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Una novela en torno a un hueco (y a una mesa)

Marian Izaguirre profundiza sobre la construcción de una identidad a partir de lo que dicen los otros en su nueva novela 'Cuando aparecen los hombres'

Rut de las Heras Bretín
La escritora Marian Izaguirre, la semana pasada en Madrid.
La escritora Marian Izaguirre, la semana pasada en Madrid.Bernardo Pérez

La vida transcurre alrededor de una mesa. En torno a ella se forjan relaciones, se reviven historias y se construyen otras. En una comida de amigos hasta los ausentes se hacen presentes. La ausencia o las ausencias, la mesa, las recetas que se degustan y las cocinas donde se preparan son elementos sobre los que crecen algunas de las mujeres que protagonizan Cuando aparecen los hombres (Lumen), la última novela de Marian Izaguirre (Bilbao, 1951).

La autora destaca a una protagonista, Teresa Mendieta, dice que los demás personajes son secundarios, aunque reconoce que con mucho peso y entidad, "muy potentes". Cada uno creado con todo detalle, con una historia que podría saltar de esta novela y formar otra independiente. Estos secundarios ayudan a que el personaje principal se construya, "lo agrandan": "La identidad de Teresa Mendieta sigue creciendo en voz de los demás, a partir de lo que dicen, imaginan o recuerdan de ella". Para explicar esto, Izaguirre introduce en el libro un recurso muy visual -"pienso en imágenes", aclara-: un espejo roto. Cuando un espejo se resquebraja y sus trozos no caen al suelo siguen reflejando imágenes, pero como si de un cuadro cubista se tratara las rompe, muestra distintas facetas, como si estuvieran tomadas desde distintos ángulos. Devuelve una imagen distorsionada. "Esto es lo que ocurre cuando desaparecemos y los demás tienen que recomponernos".

Pedir un deseo

En Cuando aparecen los hombres hay varios escenarios muy vividos por su autora. Parte de la historia transcurre en la ciudad natal de esta bilbaína. En la misma Bizkaia, concretamente en San Juan de Gaztelugatxe, transcurre uno de los puntos de inflexión de la novela. Sobre este lugar se dice que quien toca tres veces la campana puede pedir un deseo. Marian Izaguirre pediría dos: "Salvarme de mí misma" y que esta novela le haga olvidar las alegrías de la anterior, que funcionó muy bien y que ha sido traducida a varios idiomas. Eso significaría que esta ha ido mejor.

De esta manera, Izaguirre reconstruye a Teresa Mendieta en Cuando aparecen los hombres desde distintos puntos de vista, el de sus amigos o conocidos, desde los que conviven o han convivido con ella y luego hay huecos, vacíos que se rellenan con la imaginación. Silvia Querini, la editora de Izaguirre, durante una comida con varios periodistas el 9 de febrero -día que el libro salía a la venta- en la que se reprodujeron algunos de los platos que también tienen un papel en la novela, alaba el trabajo de la autora diciendo que es su obra más madura, precisamente porque ha construido a partir de un hueco, de algo desconocido.

Izaguirre reconoce que desde hace mucho tiene la fascinación de escribir una novela en la que el protagonista muriera o desapareciera al principio y la historia siguiera sin él. Ya lo intentó con León dormido (2005) pero no lo consiguió. Para saber si lo ha logrado o no, hay que llegar al final de Cuando aparecen los hombres. Y no es costoso hacerlo porque, a pesar de la dureza y de las historias desasosegantes que encierra, se lee muy fácil, siguiendo una de sus máximas que tomó de Milan Kundera: "Las novelas tienen que ser fáciles de leer y difíciles de entender. Otro de sus signos de identidad es alternar voces, tiempos, lugares: el Cantábrico y el Mediterráneo, principios del siglo XX y la costa Brava en los sesenta a la que llegó Teresa Mendieta, esta y su alter ego, Elizabeth Babel, de la que la separan unos cien años. Dos mujeres mudas, Elizabeth carece de voz real y Teresa no tiene voz emocional. Dos tiradoras de esgrima. "Dos luchadoras", incide la escritora que a pesar de simultanear estos momentos escribe sin hacerse esquemas.

Dos mujeres que quedan marcadas cuando aparecen los hombres, ¿o más bien cuando desaparecen? "No, no, cuando llegan a sus vidas es cuando se produce el cataclismo interior", asegura Izaguirre en una entrevista con EL PAÍS antes de sentarse en torno a la mesa de comida-presentación de la novela. "Cuando dejan de estar solas y de ser un clavo se convierten en un tornillo que forma parte de otro cuerpo extraño. Pero cuando más enajenadas están, ellos desaparecen, por tanto pasan a la categoría de leyenda, los idealizan".

Otro de los "mandamientos" de Izaguirre como escritora es que algunos elementos salten de entre sus novelas, como una especie de hilo que las hilvana. Así, esta heredó de la anterior, La vida cuando era nuestra (Lumen, 2013), la culpa. La que siente Teresa en el catastrófico suceso acaecido en San Juan de Gaztelugatxe -¿por qué no se tiró al mar para salvar a su primer amor? ¿alguien se lanzaría si fuera necesario rescatarla a ella?, estas preguntas surgen a partir de las reiterativas apariciones del músico Enrique Granados, que murió en el Canal de la Mancha ahogado junto a su mujer cuando intentaba salvarla-. El próximo libro, que ya ronda por su cabeza, tomará de Cuando aparecen los hombres la desaparición. Explica la escritora cómo una novela empieza con un grano de arena que pertenece a una playa que puede sorprender al propio autor por no ser lo que espera. Por ahora, la futura se la imagina en una ciudad parecida a Bilbao sin serlo y confirmando que piensa en imágenes cuenta que se ha imaginado un edificio art decó que tendrá algún papel. Volverá su literatura a verse, a olerse, a degustarse -como los guisos que se preparan- y oírse con la música de Granados, ya se oyó la de Satie en La vida cuando era nuestra. "Somos cinco sentidos", explica Izaguirre

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