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Rodríguez Frade: “Algunos edificios envejecen como juguetes rotos”

El autor de la remodelación del Museo Arqueológico Nacional, defiende la responsabilidad del arquitecto y la dignidad artística del interiorismo

Anatxu Zabalbeascoa
Juan Pablo Rodríguez Frade en la cubierta del Museo Arqueológico Nacional, en Madrid.
Juan Pablo Rodríguez Frade en la cubierta del Museo Arqueológico Nacional, en Madrid.Luis Sevillano

Entre todos sus proyectos —del Museo de la Aduana que completa en Málaga o el Sefardí de Toledo (de 1995)—, el arquitecto Juan Pablo Rodríguez Frade (Madrid, 1957) cree que la rehabilitación del Museo Arqueológico Nacional, en Madrid, culminada hace unos meses, es el más importante de su carrera: “Somos responsables hasta del último tornillo”. Sin embargo, fue la remodelación del palacio de Carlos V como Museo de la Alhambra, Premio Nacional de Restauración hace 19 años, la que decidió su futuro: “Fue una apuesta por un arquitecto joven que cambió mi vida”.

Hoy recuerda ese cambio en el propio Arqueológico, que a los cinco meses de su reapertura ya había doblado el número de visitantes que tuvo el año pasado. Merece la pena ir a ver cómo los patios se han convertido en el corazón de las galerías dando nueva vida al edificio del XIX. Paseando por las salas, Frade recuerda que hubo un tiempo en que los arquitectos podían encontrar trabajo haciendo cola ante las oficinas del INEM. Allí consiguió él su primer encargo para el Ministerio de Cultura. Tras empalmar contratos temporales, le encargaron un pabellón sobre los Museos Estatales en París. De eso hace tres décadas. Pero él todavía considera que su carrera ha sido azarosa: “Si no hubiera encontrado ese trabajo podría estar haciendo centros de salud”.

Con todo, ese primer contrato lo llevó a tratar la arquitectura por dentro, una parte torpemente resuelta con frecuencia por algunos de los grandes proyectistas. La museografía era entonces una disciplina muy nueva: “Ahora ya no, pero en los años ochenta los museos los montaba el director”. Frade califica su trayectoria: “Lujosa: he estado en contacto con la gente que más sabe sobre arte y con las propias obras”. Naturalmente, ese contacto lo ha cambiado. “Aprendes a mirar y a valorar lo que han hecho los antepasados”, dice. Así, hoy es un arquitecto refinado, concienzudo, preciso. “Estás trabajando para gente que verá lo que hagas a medio metro de distancia. No te puedes permitir ser bruto”.

CUESTIÓN DE GUSTOS

1. ¿En qué edificio se quedaría a vivir?Me encanta mi casa, pero no me importaría pasar una temporada en Villa Mairea, de Alvar Aalto.

2. ¿A qué arquitecto de todos los tiempos invitaría a cenar? Juntaría a Palladio con Gehry en una misma cena.

3. ¿Cuál ha sido su mejor momento? El tiempo difumina la realidad, y aunque eso me hace tender a la nostalgia, constantemente sueño con aventuras futuras.

4. ¿Qué encargo no aceptaría jamás? El que hiciera necesario destruir un entorno natural cautivador.

5. ¿Qué libro no ha podido terminar? Ninguno de Tolkien.

6. ¿Qué está socialmente sobrevalorado? La inmediatez y la frivolidad, que no debería estar ni valorada.

7. ¿A qué arquitecto le daría el próximo Premio Pritzker? A David Chipperfield.

¿Cree que buena parte de la arquitectura está pensada de puertas para afuera? Frade responde afirmativamente. En parte por el ego de los arquitectos y en parte por la irresponsabilidad social: “Es la sociedad la que decide quiénes son sus ídolos y, en los últimos años, algunos arquitectos han tenido trato de estrella del pop”.

Considera que cuidar más el exterior de un edificio que el interior es descuidar al usuario y pensar más en el aplauso, en el inmediatismo. Por eso argumenta que conceder premios a los edificios pasado un tiempo (como hacía el desaparecido Premio Década que ideó el arquitecto Oscar Tusquets para galardonar obras que hubieran cumplido 10 años) cambiaría la historia de la arquitectura. ¿Por qué? Porque responsabilizaría al arquitecto: “Antes íbamos todos a ver la ampliación de la Tate de Liverpool, de James Stirling, que no ha sabido envejecer. Algunos edificios envejecen como juguetes rotos”.

A pesar de estar en contra de las modas arquitectónicas, o precisamente por eso, Frade discrepa de una idea que hoy se cuestiona poco: no cree que el arte contemporáneo necesite un entorno neutro. “La museografía tiene que tener intención. Los espacios que recordamos con emoción la tienen”, sostiene.

Tradicionalmente, la rehabilitación, la restauración y el interiorismo eran considerados géneros menores de la arquitectura. Sin embargo, los últimos premios (el Mies van der Rohe, concedido al Neues Museum de David Chipperfield, o el Pritzker para el chino Wang Shu, que defiende el reciclaje de materiales) están dando la vuelta a esa idea. Frade tiene claro que lo mayor es lo que logra emocionar. “Hay sitios pomposos que te emocionan y también lugares sobrios que consiguen ese efecto. No importa el tamaño ni el estilo”. Y desmiente también que quien trabaja un interior deba ser perfeccionista. “No me gusta la perfección en nada. Ni en las relaciones personales, ni en la música ni en el arte. Me gustan más las acuarelas de Delacroix que los óleos. Me gusta hacer las cosas bien, pero sin obsesión. La obsesión no deja respirar”.

Frade advierte además contra la falsa modestia. “Yo no soy modesto. Pero mi obra sí tiene claro que algunos edificios han llegado a nuestros días por algo. Si viniera Jareño aquí [Francisco Jareño y Alarcón, el autor del edificio que comparten la Biblioteca Nacional y el Museo Arqueológico en Madrid] me gustaría que pensara que el edificio sigue siendo suyo”. ¿Cómo actualizar sin traicionar? “Actuando con naturalidad. Eso es lo más difícil en arquitectura. Y en casi todo. Lo tienen algunos actores, algunas músicas y algunos paisajes. Lo pueden tener también algunos edificios. Tiene que ver con que no se note mucho el esfuerzo”.

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