Olas de calor

En primera línea del calor extremo en España

El aumento de las temperaturas por el cambio climático tiene consecuencias para toda la sociedad, pero hay un grupo de población más expuesto a ese infierno: los que trabajan en la obra, en el campo, en invernaderos… En algunos puntos del país ya se están tomando medidas drásticas, como desplazar la actividad a la noche, un anticipo de lo que está por venir

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En primera línea del calor extremo en España

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“La temperatura te altera a ti y a todo. Vendimiamos de noche porque la calor de día ya es irrespirable”. El capataz Fernando Rodríguez avanza los motivos que hace más de una década llevaron a la bodega Luis Pérez, de Jerez de la Frontera (Cádiz), a poner a sus vendimiadores a recoger la uva por la noche. El sol muere tras la sinuosa colina de la viña El Corregidor, el termómetro apenas marca 26 grados en descenso y el viento de poniente acentúa el frescor. Pero ese mismo terreno, apenas unas horas antes, no era tan agradable. “Aquí se pueden alcanzar unos 45 grados al mediodía. Eso no se soporta”, resume Jesús Odero, uno de los jornaleros que, a las órdenes de Rodríguez, corta los racimos de uva merlot.

El impacto de la subida global de temperaturas tiene rostros que trabajan al aire libre y en verano padecen más que nadie las llamaradas de calor. En 52 ciudades de España esa subida ha sido de 0,73 grados la última década respecto al periodo 1981-2010, y de 0,58 grados en el conjunto del país, según el último informe del Observatorio de la Sostenibilidad. Ciudades como Lleida (+1,7 grados), Jaén (+1,4) y Barcelona (+1,3) encabezan una triste lista elaborada con los datos de la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet), y que da la razón al temporero jerezano.

El vendimiador Jesús Odero en una reciente recogida de uva nocturna en Jerez de la Frontera, Cádiz.
El vendimiador Jesús Odero en una reciente recogida de uva nocturna en Jerez de la Frontera, Cádiz.JUAN CARLOS TORO

“Mucha gente trabaja en condiciones de sobrecarga térmica”, dice Claudia Narocki, socióloga experta en salud laboral del instituto Istas de CC OO, “y si las exposiciones son repetidas, esto tiene un impacto a largo plazo en la salud, en el sistema renal, cardiovascular y respiratorio, está muy documentado”. Un metanálisis (revisión de datos de otros 111 estudios previos) con 447 millones de trabajadores y publicado por la revista The Lancet estimó ya en 2018 que el 35% de las personas que trabajan bajo estrés térmico sufren síntomas como la deshidratación. Sin embargo, a pesar de las evidencias, la adaptación de estos trabajadores al aire libre en sectores como la agricultura o la construcción, no resulta sencilla.


Odero tiene 64 años y comenzó a vendimiar con apenas 15. En ese medio siglo de lapso, mucho ha cambiado en su faena por el cambio climático. El jornalero recuerda cómo, en su juventud, las temperaturas hacían viables turnos diurnos partidos en los que incluso paraban para comer. “Pero hoy no se puede estar”, apunta uno de los nueve integrantes de la cuadrilla. Ese fue uno de los motivos que impulsó a las bodegas Luis Pérez a cambiar sus vendimias manuales a la noche, en turnos de las 20.30 a las 4.00 para sus variedades de tinto. Rodríguez recuerda ese punto de inflexión: “No daba tiempo ni a enfriar la uva y hubo una vendimia en la que no había ni agua para dar abasto a la gente. Nos dimos cuenta de que había que hacer el cambio”.

Odero agradece la conversión de la bodega: “Se trabaja más cómodo y más rápido”. Aunque el vendimiador asegura que los que trabajan en el campo ya tienen “el cuerpo preparado para el calor”, pocos son los que pueden presumir de no haber sufrido insolaciones. “Yo ya sumo cuatro”, apunta Rodríguez, de 59 años. Además, el trabajo nocturno suma para el trabajador la ventaja de ganar un plus que mejora el salario de algo más de 50 euros al día que gana un jornalero en la vendimia de Jerez. El sistema debe de compensar, pues ya no son la única empresa jerezana que ha abrazado la noche para escapar de las perniciosas temperaturas diurnas de las viñas.

