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Blogs / Cultura
El toro, por los cuernos
Por Antonio Lorca
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Diez motivos por los que las corridas duran una eternidad en la Maestranza

Los cuatro equipos presidenciales estudian aligerar la salida y recogida de los picadores

Antonio Lorca
Gabriel Fernández Rey, uno de los presidentes de la Maestranza, junto a sus asesores.
Gabriel Fernández Rey, uno de los presidentes de la Maestranza, junto a sus asesores.Paco Puentes

El maestro Pepe Luis Vázquez aseguraba que, en sus tiempos, una corrida de más de dos horas, sin la chispa de la emoción, “no la hubiera soportado nadie”. Y sobre la duración de la faenas actuales, añadía: “Fíjese cómo son ahora de largas que, a veces, comienzo a ver una corrida por televisión, me voy a la calle a tomar un café, vuelvo con calma a casa, y qué dirá usted que ocurre… pues que me encuentro que sigue el mismo toro en el ruedo”.

Y Joaquín Vidal defendió más de una vez que “una gran faena de muleta no debe durar más de cuatro minutos”.

Pero los tiempos han cambiado una barbaridad. La duración media de un festejo taurino moderno -incluidos los que se celebran en plazas de segunda y tercera, en las que no se exigen dos puyazos e, incluso, las novilladas sin picadores- supera con creces las dos horas. Un excesivo metraje, que se torna insoportable si, como suele suceder, el espectáculo carece de interés y transcurre entre el aburrimiento y la monotonía.

El problema se acentúa en la Maestranza de Sevilla, plaza madre y maestra, espejo y referencia -al igual que Las Ventas- para la tauromaquia actual. No hay festejo sevillano que no atente contra la paciencia de los sufridos espectadores, que se sientan en el tendido hacia las seis de la tarde y son las nueve de la noche cuando más de uno se levanta con las vértebras quebradas, el trasero plano y el ánimo marchito.

Cuando los alguacilillos vuelven a la puerta de cuadrillas, se encuentran con los fotógrafos. ¿Dónde están los toreros?

- ¿Duran mucho los festejos en la Maestranza?

- Sí, efectivamente, así es.

Quien contesta con tanta rotundidad es Gabriel Fernández, presidente de la plaza, que añade que los cuatro equipos presidenciales barajan distintas fórmulas para aligerar la salida y recogida de los caballos de picar, que son, a su juicio, los dos momentos en los que se pierden unos cinco minutos por cada toro. Para ello, al igual que ya ocurre en Madrid, los caballos esperarían su turno en una puerta cercana a su jurisdicción.

Entre toro y toro, el presidente no tiene prisa; ni que hubiera merienda…

No cree que sea posible reducir el tiempo de la corrida en otros apartados, y recuerda, primero, que el albero del ruedo permite que se produzcan hoyos que los areneros deben ‘arreglar’ entre toro y toro, y que el Reglamento andaluz -a diferencia de los demás- recoge en su articulado que desde el momento en que un torero entra a matar -aunque sea solo momentos después del inicio de faena-comienzan a contar los tres minutos para anunciar el primer aviso.

Además de la opinión del presidente, existen otros momentos en la Maestranza que ralentizan el desarrollo de un festejo. He aquí diez de ellos.

1.- Cuando el pañuelo presidencial anuncia el inicio de la corrida y se abre la puerta de cuadrillas salen los dos alguacilillos, tranquilamente, sin ninguna prisa, y montados en dos jacas, atraviesan, sin atisbo de marchosidad y excesiva parsimonia, el diámetro de la plaza para saludar al usía. Con la misma diligencia vuelven al lugar de donde salieron.

“En los toros pasa como en los sermones; si a los cinco minutos no te han movido el corazón, lo que mueves es el culo”

2.- ¿Qué suelen encontrarse los alguacilillos cuando llegan a la puerta de cuadrillas? Pues, un grupo de fotógrafos. ¿Y los toreros? Escondidos están en el túnel. ¿Por qué no salen? Ah! Ni el delegado gubernativo ni los alguacilillos los apremian, y hay ternas que tardan dos o tres minutos en aparecer en el ruedo. La del pasado jueves (Morante, Talavante y Mora), sin ir más lejos salió cuatro minutos después de que se iniciara la corrida. A continuación, sesión fotográfica, y algunas tardes la pareja de montados y penacho en la cabeza hacen parte del paseíllo en solitario.

