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Noches de trance en la casba de Rabat

La ceremonia marroquí de Lila Gnawa abre una puerta mística a la evasión a través de la música

Francisco Peregil
Ritual en torno a la Gnawa en Marruecos, en una imagen sin datar.
Ritual en torno a la Gnawa en Marruecos, en una imagen sin datar.Jean-Luc MANAUD (Getty Images)

La madre está sentada en la habitación de las mujeres, sobre un cojín, la espalda en la pared y su hijo de cuatro años en el regazo. Yo estoy en la de los hombres. Todo el mundo se ha descalzado al entrar. Los músicos comienzan a tocar y a bailar en el pasillo. De momento, solo veo a los músicos. Algo va a ocurrir, algo tiene que ocurrir. Es miércoles y acabamos de entrar en una casa en el barrio de Bab Alu, cerca de la casba de los Oudayas, uno de los lugares más turísticos de Rabat. Sin embargo, aquí no hay turistas. Las fotos están prohibidas. El viajero no encontrará ningún anuncio donde informarse de que todos los miércoles, en el callejón de Sidi Larbi Ben Sayah, se celebra una ceremonia de Lila Gnawa desde las diez de la noche hasta las siete de la mañana. No obstante, la puerta está abierta para todo el mundo. Tal como nos aconsejaron, hemos traído azúcar y un litro de leche, para “alimentar a los espíritus”.

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En árabe, lila significa noche. Y gnawa no tiene una raíz clara, algunos investigadores sostienen que proviene de una expresión beréber que significa hombre negro o proveniente del país de los negros. En cualquier caso, los gnawas eran descendientes de esclavos subsaharianos.

Boutaina, sin embargo, es de tez blanca y su cabello es rubio. Se crió en Tetuán y hace varios meses que acude a las Lila Gnawa de Rabat. Ha asistido durante tres años al festival de música gnawa de Esauira, la antigua Mogador, a dos horas en coche de Marrakech en dirección sur. “Pero el festival es una cosa”, dice, “y la Lila Gnawa es otra”. “Esto es mucho más auténtico, más íntimo, más espiritual. De entrada, aquí no hay guitarras eléctricas”. El maestro de ceremonia, o Maâlem, porta un instrumento de cuerda llamado guembri. Y sus cuatro discípulos tocan las krakebs o crótalos, una especie de castañuelas de metal. Boutaina explica que hay varios espíritus que te pueden poseer. Uno solo tiene que dejarse llevar por la música y, si hay suerte, entras en trance. Ella ya lo ha experimentado en dos ocasiones.

Desde el salón de hombres se ven niños de dos o tres años corretear por la casa. Hay teléfonos móviles cargándose en los enchufes de las paredes. Los músicos empiezan a cantar y a tocar. Recitan plegarias del Corán. Los ortodoxos islamistas reniegan de esta ceremonia. Sin embargo, el islam es un elemento indispensable en las Lila Gnawa. El ritmo se vuelve más intenso y repetitivo, dan ganas de seguirlo con las palmas, pero en la habitación de los hombres estamos muy lejos del trance. Apenas somos tres y un niño de unos 10 años. Los hombres siguen el ritmo con palmas. Disfrutan, están a gusto, pero sin más. En cambio, ellas se dejan llevar por cada nota. Y la música va siguiendo su camino ascendente hacia el frenesí.

La mejor terapia

¿Cuándo? Las veladas de Lila Gnawa duran desde las diez de la noche hasta las siete de la mañana todos los miércoles en Rabat. Una casa en el callejón de Sidi Larbi Ben Sayah es uno de los lugares donde se practica.

¿Quién? La entrada es libre y acuden quienes necesitan ponerse en contacto con los espíritus a través de la música.

¿Qué? Se trata de entrar en trance a gracias a la música y al baile, los que lo consiguen salen de estas sesiones como si les hubieran reparado el alma y suelen agasajar a los músicos con un mínimo de 20 dírhams, el equivalente a unos dos euros.

En la habitación de las mujeres, el vientre de la madre ha empezado a moverse como si tuviera vida propia. Unas amigas le quitan al niño del regazo y la levantan. Ella empezará a bailar como si estuviera sola en el mundo. Otra señora, de más edad, recostada en el suelo, comienza a proferir gemidos acompasados, casi mugidos, mirando hacia el techo con la boca entreabierta. De todo esto me enteraré después, cuando me lo cuente una mujer. Y la música sigue con su ritmo frenético.

Todo está pautado en las veladas Gnawa. Hay varias fases muy codificadas a lo largo de la sesión. Quienes han asistido a muchas veladas aseguran que cada noche es distinta. Las hay más trágicas, más livianas... Depende de la gente que acude y de los males que quieran exorcizar. A medida que avance la noche, la sesión se volverá más intensa.

Ahora toca descansar. Los músicos y las señoras de la casa invitan al té. Los artistas se recuestan en unos cojines en la habitación de los hombres. Un amigo de Butaina me cuenta que a él le gusta venir no para entrar en trance, sino para disfrutar de la música y del ambiente. El alcohol está prohibido, pero el hachís, no. Y eso forma parte indispensable del ambiente en la sala de los hombres. Comienzan los músicos a tocar de nuevo. Y ahora, sí, algo está ocurriendo. Una joven vestida de negro conduce a otra semi sonámbula vestida de rojo, con melena negra hasta la cintura, cerca de los músicos.

Festival de melenas

Un momento de la ceremonia de Lila Gnawa.
Un momento de la ceremonia de Lila Gnawa.

La del vestido negro se vuelve a meter en la habitación de las mujeres y la de rojo baila con los ojos cerrados. Los músicos no la miran. La melena le cubre a veces la cara, pero ella no hace nada por apartársela con las manos. Desde otra habitación avanza una señora muy alta y corpulenta. Se cubre la cabeza y el rostro con un pañuelo blanco. A medida que baila y transpira el pañuelo se vuelve como una bolsa de plástico pegada al rostro. Algunas mujeres sentadas esperan su momento. Otras consultan su móvil, aspiran incienso o perfume de naranja. Se levanta a bailar una niña de unos 13 años que ha venido con su madre. Otras son conducidas por sus amigas hacia el pasillo. Dos mujeres de la casa continúan pendientes de cada cara, cada expresión, prestas a levantar a cualquiera que entra en trance, a soltarle la melena y ponerle un pañuelo con un color acorde con el espíritu que las posee.

De pronto, aquello se vuelve un festival de melenas que desprenden un perfume a naranja. Mujeres de todas las edades se mueven sin pudor con el ritmo que heredaron de sus abuelas… El África negra, Marruecos, la sensualidad, el islam, el desierto, la costa, el desfogue físico y el ensimismamiento místico se dan la mano.

Regresa la joven de rojo a la otra sala y aparece ahora ante los músicos su amiga vestida de negro. No sé que espíritu o qué sentimiento la posee, pero al cabo de unos minutos se postra con las rodillas y las manos en el suelo y agita su melena arriba y abajo, arriba y abajo, arriba y abajo. Tal vez no sea casualidad que quienes más se liberan en las Lila Gnawa sean quienes más necesidad tienen de hacerlo. Los hombres suelen quedarse postrados en una nube de hachís, escuchando la música al fondo.

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Francisco Peregil
Redactor de la sección Internacional. Comenzó en El País en 1989 y ha desempeñado coberturas en países como Venezuela, Haití, Libia, Irak y Afganistán. Ha sido corresponsal en Buenos Aires para Sudamérica y corresponsal para el Magreb. Es autor de las novelas 'Era tan bella', –mención especial del jurado del Premio Nadal en 2000– y 'Manuela'.

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