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La vida puede ser un cóctel amargo

El director de cine Daniel Guzmán se estrena en el teatro con ‘Los tragos de la vida’, una historia de un emigrante en busca del éxito

Rocío García
Daniel Guzmán dirige a Juan José Ballesta y Belén Cuesta en el ensayo de 'Los tragos de la vida'.
Daniel Guzmán dirige a Juan José Ballesta y Belén Cuesta en el ensayo de 'Los tragos de la vida'.Kike Para

Camisa blanca impoluta, sonrisa seductora, una coctelera plateada agitada a golpes precisos y secos. Los tres ingredientes hacen a este barman un ser irresistible. El emigrante que se coló en esta coctelería sin haber mezclado en su vida nada más que el café con la leche es hoy un hombre de éxito. No le falta dinero, fama, ni mujeres. Sin embargo, sabe que lo más importante se ha quedado en el camino.

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El cineasta Daniel Guzmán salta a los escenarios con una pieza teatral, Los tragos de la vida, escrita y dirigida por él. Es su estreno en el teatro y lo vive con la misma pasión y ganas con la que levantó su primer largometraje A cambio de nada, con el que consiguió el Goya a la mejor dirección novel en la última gala de la Academia de Cine, además de un premio al mejor actor revelación para Miguel Herrán. Los tragos de la vida, que se estrena este jueves en teatro Infanta Isabel, de Madrid, está protagonizada por Juan José Ballesta, Belén Cuesta y Cristian Vázquez, recién licenciado en Arte Dramático.

Guzmán prefiere hablar de pieza teatral más que de obra dramática. La historia de Los tragos de la vida se desarrolla íntegramente en una sala luminosa, plagada de espejos y brillantes y coloridas botellas de alcohol. El hilo central de este cóctel amargo que es la vida responde al nombre de Beto, un emigrante que, en apenas un año y sin experiencia previa, consigue convertirse en el mejor y más solicitado barman de una gran ciudad, una cualquiera. Cada cóctel preparado por este camarero ilustrado responde a una historia o a una situación. El margarita deshojado trata del desamor, el dry Martini de un trío imposible. Así, a lo largo de los sesenta minutos de duración, Los tragos de la vida narra al espectador los sinsabores de la existencia de este hombre que creía tenerlo todo. “Es el viaje de una persona hacia el éxito absoluto que, sin embargo, le deja vacío. Por el camino pierde a la mujer de su vida, y ello hace que se replantee todo y vuelva a su país de origen”.

El actor y director de cine se siente atraído por la inmediatez del teatro, por ese contacto directo con el público. “No quiero hacer teatro, quiero hacer vida. Lo que busco es que esta historia se dirija hacia un lugar alejado de la impostura. Quiero que lo que pase en el escenario sea de verdad, que la realidad fluya sobre las tablas y en el patio de butacas, y más con esta historia que habla de la emigración, el desamor, la amistad”, asegura Guzmán, que busca con ahínco en los ensayos, celebrados estos días en el bar improvisado del teatro, trasladar a los actores la búsqueda de la verdad. No se despega de ellos en ningún momento, les mira a los ojos, les toca, se acerca, les explica los sentimientos de sus personajes. Todo menos dejarles solos en el escenario.

Menos preocupado por la exactitud del texto que por la necesidad de encontrar al compañero. “Que cada frase persiga un objetivo”, “deja que la intuición te llegue”, “improvisa si quieres”, “no tengáis miedo a las pausas”, “tu motor es siempre tu compañero, siempre”, son las frases que en esta mañana de ensayo, con los nervios del estreno ya en puertas, va soltando el novel director de escena. “Quiero que esta experiencia sea inolvidable para todos”.

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