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Rosillo, melancólico y fiel

'Quién lo diría', de Eloy Sánchez Rosillo, es un arte de contemplación en que el mundo y el poeta pactan entre sí

José-Carlos Mainer
Eloy Sánchez Rosillo visto por Sciammarella.
Eloy Sánchez Rosillo visto por Sciammarella.

Los libros de Eloy Sánchez Rosillo nos llegan con dos años de pausa entre cada uno de ellos y sus composiciones, fechadas en una nota final, nunca están ordenadas por el momento de su redacción. Se agrupan en virtud de un hilo temático calculado y reconocible que el título suele hacer explícito. Sueño del origen (2011), por ejemplo, refleja la gratitud ante la vida, al lado de los primeros síntomas de la melancólica madurez. Antes del nombre (2013) construye una cercana cosmología personal, sorprendida en una suerte de estado previo a la apropiación por el lenguaje. Y, siempre un bienio después, el último libro, Quien lo diría, es un arte de contemplación en que el mundo y el poeta pactan entre sí: al invierno “hay que atenderlo, / escucharlo despacio, que nos cuente / sus historias tan viejas” y un jazminero al atardecer nos ofrece “Regazo, confidencia […] / en el transcurso inmenso del instante”, al igual que la “esbelta luz de marzo” puede sorprendernos “con pudor y descaro / de muchacha que sabe su irresistible hechizo”. Ahí está el mundo, pautando nuestra existencia, pidiéndonos respuesta porque, a veces, “viene hoy la realidad muy desvalida”.

“Salir es un entrar”, se dice unas líneas más abajo, y esta es una paradoja que define muy bien la actitud de quien contempla, enunciada en términos con regusto de la mística del XVI. Pero no debe pasar de ahí la referencia… Sánchez Rosillo tiene el vuelo racional de Jorge Guillén o la vehemencia conceptual del mejor Juan Ramón, corregidos por lo trémulo de Cernuda y la magia atenta de Machado (aquí tan deliberadamente perceptible en 'Sueño de una verdad'). Las cosas nos hablan de sí mismas, pero nunca son una vía hacia algo que las trasciende, pese a que -en Antes del nombre- Sánchez Rosillo haya distinguido entre la percepción del alma (cuando “ya no se advierte el parpadeo de las últimas luces del sentir”) y la que nos entra por el corazón, como lo hacen el “sollozo, gemidos, alegría, grito”. Las cosas también cantan (“¿quién dirá que no dicen / nada las cosas…?”), y somos sus contempladores quienes nos preguntamos si “¿sucede la belleza sin nosotros / o la crean los ojos al mirarla?”, o si “¿acaso tendrá sitio en mi estupor / tanta verdad, / verdad que es hermosura?” (lo que, por cierto, es una implícita cita de John Keats, “Belleza es verdad; verdad, belleza. Eso es todo”: una poesía contemplativa rigurosamente secular).

Los dos primeros libros de Sánchez Rosillo se titularon Maneras de estar sólo y Elegías; su obra completa, Las cosas como fueron. No ha desmentido el sentido profundo de esos marbetes en treinta y tantos años de perseverancia. Ahora la palabra “melancolía” menudea en los últimos poemas de Quién lo diría, tanto cuando escribe de un día concreto de su vida ('Crónica'), como cuando siente el estremecimiento de ayer al recordar a una amiga muerta ('En la luz de la vida') y al pintor Ramón Gaya ('Bajo el sol de la tarde'), o el breve encuentro con una estudiante, con piercing en los labios y unos grafismos chinos tatuados en el cuello. Los años han caído sobre este hombre metódico y silencioso, aunque “estoy a salvo en el ser interior que me sustenta”. Y sigue creyendo que el valle que tiene ante sus ojos –un verde intenso poblado siempre de pájaros, sus predilectos jilgueros, mirlos y estorninos- no es un valle de lágrimas y que el poeta es “alguien que está en el mundo y que lo canta”. Quién lo diría prosigue el dietario poético de su autor en admirable sostenido. Pocos escritores dejan en el ánimo el largo eco que atesoran sus poemas: los que se resuelven en cuatro versos, certeros como un haiku, o los que necesitan de una veintena y recobran, en hermosos endecasílabos, el aliento de la oda.

Eloy Sánchez Rosillo, Quién lo diría, Tusquets, Barcelona, 2015 (Col. Marginales 291, Nuevos textos sagrados).

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