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Veinte mil horas de Shakespeare

Sweet William, del británico Michael Pennington, deslumbra en el V Festival Shakespeare de Buenos Aires, que abre una sucursal en Uruguay

El actor Michael Pennington, en el Festival Shakespeare de Buenos Aires.
El actor Michael Pennington, en el Festival Shakespeare de Buenos Aires.

¿Cómo nace la vocación de un actor? ¿Por qué llega a sentir alguien que sin el teatro su vida será menos real, menos intensa? Michael Pennington, fundador en los años 80 junto con Michael Bogdanov de la English Shakespeare Company y un artista que lleva veinte mil horas interpretando y dirigiendo obras del autor de Hamlet, lo supo a los 11 años, según contó en Buenos Aires, durante el V Festival Shakespeare, que cerró el sábado. Esa cita anual, con actividades absolutamente gratuitas, ha ido creciendo en importancia desde 2011. Tanto, que sus propuestas más interesantes saltaron el Río de la Plata e integran hasta el sábado 7 el Primer Festival Shakespeare Uruguay.

Para Pennington (Gran Bretaña, 1943), Shakespeare fue primero "un impacto físico". Cuando a él solo le interesaba cómo saldría su equipo en el campeonato, sus padres lo arrastraron a ver Macbeth. "Fui de muy mal humor. Me senté en el teatro a oscuras y lo primero que escuché fue un alarido: se encienden las luces y aparece un hombre cubierto de sangre, que se desploma. Luego, tres mujeres hablando. Quedé absolutamente hipnotizado. Parecía una producción de Quentin Tarantino, pero había algo más: la música del idioma y el efecto que eso produjo físicamente en mí, en mi plexo", contó en un diálogo coordinado por Patricio Orozco, director del festival, horas antes de representar su unipersonal Sweet William.

Ese deslumbramiento es el que abre la obra y hace de la cercanía y el testimonio su fuerza más conmovedora. "Yo no tenía la más mínima idea de qué quería decir 'ocaso' pero sonaba desgarrador", recuerda Pennigton. De pie ante el público, en un escenario desnudo salvo por una silla que usa ocasionalmente para marcar pausas que hilvanan distintos temas, cuenta sin maquillaje su propia experiencia shakespeariana, ejemplificando con distintos monólogos algunos de los aportes más significativos del dramaturgo del siglo XVI. "La capacidad de contar por lo alto y por lo bajo, de pasar de la poesía excelsa al detalle casi trivial, algo que él hace por primera vez"; la potencia dramática del soliloquio que establece un nuevo pacto de lectura, "el público sabe que en ese momento el personaje va a decir su verdad". Y también, la habilidad de promover "un debate constante sobre la vida": "Romeo y Julieta no es sólo una historia de amor; se pregunta si un amor incondicional entre dos jóvenes es suficiente para reconciliar a dos familias rivales".

Hay dos momentos interpretativos especialmente eficaces en Sweet William. En uno, el actor recupera el diálogo entre la Reina Margarita y el duque de York, enfrentados por su ambición al trono en Eduardo VI. La mujer ha mandado a matar a Rutland, uno de los hijos de York, y le enrostra la muerte del niño, con cuya sangre tiñó un pañuelo. Actuando el papel de la despiadada Margarita, Pennington saca de un bolsillo un lienzo bermellón y desata en ese gesto la tragedia de un padre sin consuelo.

El otro es su interpretación del soliloquio de Ricardo III. Las palabras fluyen -" Mi cielo será soñar con la corona y mientras viva ver este mundo como un infierno...- y el actor se caracteriza en escena, mientras dice sus líneas: su brazo izquierdo se dobla, el cuerpo se inclina y le crece una joroba, su pie se trunca y comienza a renguear...

La actuación de Pennington, quien no dudó en calificar el festival de "extraordinario" por la originalidad de sus iniciativas, fue el punto más alto del encuentro bonaerense: ocho días de teatro, música, jornadas académicas y cine, destinados especialmente a acercar al máximo autor en lengua inglesa a nuevas generaciones, mediante bicicleteadas, caminatas y partidos de fútbol temáticos, inspirados en sus tragedias.

Aplaudido de pie por quienes disfrutaron de su clase magistral sobre el Bardo, recibió del festival el Premio Shakespeare ("para mí vale como un Oscar"), otorgado también este año a Norma Aleandro, primera dama de las tablas argentinas.

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