¿Bailas, príncipe?
Desayuno un té y decido ponerme ese vals que tanto me ha cambiado. Siento que resuena en el mundo entero
Querido Leonard, pensaba que era usted inmortal.
Recuerdo pocas muertes de artistas que me hayan dolido tanto y creado tanto vacío: Lola Flores, Chavela Vargas, Enrique Morente y ahora usted.
Llega al poder gente vacía y se nos van personas llenas, vivas y poderosas de verdades que nos hacen falta. Suerte que las canciones son inmortales y suerte que conozco niños capaces de pensar, sentir y ser en libertad.
Hoy, 11 de noviembre, es una fecha importante para mí, simboliza el renacer, el volver a empezar a pesar de todo... Y me despierto con la noticia de su partida, me cuesta aceptarlo, se para el tiempo y llevo tarde a mi hija a la escuela. Después desayuno un té y decido ponerme ese vals que tanto me ha cambiado. Siento que resuena en el mundo entero. Pongo la versión de su gran amigo (otro maestro) don Enrique Morente y empiezo a recordar.
A su música la conocí relativamente hace poco, hace unos ocho años, pero lo suficiente como para cambiar mi oído. Estaba en Madrid y Raúl Fernández puso un disco suyo, como es normal en mí yo no lo conocía pero me di cuenta de que formaba parte de mi inconsciente musical y entendí a cuantos había influenciado e inspirado y desde ese momento, entre tantos también a mí. Pero fue unos cinco años más tarde (después de haberme acompañado durante varios viajes de carretera) que empecé a bailar contigo. Debía ser en el 2012 cuando mi amigo Álex Sánchez me regaló (entre otros) el disco de Omega y en uno de estos viajes largos a Portugal lo escuché y me volví loca, me volví viva de la mano de los tres reyes magos (Lorca, Morente y Cohen), escuché por primera vez tu vals pequeño y me entraron unas ganas enormes de cantarla hasta el infinito. Unos meses más tarde nos reuníamos con Raúl para decidir el repertorio del disco Granada y yo le dije que había unas canciones que tenía clarísimo que quería cantar: Hymne a l'amour, Abril del 74, Mercè y Pequeño vals vienés. Recuerdo que él (aunque amaba su canción) no quería hacerla porque ya existían muchas versiones y muy buenas, pero yo le dije que a mí me daba igual, que yo no quería hacerlo mejor que nadie simplemente necesitaba profundamente cantar esa canción, era una necesidad. Finalmente nos pusimos a trabajar con ella y nos encontramos con una canción realmente difícil, no por sus notas ni por sus armonías (que son muy orgánicas) sino porque era una lección vital, había que gestionar con la medida justa las emociones para no llegar a la meta en medio del camino, había que ser paciente y aguantar las ganas de gritar, no podíamos llorar antes de tiempo, no podíamos apresurar el viaje de las profundidades de los mares abisales a los cielos de los dioses. Este proceso de alquimia había que vivirlo paso a paso, usted dejaba un mapa con las instrucciones justas pero había que manejar la impaciencia de la eterna adolescencia. Había que contar cada una de las palabras de Lorca, no sobraba ni una, tenían entonces que poder ser cantadas (yo ya me sentía madura para entender a ese Lorca, antes no) y además sabíamos que el camino existía porque usted (con su paso firme e inamovible) y Morente (con los pies arraigados en el magma de la Tierra y los dedos tocando la vía láctea) lo habían caminado. Sin duda ese peso y ese poder no lo tenía, pero conseguí encontrar mi propio caminar en este viaje que nos habían regalado, y lo bailamos, y lo sigo bailando y lo pienso seguir bailando porque me hace viva, me empuja a ser valiente y me recuerda que no hay que tener prisa. Y que cada nota, cada palabra y cada silencio tiene su espacio.
Este vals es un tesoro. Para mí ha sido un patrón para llegar a ser, por lo que dice, por el camino de transformación y limpieza que regala la melodía y porque si te dejas llevar y confías, te olvidas de tu cuerpo, se para el tiempo y eres nada, eres todo, eres feliz.
Eres inmortal.
Gracias Leonard Cohen,
Muchas gracias.
A thousand kisses deep...
Babelia
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