“Aquí se puede alcanzar unos 45 grados al mediodía. Eso no se soporta”
Jesús Odero, vendimiador

El real decreto de 1997 que regula las condiciones de los lugares de trabajo marca la frontera térmica de los 27 grados, temperatura que las empresas deben garantizar como límite máximo en las oficinas y almacenes, pero el campo, una obra o la calle escapan a esta norma. A diferencia del medio rural, las ciudades suman al cambio climático el efecto de la isla de calor —diferencia térmica respecto al entorno—, cuyo principal parámetro es el número de habitantes.

Isabel Góngora, controladora de aparcamientos en Sevilla de 32 años, pasea con una mochila que tiene una cantimplora llena de agua congelada al salir de casa. “En mis seis años trabajando he notado que el verano empieza antes, en mayo, y ahora a las 9.00, cuando empiezo, ya hace calor, y antes no era así”, reflexiona. Sus horas críticas son de 14.30 a 19.00, cuando deben estar en la calle paseando y además permanecer visible para los clientes. “Hace un mes me dio una bajada de tensión del calor a las 13.00, estábamos en alerta y hacía 35 grados o más”, relata.

Isabel Góngora, controladora en una zona azul de estacionamiento en Sevilla.
Isabel Góngora, controladora en una zona azul de estacionamiento en Sevilla. PACO PUENTES

El Observatorio de la Sostenibilidad achaca la subida de temperaturas en la capital andaluza a su “rápida urbanización” entre 1987 y 2002, al sustituir “áreas más abiertas y con vegetación” por “superficies impermeables como edificios, carreteras y estacionamientos”.

“Hace un mes me dio una bajada de tensión del calor a las 13.00, estábamos en alerta y hacía 35 grados o más”
Isabel Góngora, controladora de estacionamiento regulado

Varias calles más al este, el gruista Daniel Cordero coincide con Góngora: “El verano siempre ha sido verano, pero se nota el cambio climático, se nota la subida del calor”. Está en la séptima planta —y por ahora azotea— de un edificio en construcción, es mediodía e intenta protegerse del bochorno. “Acabo de echarme una garrafa de agua por encima porque hoy hace un calor horrible”, comenta. En la obra hay una caseta habilitada como “zona de descanso” con nevera, máquina de agua, aire acondicionado y aplicadores con crema solar colgados de la pared.

Cordero, delegado sindical en la obra sevillana, asegura que las victorias de los albañiles para contar con medidas preventivas que minimicen el calor “son todas a base de pelear con el empresario”. “He visto a tres personas cubriendo a otra que había sufrido un golpe de calor porque no había sombrilla. Y eso no es dinero para el constructor”, lamenta. En su azotea hay dos sombrillas grandes, un aseo portátil y una máquina con bidones de agua, pero no todas las empresas facilitan que sus empleados se refresquen e hidraten con frecuencia. Narocki, de CC OO, insiste: para esquivar la subida de las temperaturas, las empresas deben facilitar la adaptación de sus trabajadores. “El Gobierno debería ser más taxativo con la obligación de las empresas para planificar medidas. Todavía hay empleadores que lo ignoran y su productividad se ve mermada”.

El convenio de la construcción en la provincia de Sevilla impone un descanso de cinco minutos cada hora para las cuadrillas y prohíbe trabajar entre las 14.30 hasta las 23.00. Sin embargo, se sigue asfaltando carreteras por la tarde con altísimas temperaturas, incumplimientos que los sindicatos denuncian ante la Inspección de Trabajo, organismo que este verano ha lanzado una campaña con 137.000 cartas para prevenir los golpes de calor en la construcción y la agricultura. Mercedes Santoja, responsable de Hábitat en CC OO, que ha denunciado este verano a 50 constructoras solo en Andalucía, censura: “Nos llegan trabajadores con problemas de salud por seguir trabajando por la tarde, pero todos con miedo. La muerte está detrás de cada esquina”. “Muy poquitas empresas cumplen el convenio, pero algunas incumplidoras son grandes, y obligan a sus obreros a estar por la tarde”, añade.

El gruista Daniel Cordero, arriba con chaleco naranja y abajo bebiendo agua, en una obra en Sevilla.
El gruista Daniel Cordero, arriba con chaleco naranja y abajo bebiendo agua, en una obra en Sevilla.PACO PUENTES

Julio Díaz, director de la nueva Unidad de Referencia sobre Cambio Climático, Salud y Medio Ambiente Urbano del Instituto de Salud Carlos III de Madrid, explica cómo, aunque las muertes por el calor están bajando en España por la puesta en marcha de medidas de adaptación, esto no es así para una parte de la población. “El efecto del calor baja en todos los grupos de edad, pero en el tramo de 18-44 años se ve que sube el riesgo de muerte”, incide el epidemiólogo, que ha estudiado el caso de Madrid. Según señala, esto corresponde al grupo de edad más expuesto a trabajos muy exigentes con temperaturas extremas, como puede ser la agricultura o la construcción. “Lo importante no es el número de muertes en sí, sino la tendencia, que no se ve cuando se trata del frío”.