3.- Cambio de la seda por el percal mientras los alguacilillos reciben del presidente la llave simbólica de los chiqueros, vuelven a atravesar sin prisa el diámetro del ruedo, se la entregan al torilero y se marchan al patio de cuadrillas. Ya están los toreros en el callejón, el ruedo despejado, pero el presidente se cerciora una y otra vez de que no haya nadie sobre el albero, algo que es evidente para todos los presentes. ¿Por qué tarda tanto el presidente en sacar el pañuelo para anunciar la salida del primer toro? A estas alturas ya han transcurrido ocho o nueve minutos desde el comienzo oficial del festejo.

“Una gran faena de muleta no debe durar más de cuatro minutos”, Joaquín Vidal

4.- Suenan los clarines; el torilero, derecho como una vela, vuelve a comprobar que no hay intruso en el ruedo, y, con gran ceremonial, abre la puerta de chiqueros… y el toro no sale. ¿Dónde está? Otro misterio. Parece que esta espera se ha acortado este año, pero en otros tiempos ha sido un enigma desesperante.

5.- Capítulo del picador al que se refería el presidente Gabriel Fernández. Efectivamente, es largo el trayecto de ida y vuelta entre el patio de caballos y el terreno del tendido 1, donde se celebra el segundo tercio.

6.- El Reglamento Taurino de Andalucía establece, al igual que los demás, que la faena de muleta no debe exceder de 10 minutos. Pero el andaluz incluye un matiz: el tiempo comienza a contar a partir del primer pase de muleta del torero a la res y no desde que suenan los clarines. Es decir, no registra la preparación de los trastos y los brindis, por ejemplo.

7.- A ello se añade otra novedad moderna: todos los toreros, siguiendo la norma de Enrique Ponce, apuran los diez minutos y, en general, convierten el último tercio en un trámite excesivamente largo y, a veces, soporífero.

8.- El equipo de areneros dispone de tiempo suficiente para dejar el ruedo como una patena entre toro y toro. El presidente no tiene prisa. ¡Ni que hubiera merienda! Suenan, por fin, los clarines, y los operarios no dejan la faena a medias. Vuelven al callejón a paso quedo, pero uno de ellos se queda rezagado. Y antes de entrar al burladero, vuelve la mirada al torilero, enhiesto e impávido en su lugar de trabajo; el operario levanta el brazo derecho y le indica a su compañero de toriles que ya puede abrir la puerta. O sea, que la última indicación para que salga el toro la da un arenero.

9.- Si se devuelve un toro al corral, hay que parar los relojes. La llamada ‘parada’ de cabestros de la Maestranza, que ha mejorado, es un auténtico dislate. Los bueyes hacen de todo menos arropar al animal rechazado para la lidia. El trámite puede durar entre uno y veinte minutos, según los casos. A veces, es preferible aceptar la lidia de un inválido que soportar una devolución.

10.- El presidente, el máximo responsable del festejo, tiene la llave para dinamizar el desarrollo de un festejo. Algunos de ellos confunden la tranquilidad desesperante con el señorío de Sevilla. Craso error.

Una frase final que el aficionado sevillano Rogelio Trifón atribuye a su abuelo, novillero en los años 20: “En los toros pasa como en los sermones; si a los cinco minutos no te han movido el corazón, lo que mueves es el culo”.

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Sobre la firma

Antonio Lorca
Es colaborador taurino de EL PAÍS desde 1992. Nació en Sevilla y estudió Ciencias de la Información en Madrid. Ha trabajado en 'El Correo de Andalucía' y en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Ha publicado dos libros sobre los diestros Pepe Luis Vargas y Pepe Luis Vázquez.

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