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crítica de 'un amor entre dos mundos'
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Las leyes de la atracción

Película imperfecta, pero repleta de afortunadas ideas visuales

Hijo de Fernando Solanas que adquirió su formación durante el exilio francés de su padre, Juan Solanas había dado buena muestra de su gusto por los universos excéntricos y las historias románticas con el corto, galardonado en Cannes, que le sirvió de carta de presentación: El hombre sin cabeza (2003), trabajo cuya estética bebía de las claves de la historieta francesa pos-Métal Hurlant, en sus variantes más líricas, pero que se formulaba en una clave afectada, bastante próxima a los flancos más débiles de un Jean-Pierre Jeunet. La mirada social de Nordeste (2005), su primer largo, con su particular atención a un progreso capitalista que dejaba el humanismo en la cuneta, también se suma al heterodoxo cóctel que propone Un amor entre dos mundos, una película imperfecta, pero repleta de afortunadas ideas visuales que, en buena medida, parece funcionar como sintético compendio de lo que, hasta el momento, ha explorado la carrera del cineasta.

UN AMOR ENTRE DOS MUNDOS

Dirección: Juan Solanas.

Intérpretes: Jim Sturgess, Kirsten Dunst, Timothy Spall, Niel Napier.

Género: ciencia ficción. Francia, Canadá, 2012.

Duración: 100 minutos.

Producción francocanadiense de vocación excéntrica, Un amor entre dos mundos parece apostarlo todo a la plasmación de un mundo escindido entre dos opuestas fuerzas gravitatorias: la idea no deja de espolear preguntas problemáticas en la cabeza del espectador inquieto, pero abre la puerta a un repertorio de imágenes que permite a Solanas hablar, al mismo tiempo, de lucha de clases, explotación y de insólitas variantes de ese amor cortés, donde la unión de los amantes se ve constantemente desafiada no solo por el marco social, sino también, aquí, por una geografía que exacerba, por la vía de lo improbable, los ecos de la pintura romántica. Las imágenes de Jim Sturgess y Kirsten Dunst besándose en los picos tormentosos, cada uno de ellos atraído por la gravedad de su mundo respectivo, merecen el esfuerzo de tragarse las no pocas debilidades del conjunto.

Solanas sucumbe al narcisismo de autocitarse de manera demasiado explícita y, en alguna que otra ocasión, cae en el gag obvio —como en la escena de la micción que empapa el techo—, pero, aunque la trama se vaya diluyendo y la lógica de su universo no siempre cuadre, localizaciones como la del club de tango en la frontera gravitatoria revelan legítima poesía bajo su poco funcional barroquismo estético.

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