“Nos llegan trabajadores con problemas de salud por seguir trabajando por la tarde, pero todos con miedo”
Mercedes Santoja, responsable de Hábitat en CC OO


Otro lugar complicado por el calor es el interior de los invernaderos. Javier Santana, de 52 años, dice que nació entre plásticos. Su padre creó la empresa Viveros Santana en 1976 y él empezó a ayudar “ya de chiquillo”. Es un trabajo duro, como toda recogida, agravado por realizarse bajo plástico. Sus 20 hectáreas de plantones de boniatos se despliegan por Vélez-Málaga a 10 kilómetros en línea recta de la playa. A las diez de la mañana se rozan los 25 grados casi cualquier día de verano. La hidratación es básica entonces para el trabajo: el calor y la humedad sofocan. “Imagina cuando la temperatura aumenta: dentro del invernadero te quemas”, asegura.

Javier Santana en uno de los invernaderos de boniatos de Vélez Málaga.
Javier Santana en uno de los invernaderos de boniatos de Vélez Málaga.Garcia-Santos

No hace falta imaginar demasiado porque el viento de terral empuja hacia arriba los mercurios con frecuencia en el litoral malagueño. Y el año pasado, los termómetros batieron en esta zona los registros históricos al alcanzar una máxima de 45,7 grados. Afortunadamente, fue en domingo, por lo que apenas había trabajadores en una comarca, la Axarquía, donde la superficie bajo plástico crece cada año y ya se acerca al millar de hectáreas. “Hubiera sido imposible trabajar en esas condiciones”, asegura Javier Santana hijo, gerente de la compañía familiar.

“Imagina cuando la temperatura aumenta: dentro del invernadero te quemas”
Javier Santana, agricultor en invernaderos

Santana padre asegura que en las casi cinco décadas que lleva trabajando en invernaderos no ha notado especialmente el aumento de las temperaturas. “Ahí dentro, un par de grados más o menos apenas se notan”, subraya. Eso sí, la agricultura intensiva se ha ido adaptando al calor y desde hace unos años es habitual encalar las cubiertas, ya que la capa de cal reduce la temperatura entre 10 y 12 grados en el interior. Además, sus jornadas arrancan de madrugada y se detienen sobre las una de la tarde, cuando “no se puede más”. En picos de trabajo, el horario laboral se parte para evitar las horas centrales del día. “Son formas de ir adaptándonos al duro clima”, explica mientras pasea por unos invernaderos que muestran una alfombra verde de brotes de boniatos que tienen como destino principal Cádiz, pero que también viajan por Europa, África y Latinoamérica.

Ángel Jesús Callejón-Ferré, investigador de la Universidad de Almería, estudia desde hace años las condiciones laborales dentro de los invernaderos, que en su provincia ocupan a 76.000 personas, según la Organización Interprofesional de Frutas y Hortalizas de Andalucía (Hortyfruta). En uno de sus trabajos, Callejón-Ferré ha llegado a medir temperaturas cercanas a los 50 grados debajo de los plásticos. Sus datos recogidos las 24 horas del día a lo largo de cinco años indican que a partir de 40 grados existe una “gran incomodidad” para el trabajador y que a partir de 45 la situación se vuelve peligrosa. Ambas se superan de junio a septiembre en momentos puntuales entre las 12.00 y las 17.00. Julio y agosto son los meses que registran las más altas temperaturas en los invernaderos, generalmente cinco o seis más que los que marcan los termómetros en el exterior al sol.

Para el investigador, las situaciones de estrés por calor son la excepción, ya que sus mediciones indican que durante la mayor parte del año las condiciones laborales son aceptables. Sin embargo, para evitar golpes de calor y situaciones arriesgadas en los peores momentos, en un estudio publicado en la revista Applied Ergonomics en enero de 2011 ya recomendaba, precisamente, lo que hace la familia Santana: ajustar horarios desde finales de primavera a comienzos de otoño para que sobre las doce del mediodía o una de la tarde ya no haya nadie trabajando e incluso rotar a la plantilla para que los empleados pasen el menor tiempo posible en el recinto cuando sea imprescindible acceder en verano, generalmente por tareas de mantenimiento.

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