_
_
_
_
_

El cineasta de la memoria histórica

El camboyano Rithy Panh, candidato al Oscar con 'La imagen perdida', sigue indagando en el terror de los jemeres rojos y recibe una homenaje en DocumentaMadrid

Gregorio Belinchón
Víctor Lerena
Víctor LerenaVíctor Lerena (efe)
Más información
La gema escondida
Habla, memoria

A sus 53 años, 38 años de años vividos en el exilio en Francia, el camboyano Rithy Panh sigue recordando el genocidio que sufrió de crío, cuando el régimen de Pol Pot (1975-1979) masacró a casi dos millones de compatriotas. Uno de cada tres habitantes de su país. Con 13 años, vio morir de hambre a toda su familia antes de lograr aterrizar en París en septiembre de 1979. "Yo no estaba destinado a hacer cine. En mi familia ni siquiera sabíamos que era un oficio. Pero ocurrió la masacre, yo no lograba encontrar las palabras adecuadas y en cambio sí quería comprender y hacer comprender la naturaleza de tamaños crímenes. Un profesor me entregó una cámara para un ejercicio y así empecé", apunta.

Su obra siempre ha girado alrededor de su país y de las secuelas del pasado. Empezó a filmar en 1989, aunque hasta 2003 con S-21, la máquina de matar de los jemeres rojos, que buscaba las causas de aquella masacre, no logró relevancia internacional. En La imagen perdida -candidata al Oscar a mejor película de habla extranjera en 2013- usó muñecos de artesanía en arcilla e imágenes de archivo para mostrar las atrocidades, mientras que su libro La eliminación (Anagrama) honraba a las víctimas. Ahora DocumentaMadrid le dedica una retrospectiva en la que pueden verse sus dos nuevos trabajos: Exil, filme que supera los límites entre realidad y ficción para ahondar de forma poética en su propio dolor, y La France est Notre Patrie, documental con imágenes históricas filmadas por los franceses durante la época colonial. "En realidad, es como si estuviera realizando una cronología de mi historia. Yo no elegí mi tema, sino que se impuso a mí. Se puede vivir y morir sin hablar de un tema. O debes hacerlo, si es una necesidad vital. Y a mí me ocurre con los jemeres rojos. O lo hago o me muero. Y a mí me gusta vivir".

Panh niega que vomite imágenes del genocidio: "He hecho otra cosas, pero es que el tema me posee. No es un vómito, es un dolor que intento gestionar. No soy el único. Otros artistas, como Fernando Pessoa, han dedicado su obra al absurdo de vivir. Mi historia, la de un pueblo, no es solo útil para mí sino para todo el mundo, para gente que haya sufrido injusticias parecidas. No hay muchas películas sobre Camboya, por lo mismo que no hay películas sobre el periodo de Franco en España y los muertos siguen sin nombre en fosas comunes. Y tenemos que hacerlas porque sin pedagogía, se repiten los crímenes". Y pone como ejemplo que tras el Holocausto, que ha "estudiado mucho", llegaron, en menos de 50 años, genocidios en su país, en Camerún, Ruanda o Bosnia: "Son muchos crímenes para tan poco tiempo".

El cineasta decide llevar la conversación hacia España. "Que haya aún calles con nombres franquistas creo que es el resultado de un déficit de trabajo sobre la memoria, que tiene que hacerse de forma colectiva para que las siguientes generaciones pasen página. No se puede impedir al juez Garzón abrir fosas, examinar lo que hay ahí. ¿Por qué olvidamos a esa gente? Es necesario poner nombre y justa sepultura a cada uno de los muertos".

Y esos genocidios vienen de aquellos colonialismos. "En La France est Notre Patrie muestro a camboyanos filmados desnudos por los franceses. ¿Eso es normal? ¿O es que se hacía en pantalla eso para sustituir los zoos humanos de africanos desnudos que se habían montado décadas antes en Europa? Es una mirada colonialista violenta que elimina la dignidad de esos seres. En cambio, en Exil he buscado lo que me une con víctimas colombianas, argentinas, rusas de cualquier parte a través de la poesía y el pensamiento, armas de resistencia".

De aquel 13 de septiembre de 1979, en el que un adolescente Rithy Panh aterriza en el aeropuerto parisiense de Roissy, quedan algunos recuerdos: "Me acuerdo del frío. De las habitaciones pequeñas y las ventanas siempre cerradas. No se confunda, en Francia me siento querido, sus valores son mis valores, se cree en los derechos humanos. Es más, he hecho toda mi obra en francés. La globalización económica no ha ayudado mucho, porque cada vez aumenta más el desequilibrio entre ricos y pobres y vivimos un momento de crisis. Pero si creemos en la civilización tenemos que movilizarnos".

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Gregorio Belinchón
Es redactor de la sección de Cultura, especializado en cine. En el diario trabajó antes en Babelia, El Espectador y Tentaciones. Empezó en radios locales de Madrid, y ha colaborado en diversas publicaciones cinematográficas como Cinemanía o Academia. Es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense y Máster en Relaciones Internacionales.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_