Yasmina Reza: “El éxito no es una confirmación del talento”
La dramaturga francesa habla sobre su teatro, el oficio de escribir y su familia judía, felizmente desenraizada
Yasmina Reza (París, 1959) parece incómoda con el éxito que le llegó siendo apenas treintañera y que no le abandona. Hoy, con 53 años, es una autora consagrada que ha recibido los principales premios de teatro, en Francia, Reino Unido y Estados Unidos, y que ha visto ampliadas sus audiencias gracias a la versión cinematográfica de Un dios salvaje, realizada por su amigo Roman Polanski. Reza se niega a analizar y a explicar sus obras, en esta entrevista que concede coincidiendo con la aparición en español en un único volumen de Tres versiones de la vida y Una comedia española, publicados por Alba en su colección Artes escénicas/Textos, en la que ya se ha editado Un dios salvaje. La escritora responde por Internet a un cuestionario de preguntas del que pide se excluya cualquier alusión a las pasadas elecciones francesas. Celosa de su imagen, Reza escoge también la fotografía que ilustrará el texto.
Yasmina Reza escribió Arte, su primer gran éxito internacional, en seis semanas, en 1994. ¿Le costó digerir la fama o podríamos decir, parafraseando a Giulio Andreotti, que el éxito desestabiliza al que no lo tiene?
—El éxito no es, evidentemente, un acontecimiento que se pueda aceptar de manera neutra. Es algo que “desestabiliza” en el sentido literal del término, como todo deseo que llega a realizarse. El éxito provoca muchos malentendidos. Entre la gente que te admira, muchos lo hacen por razones que, en tu opinión, no son las correctas. Esa es la razón de que no proporcione seguridad. Nunca he pensado que el éxito sea una confirmación del talento.
No todas las obras de Reza —que ha explorado también la novela con Hammerklavier, Una desolación o Adam Haberberg— han sido éxitos fulminantes. Sin embargo, hay pocos casos en la literatura actual en los que un autor sintonice de una manera tan rotunda con el público en diferentes formatos. Reza demostró dominar el relato periodístico con su libro El alba la tarde o la noche, sobre el expresidente francés Nicolas Sarkozy, al que siguió durante toda la campaña previa a las elecciones de 2007. Un libro que se vendió en Francia como rosquillas. Su retrato no totalmente negativo de Sarkozy, como ella descendiente de inmigrantes judíos, no gustó demasiado a la izquierda.
Los grandes actores no dejan de sorprenderme. Me asombran, van más allá de lo que yo esperaba”
Pero es el teatro, y su retrato de las clases medias acomodadas y aparentemente triunfadoras y civilizadas, lo que le ha convertido en un nombre de referencia. Piezas que indagan en las trampas de la existencia, como Tres versiones de la vida, escrita en 2000, que trata de los sacrificios que exige la sociedad al que quiere llegar a lo más alto. ¿Puede el talento evitar esa servidumbre? “Es difícil responder de una forma general. En lo que me concierne, no he tenido en cuenta nada más que mi cabeza”, responde la escritora. “Nunca he escrito nada que no hubiera nacido de un deseo personal. He sido muy solicitada, pero creo que me resulta más fácil decir no que sí”.
Reza no exagera. Desde mediados de los años noventa ha sido cortejada por multitud de directores, ansiosos de llevar sus obras a la escena, o al cine. En Estados Unidos se la presentó como una mezcla de Molière y Woody Allen. Una combinación que ni siquiera toma en cuenta. “No tengo una mirada analítica sobre lo que hago. Mis textos puramente literarios no tienen nada que ver con esas comparaciones”, dice. Tampoco es partidaria de dar nombres cuando se le pregunta por los autores que prefiere. “No me gusta citar a escritores contemporáneos porque siempre que lo hago, enseguida pienso ¡oh, me he olvidado de aquél!”.
Incómoda con su perfil de triunfadora, reforzado con el estreno de Un dios salvaje, escrita por encargo y en pocas semanas, en 2006, se niega a abordar el tema cuando se le pregunta cómo ha conseguido conquistar a los espectadores de medio mundo. “No lo sé. No lo percibo así”. ¿Tendrá algo que ver con su capacidad de describir personajes de un mundo global? ¿Acaso no podrían ser, aparte de parisienses, londinenses, neoyorquinos o madrileños los tres amigos de Arte, o las dos parejas de Un dios salvaje?
—Sinceramente, no me corresponde a mí contestar eso. No soy socióloga. Y me niego a ser una comentadora parásita de mis escritos.
Su éxito internacional fue visto con cierta suspicacia en Francia. En 2009, en declaraciones a The New Yorker, se quejó de los periodistas de izquierdas “en cuya opinión el éxito es de derechas”. ¿Quizás les molesta su desprecio por la intelectualidad francesa?
