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UNIVERSOS PARALELOS
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Una explosión de ira

Diego A. Manrique

Nochevieja de 1977: el guitarrista Nile Rodgers y el bajista Bernard Edwards, vestidos de Cerutti y Armani, acudían a la fiesta del Studio 54, donde actuaba Grace Jones. La diosa de ébano quería conectar con Rodgers y Edwards, para producir su siguiente álbum. Ellos estaban en vena: como parte de Chic, reventaban pistas con Dance, dance, dance (yowsah, yowsah, yowsah).

Para Rodgers y Edwards, una rara oportunidad de combinar trabajo y placer. El Studio 54 funcionaba como paraíso en la tierra para los neoyorquinos ricos o famosos: la puerta era inaccesible para desconocidos (y menos en esas fechas). Efectivamente, no se alzó la soga de terciopelo que separaba a los aspirantes de los elegidos: en las listas, no aparecían sus nombres.

Frustrados, volvieron al apartamento de Nile en la calle 52. Había alcohol y unos gramitos de sustancias para celebrar la entrada del año. Pero no tenían cuerpo de fiesta. Estaban furiosos y se desahogaron tocando. Les salió un tema volcánico, que vituperaba las prácticas elitistas del Studio 54. Mandaban a la mierda a aquellos gorilas y sus jefes: aaah... fuck off!

Unos meses después, rebautizada Le freak, la pieza era número uno, camino de convertirse en el single más vendido de la historia de su discográfica, Atlantic Records. Habían desaparecido las palabrotas y hasta se incluía una mención amable al 54.

Es una anécdota definitoria de las realidades ocultas tras la cara sonriente de la disco, aparte del recordatorio de que no siempre había mercenarios en la trastienda de aquella música. Rodgers y Edwards eran profesionales baqueteados que traían a su oficio una actitud, me atrevería a decirlo, punky. Y una alquimia funky: instrumentistas que improvisaban hasta destilar una base gomosa, dura como el diamante (aunque luego se endulzara con metales, cuerdas, voces femeninas).

Uno esperaba encontrar esas historias en el box set de Chic, recién salido y titulado Savoir faire. Pero no. Aunque lleva la garantía de Rhino, el sello historicista de Warner Music, se trata de un producto endeble. Se nota el declive de la industria discográfica: aunque deberían mimar al decreciente público que adquiere sus productos, sus estándares han bajado. Savoir faire no tiene aparato crítico, aparte de un texto trivial de Nile Rodgers, mantenedor de la marca Chic tras la defunción de Bernard.

En realidad, en 2009 se diezmó el equipo de Rhino, con base en California. Savoir faire ha sido confeccionado por la sucursal francesa de Warner. Eso explica ocurrencias positivas, como recuperar las producciones disco de Sheila, antigua reina ye-yé, y deslices ruborizantes: cinco temas se presentan en remezclas de Dimitri From Paris. Caramba, si uno busca un Best of Chic, preferiría que respetaran los originales.

Y aún, con todas las pegas, Savoir faire ofrece la esperada panorámica de la llamada Chic Organization. Uno de esos momentos en que unos músicos captan el zeitgeist: el sensualismo interracial, interclasista y polisexual que desataba la disco music.

Se sabe que Nile Rodgers, al menos, sí disfrutó del festín babilónico. Pero su hedonismo no interfirió con el ritmo de trabajo de Chic: entre 1977 y 1983, empaquetaron siete elepés bajo su nombre y ocho para otros. Savoir faire mezcla, sin sobresaltos, los temas de Chic con las producciones para Norma Jean, Sister Sledge, Debbie Harry, Diana Ross y, atención, Johnny Mathis.

Así que Savoir faire ofrece las dos caras. Desinfla muchos de los alardes de Rodgers, que aludía a su paso por los Black Panthers para explicar el supuesto carácter subversivo de las letras de Chic (y no, nada de eso: tienden a ser funcionales, diseñadas para la coyuntura). Pero confirma el estado de gracia de aquel colectivo, creador de música orgánica, pura geometría del placer.

Insisto, aquí se olvidan demasiados detalles relevantes. Por ejemplo, que su fórmula era tan omnipresente que apareció como fondo instrumental del primer éxito del hip-hop, el célebre Rapper's delight. El Sugar Hill Gang rapeaba sobre Good times, de Chic, tocado por una banda de estudio. Amenazando con la artillería legal de Atlantic, Rodgers y Edward lograron firmar como autores únicos de Rapper's delight. Las historias ejemplares del negocio musical hablan de blancos desplumando a negros; se olvida que los creadores negros podían ser igualmente despiadados.

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