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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Qué pasa con el medio ambiente en España?

Estamos llegando al punto en el que dejaremos de darle palos a la naturaleza, pero solo porque cada vez hay menos espacio donde atizar

Peces muertos en una playa del mar Menor, en Murcia, en octubre de 2019.
Peces muertos en una playa del mar Menor, en Murcia, en octubre de 2019.Marcial Guillén (EFE)

Históricamente, los españoles nunca nos hemos distinguido por nuestro respeto por la naturaleza, salvo en su condición de reserva de recursos naturales y de vertedero inabarcable. En puridad, como decía Miguel Delibes, las relaciones del hombre con la naturaleza, como las relaciones con otros hombres, siempre se han establecido a palos. Pero es difícil saber si esa actitud tiene un origen genético, aunque parece improbable, o, simplemente, es el resultado de tener una naturaleza envidiable, unos paisajes admirables y una flora y fauna excepcionales, de los que abominamos posiblemente por su gratuidad. Y es tan español aquello de despreciar lo que nos viene dado sin esfuerzo alguno.

Curiosamente, entre los temas que llegan a los despachos jurídicos, juzgados y fiscalías de España se entremezclan asuntos objetivamente graves y muy serios con valoraciones del tipo de: “Es que los operarios del Ayuntamiento han cortado la rama de un árbol que rozaba graciosamente la ventana de la habitación de mi hija, cometiendo con ello un delito ambiental”. La prensa diaria ofrece muy interesantes ejemplos al respecto.

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No sé qué me lleva a pensar que hay algo realmente extraño en la actitud de los españoles frente al medio ambiente. A veces tengo la impresión de que el español de a pie vive en dos dimensiones espacio-temporales: una como feliz consumidor de todos los bienes y servicios que nos proporciona la sociedad moderna, de los que no puede prescindir, y, otra, como frustrado ambientalista, consciente de que algo no está haciendo bien, aunque aun así es incapaz de cambiar de modo de conducta. Y es que la zona de confort, aun a diferentes niveles, es mucha zona de confort, por más que conceptos como el calentamiento global, el agujero de la capa de ozono u otros muchos vengan siendo repetidos, de manera casi machacona, por numerosos medios de comunicación. Al final todo ello, y aun a fuerza de insistir, hace el mismo efecto que si pasara un carro, como se solía decir en mi querido pueblo natal, en un contexto profunda y arraigadamente agrícola.

Es interesante reseñar, confirmando lo dicho, que si por algo se caracteriza la conciencia medioambiental de los españoles, es por su debilidad, según un interesante estudio publicado en el año 2010 por el Centro de Investigaciones Sociológicas. Según sus conclusiones: “Si se parte de la consideración de que el ciudadano ecológico es aquel en quien concurren no solo el cumplimiento de las obligaciones legales ambientales, sino también un cierto número de virtudes morales y disposiciones prácticas hacia el entorno, se constata que el ciudadano ecológico español —todavía— no existe. Y esta ausencia constituye un evidente obstáculo para la transición de la sociedad española hacia la sostenibilidad”. Y, seguramente, poco hemos cambiado desde el año 2010 hasta hoy.

Por si esto fuera poco, tampoco tenemos ningún líder paradigmático y arrebatador que nos dirija por la, ¿correcta?, ruta ambiental, que nos haga replantearnos nuestro modus vivendi o, lo que es más simple, nos inste a recapacitar sobre tan penosa situación. Esto tampoco me sorprende en absoluto porque además, posiblemente, ni los queremos. Recuerdo las inacabables sorpresas de Gerald Brenan, al regresar a España en el año 1949, tras su precipitada huida en plena Guerra Civil, y reencontrarse con paisajes, lugares y, sobre todo, con gente que había conocido en sus estancias previas. Todo ello lo plasma admirablemente en su magnífico libro La Faz de España. La visita, acompañado de su esposa, se concentró por el sur y centro de la Península. Pero, sobre todo, recuerdo la zozobra del autor cuando al llegar a Córdoba, tras una frustrante estancia en Málaga, y preguntar por el poeta Luis de Góngora y Argote, aprovechando que visitaba su ciudad natal, acaba declarando: “Hasta que conocí a don José Rey fui incapaz de conocer a una sola persona en Córdoba que hubiera oído hablar de Góngora”. Lo más inquietante es la frase que sigue, cuando Brenan expresa, sin tapujos, lo siguiente: “Sospecho que en el fondo ningún español cree realmente que existen los grandes hombres, o si lo cree, se resiente de ellos. Si se tomara la molestia, piensa, él podría hacerlo tan bien o mejor.” Su reflexión es apabullante…

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Y no es que estemos desnortados, porque, como acabo de decir, información la hay, además de sobra y al alcance de todos, solo que no queremos salir de nuestra zona de confort. Así de simple.

Lamentablemente me temo que estamos llegando al punto en el que dejaremos de darle palos a la naturaleza, pero solo porque cada vez hay menos espacio donde atizar y, en breve, será la propia naturaleza la que empezará a darnos palos a nosotros. Y si no, ojo al dato, emulando a aquel polémico y afamado periodista deportivo que tanto debate provocaba. Por cierto, qué pena que aquellos debates sobre el deporte en las ondas no se reflejen hoy, ni por asomo, en lo que a la conservación de la naturaleza se refiere. Es más que evidente que no nos importa tanto… ni de lejos.

Antonio Vercher Noguera es el fiscal coordinador de Medio Ambiente en España.

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