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José Agustín Goytisolo, un poeta puente

Un coloquio recuerda al autor barcelonés y su papel como divulgador de la literatura latinoamericana

Javier Rodríguez Marcos
José Agustín goytisolo y Asunción Carandell, en 1954 en Francia.
José Agustín goytisolo y Asunción Carandell, en 1954 en Francia.

Buen estudiante, pero bala perdida, José Agustín Goytisolo (1928- 1999) pasó del colegio de los jesuitas de Barcelona a La Salle tras lanzar un tintero contra la pared. En el nuevo colegio, el futuro poeta conoció al futuro periodista Luis Carandell. Un día, durante la procesión del Corpus, le dijo a su amigo: “Mira qué niña tan mona”. Repuesta: “Es mi hermana. Y es tonta”. Con el tiempo terminarían casados. La anécdota la recordó aquella niña, Asunción Carandell, en la clausura de las jornadas que en homenaje a José Agustín Goytisolo se celebraron esta semana, jueves y viernes, en el Centro de Arte Moderno de Madrid, un referente de la cultura latinoamericana fundado por los argentinos Claudio Pérez Míguez y Raúl Manrique Girón.

El Centro alberga el Museo del Escritor, con 5.000 objetos personales de 150 autores de 20 países. De ahí que la donación de algunos de los cachivaches —gafas, abrecartas, estilográficas— que pertenecieron a Goytisolo sirviera de guinda para unas jornadas en las que participaron estudiosos americanos como Julio Ortega, Sabrina Riva o Marcela Romano, y españoles como Pilar Gómez Bedate, traductora y viuda de Ángel Crespo, que repasó la posguerra española a partir de la relación epistolar entre su marido y el autor de Salmos al viento. La intervención final de Asunción Carandell fue un repaso a la vida de un poeta que se empeñó en ejercer de puente entre culturas. Por un lado, traduciendo al castellano a los escritores catalanes. Por otro, impulsando la publicación de poetas latinoamericanos en España. No es raro que alguna vez se definiera como autor “catalán cubano en lengua de Castilla”.

En el colegio mayor de Madrid coincidió con el nicaragüense Ernesto Cardenal

“A José Agustín”, contó su viuda, “le gustaba recordar que su bisabuelo había emigrado desde Lekeitio [Bizkaia] a Cuba”. Con todo, la inmersión latinoamericana de Goytisolo, que se estrenó ganando el premio Adonais con El retorno (1955), tuvo lugar a finales de los cuarenta en Madrid. Instalado allí para estudiar Derecho, vivió en el Colegio Mayor Nuestra Señora de Guadalupe, donde coincidió con estudiantes como los nicaragüenses Ernesto Cardenal, José Coronel Urtecho y Carlos Martínez Rivas, el colombiano Eduardo Cote o el chileno Enrique Lihn. Hoy sería imposible escribir sin esos nombres la historia de la poesía en lengua española. “José Agustín, que se había criado a pedradas en Viladrau, un pueblecito de Girona, era un salvaje, pero un buen salvaje, transparente, accesible. Tenía mucha chispa. Un cura lo llamaba el gitano catalán”, contó Carandell, que añadió entre risas: “También podía ser muy pesado”.

Compañero de viaje del Partido Comunista durante el franquismo, supo distinguir entre ideología y poesía. De ahí su empeño en divulgar en España la obra de un autor al que todos —incluido el Comité Nobel— tenían por ultraconservador y por autor de cuentos: Jorge Luis Borges. Goytisolo y su esposa visitaron al autor de El aleph en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires y salieron de allí con un proyecto de antología preparada por el barcelonés, pero revisada por el argentino. Se publicó en 1972, dentro de una colección canónica, Ocnos, dirigida por Joaquín Marco, poeta y profesor también decisivo para la difusión de los escritores hispanoamericanos. Tres años antes habían hecho una operación parecida con un cubano más famoso por su primera novela —Paradiso (1966)— que por su nutrida obra lírica: José Lezama Lima.

Visitó a Borges en Buenos Aires y en 1972 publicó una antología de su obra

Goytisolo tenía claro que el boom de la narrativa tenía un correlato poético, pese a lo minoritario del género. “Joaquín Marco decía que era el cónsul in pectore de la literatura latinoamericana en España”, subrayó Carandell, que contó cómo las atenciones de su marido pasaron por enviar por barco a Venezuela un burro semental de Vic a petición de un escritor amigo y por ayudar, sin éxito, a buscar una casa de campo en Arenys de Munt (Barcelona) a Gabriel García Márquez. Eran los tiempos en que el colombiano vivía en la calle Caponata de Sarrià y, según retrato del propio Goytisolo, empezaba a escribir de madrugada, vestido “con un chándal como de portero suplente de la selección turca de balonmano”.

“José Agustín era muy práctico. Y muy eficaz. No era para nada el típico poeta distraído”, explicó su viuda. “Si alguien le pedía algo, salía disparado a hacerlo. Como un niño pequeño que quiere complacer. Yo lo atribuyo a que necesitaba el reconocimiento que nunca le dio su padre. Siempre fue muy buen estudiante pero me contó que cuando llevaba la cartilla de las notas, su padre las firmaba de lado, sin mirarlas”. Goytisolo descubrió América en un colegio mayor y América descubrió a Goytisolo en la música. Las canciones de Mercedes Sosa o Joan Manuel Serrat basadas en sus versos se incorporaron a un imaginario sentimental —80 canciones a partir de 45 poemas— en el que tienen un lugar preferente Paco Ibáñez y su versión de Palabras para Julia. “Cuando la oyó, José Agustín se emocionó”. Aquellas palabras eran el puente entre dos mujeres con el mismo nombre: su hija y su madre, muerta en 1938, en Barcelona, en un bombardeo franquista. Músicos como Kiko Veneno, Los Suaves, Falete o Soleá Morente han hecho luego sus propias versiones. Ventajas de la poesía memorable.

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Javier Rodríguez Marcos
Es subdirector de Opinión. Fue jefe de sección de 'Babelia', suplemento cultural de EL PAÍS. Antes trabajó en 'ABC'. Licenciado en Filología, es autor de la crónica 'Un torpe en un terremoto' y premio Ojo Crítico de Poesía por el libro 'Frágil'. También comisarió para el Museo Reina Sofía la exposición 'Minimalismos: un signo de los tiempos'.

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