—Perdone, pero de nuevo me resulta difícil contestar, porque la situación es complicada y está evolucionando. El éxito, en Francia, pero creo que también en otros países, es percibido, a veces, erróneamente, como falta de integridad. Usted me asocia con el éxito porque me habla de textos que han dado la vuelta al mundo. Pero también he escrito cosas que me gustan tanto o más, que han funcionado de una manera más modesta. Por otra parte, siempre me las he arreglado para no ser prisionera de un solo género. No desprecio a los intelectuales lo más mínimo. Al contrario. Pero no tenemos el mismo oficio. El intelectual se ocupa de pensar el mundo, intenta descifrarlo, acosa una verdad oscurecida. El escritor critica el mundo, lo interpela, busca su propia verdad que no tiene el menor valor de ejemplo. El escritor no es un intelectual.
Un aspecto fundamental de sus obras es que sus personajes no son buenos ni malos en estado puro. Solo personas comunes. Simples ciudadanos, miembros de una sociedad desarrollada, más proclives quizás, por ese motivo, a sufrir episodios de violencia. “No. El principio de la civilización, de todas las civilizaciones pasadas y presentes, es contener la violencia, el salvajismo inherentes al hombre”, precisa la autora.
Podría pensarse, leyendo sus obras, que Yasmina Reza está más interesada por el universo masculino que por el femenino. “Durante mucho tiempo me sentía más protegida creando personajes masculinos. Pero desde hace años ya no es el caso”, aclara ella. “Mi última obra, Comment vous racontez la partie (Cómo cuenta usted la partida), tiene como heroína a una mujer. Una comedia española explora más a las mujeres que a los hombres”.
En Una comedia española habla de actrices, un territorio que conoce bien Reza, que estudió interpretación en la escuela Jacques Lecoq de París, y ha probado varias veces lo que se siente sobre un escenario. Una experiencia que califica de “esencial”, en su obra. “No habría escrito nunca de la manera que lo hago, en mi opinión muy económica, si no hubiera tenido la experiencia de la interpretación. Escribo dejando un hueco muy importante a los silencios, al subtexto, a todo lo que acompaña a las palabras y puede ser utilizado por el actor”. En cuanto a los actores, declara su “afecto” sin fisuras por su trabajo. “Les debo mucho. Pienso en ellos cuando escribo teatro. Les doy lo que me parece mejor para la interpretación futura, pero los grandes actores no dejan de sorprenderme. Me asombran, van más allá de lo que yo esperaba. He tenido la suerte y el privilegio de ver mis obras interpretadas por grandes actores en diferentes idiomas. Siempre me han enseñado mucho. Incluso sobre el sentido profundo de mi escritura”.
Y sin embargo, abandonó con gusto una profesión que ha calificado de “desastrosa” por el grado de dependencia que conlleva. Reza, madre de dos hijos, Alta, abogada penalista de 23 años, y Nathan, aspirante a cantante, de 19 años, nacidos de su relación con el cineasta Didier Martiny, se ha distinguido siempre por su espíritu independiente y su interés por probar su talento en todos los frentes.
En 2009 dirigió una película, Chicas, basada en Una comedia española. El filme pasó desapercibido, pero la escritora se declara satisfecha. “Me encantó. No tengo la impresión de haber hecho algo diferente de lo que hago normalmente. Tenía la impresión de estar escribiendo de otra manera, con otras herramientas”. Chicas cuenta la historia de una madre, con algunos rasgos de la propia madre de la autora, y de sus hijas. Y es que su familia es un tema importante para la escritora.
“Mis orígenes son muy complejos”, cuenta. “Mi padre era judío de Samarcanda, nacido en Moscú. Mi madre es húngara y también judía. Tengo la herencia doble de los sefarditas y de los asquenazis. Sin embargo, ninguno de los dos era religioso ni interesado en las tradiciones. Mi familia era la quintaesencia de la familia cosmopolita, feliz de no estar cargada de raíces. Lo contrario de lo que la mayoría de la gente busca”. La falta de raíces, el sentirse un poco externa a la sociedad en la que nació (un suburbio de clase media de París), ha marcado su obra. A tenor de su éxito, habría que decir que de manera positiva, pero Reza lo considera irrelevante en su trabajo. “Todo es bueno para un escritor. Funciona con lo que tiene. El escritor no depende en absoluto del contexto. Para un escritor es buena tanto la guerra como la vida tranquila. De todos modos, por definición está mal adaptado”.
Tres versiones de la vida / Una comedia española. Traducción de Natalia Menéndez y Fernando Gómez Grande. Alba. Barcelona, 2012. 136 páginas. 18 euros (electrónico: 11,99).
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