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TIPO DE LETRA
Columna
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Si tus dudas coinciden con las mías

Francisco Brines es uno de esos poetas que demuestra que se puede ser metafísico y futbolero

Javier Rodríguez Marcos
Francisco Brines, en su casa de Oliva (Valencia), en 2011.
Francisco Brines, en su casa de Oliva (Valencia), en 2011.Jesús Císcar

En 1995 un grupo de estudiantes de provincias organizó una semana de poesía. Francisco Brines acababa de publicar La última costa (Tusquets) y la muchachada lo invitó a leer sus poemas. Terminado el acto, el escritor, los organizadores y los espectadores menos tímidos salieron a la calle dispuestos a continuar la charla cerveza en mano. Para evitarle al invitado el prosaico ruido del mundo, la comitiva destacó a un explorador cuya misión era informar del estado de los bares cercanos. Por desgracia para la lírica provincial la respuesta fue siempre la misma: “Dan el fútbol”. Convencidos de que la prosa no tenía remedio, los ilustrados decidieron encaminarse al hotel donde se alojaba Brines, un pulcro local sin tele en la cafetería. Al llegar, el poeta pidió un minuto para dejar los libros en la habitación. Al poco se reincorporó a la charla con un anuncio pícaro: “Gana el Real Madrid 2-1”.

En su reciente y divertidísimo Examen de ingenios (Seix Barral), José Manuel Caballero dice que Brines, además de vecino suyo, es “pausado, desaliñado, silencioso o impetuoso según lo aconsejen las circunstancias”, algo que no sabían sus anfitriones aquella tarde de hace dos décadas. Deslumbrados por la hondura de su obra, se olvidaron de las circunstancias. No les cabía en la cabeza que un inmortal pudiera ser socio del Valencia C. F. ni que saltara sin ponerse estupendo de las virtudes de Lope de Vega a las del Piojo López.

Veintidós años después, La última costa sigue siendo el último libro de Francisco Brines, que se estrenó en 1960 con Las brasas y tiene plaza en todas las antologías de lírica española del siglo XX y sillón en la RAE, donde ingresó con un discurso sobre Luis Cernuda, uno de sus grandes referentes (el otro es Juan Ramón Jiménez). Desde aquel remoto 1995 sus lectores han tenido que conformarse con los inéditos que iba deslizando en antologías como Yo descanso en la luz (Visor), Para quemar la noche (Universidad de Salamanca) o Jardín nublado (Pre-Textos). A ellas acaba de sumarse Entre dos nadas (Renacimiento), que incluye 10 poemas inéditos y más de un centenar seleccionados por un curioso método: preguntar a una tira de amigos, lectores y estudiosos por su poema favorito de Brines. Según el editor, el homenajeado se resistió a la idea porque, decía, “no quería molesta a tanta gente”.

No es extraño, con todo, que la lista de los consultados ocupe cinco apretadas páginas. Además de uno de los grandes metafísicos de nuestro tiempo —ya se anuncia la salida del esperado Donde muere la muerte—, Brines ha sido para varias generaciones de escritores un maestro que lee con paciencia de santo a todo poeta que le enseñe sus versos. Como recuerdan los beneficiarios de su sabiduría, sus comentarios —rigurosos pero bienhumorados— se cierran siempre con la misma frase: “Hazme caso sólo si tus dudas coinciden con las mías”. Todo un programa pedagógico, todo un autorretrato.

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Javier Rodríguez Marcos
Es subdirector de Opinión. Fue jefe de sección de 'Babelia', suplemento cultural de EL PAÍS. Antes trabajó en 'ABC'. Licenciado en Filología, es autor de la crónica 'Un torpe en un terremoto' y premio Ojo Crítico de Poesía por el libro 'Frágil'. También comisarió para el Museo Reina Sofía la exposición 'Minimalismos: un signo de los tiempos'.

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