannis Kounellis, Basilio Martín Patino, Carles Santos... son nombres que hoy debemos recordar por encima de los acontecimientos.

La Marcha de las Mujeres. 21 de enero. Washington y ciudades americanas y europeas. La más multitudinaria en décadas, esta protesta de las mujeres extendió su mancha rosa por 675 ciudades de todo el mundo. Convocada para el día después de la investidura presidencial en Estados Unidos, resultó ser un happening sabiamente coreografiado y avanzadilla del gran crescendo que hoy carcome Hollywood: “Mister Weinstein, Mister Trump, aparten sus sucias manos de nuestros cuerpos”.

Documenta 14 / El parlamento de los cuerpos. A pesar de sus muchas contradicciones, la Documenta de Adam Szymczyk y Paul B. Preciado propuso una sabia autopuesta en escena en el punto negro de una Europa arruinada moralmente: Atenas. El evento artístico más importante del mundo ha sido también el del presupuesto más abultado —alrededor de 40 millones de euros— y, en cuanto a críticas —adversas y no—, superó con creces a la que todavía es un referente, la edición X (1997) de la comisaria francesa Catherine David.

Bienal de Venecia/Pabellón alemán. “Viva Arte Viva” (Christine Macel), lema de esta 57ª edición, consiguió embellecer la depredación y el abuso económico de los dealers que tienen en esta ciudad italiana su escaparate más carnavalesco. El pabellón alemán, con el Faust de Anne Imhof, mereció el León de Oro.

Bienales de Lyon, Whitney, Münster y Estambul. Cosen una teoría sobre el arte de viajar y la experiencia artística inmediata, intercambiable, que desaparece con la inercia. En el caso de la del Whitney, se hizo patente la vulgaridad del dinero.

Exposiciones de las vanguardias rusas en el centenario de la revolución bolchevique. A lo largo de los últimos meses, los museos más importantes del mundo han ido ensartando sus exposiciones celebratorias de los 100 años de la revolución bolchevique y el colapso de la dinastía despótica de los zares. Las muchas formas del arte revolucionario son ahora objetos votivos que despiertan las pasiones del suprematismo económico.

Jasper Johns. MOMA (Nueva York) y Royal Academy (Londres). Una de las mejores exposiciones de Johns en un año en que las banderas valen más bien poco.

Félix González-Torres. David Zwirner. Nueva York. En una época en que las ideas de “subjetividad” y “cuerpo” han alcanzado su mayor grado de deconstrucción, la obra de este artista americano nos dice todo lo contrario: que a partir de la identidad gay podemos reimaginar el presente, incluso la modernidad, y que es la fuerza de esta reima­ginación, y no sólo su corrección ideológica, lo que cuenta. Con esta exposición, David Zwirner anunció que asumía la gestión del legado de González-Torres junto a Andrea Rosen, la galerista neoyorquina que fue cómplice incondicional en la corta carrera del artista cubano.

Premio Princesa de Asturias a William Kentridge. Hay autores que dan más (a un premio) de lo que reciben.

Los ambienti spaziali de Lucio Fontana. Hangar Bicocca. Milán. La cuarta dimensión de la arquitectura tiene en el inventor del movimiento spaziale a un maestro inesperado. En una docena de corredores y habitaciones, el visitante comprueba que el espacio es la suma de tiempo, dirección, sonido y luz.

Jardins. Grand Palais. París. Impresionante muestra de los frondosos y pecaminosos edenes pintados por Delacroix, Miró, Klee o Richter, hoy al declive del cambio climático.

Gauguin. El artista como alquimista. Art Institut. Chicago. Una visión inédita del trabajo de este artista protocubista, que encontró en la cerámica el recipiente ideal para expresar sus “monstruosidades” — como él mismo las llamaba— y furias sexuales.

Michelangelo. The Metropolitan Museum. Nueva York. Se ha escrito, con razón, que esta exposición es “un monumento para un monumento”. En Miguel Ángel, el medio más frágil, el papel y la tinta, es más que una experiencia gráfica, es textura y volumen, la evidencia real del pensamiento y su insaciabilidad titánica. El único elemento prescindible en esta muestra “perfecta” es la reproducción a escala más reducida de la bóveda de la Capilla Sixtina, una tontería más para los públicos ávidos de decorados.

La Isla de la Felicidad. El Louvre de Abu Dabi. El llamado Museo Universal del Mundo Árabe, diseñado por Jean Nouvel, es la flamante rosa del desierto cristalizada por las plutocracias rampantes de Oriente Próximo. Contiene 55 cubos blancos, un espejismo —o lo que sea— con todas sus contradicciones.

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