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Banca

Cómo el ladrillo sepultó al sexto banco español

Las acciones de Popular pasaron de los 34 euros que alcanzaron en 2007 a los 0,32 euros en que finalizó el pasado martes La entidad presumía de no haber recibido ayudas públicas en los momentos más duros de la crisis

La expresión de “el banco más rentable del mundo” persigue al Banco Popular desde los años 90, cuando obtuvo este sonoro galardón de la firma Ibca. Más allá de clasificaciones, la entidad, controlada por la sindicatura de accionistas (ligada al Opus Dei), era en aquella época uno de los grandes bancos españoles y un referente, precisamente, por la prudencia, la solvencia y la rentabilidad.

Se quedó fuera de las grandes fusiones de los 90 y de la posterior expansión exterior, manteniendo el foco en créditos a pymes y crecimiento orgánico. Banco Popular era Luis Valls Taberner, que lo pilotó desde los años 70, siempre de la mano de la Prelatura. Aquel banco de clientela fiel y acomodada, tan conservadora como la gestión de la entidad, se ha vendido por un euro, castigado por su imprudencia y para evitar que fuese incapaz de pagar los depósitos.

Valls Taberner dejó el cargo en 2004 y falleció en 2006. Bajo la presidencia de Ángel Ron llegó el crecimiento del balance y el pinchazo de la burbuja inmobiliaria, aunque los hermanos Lluis y Javier ya se habían adentrado en el mundo del ladrillo, tóxico de necesidad, como se demostró después. Fueron creando un monstruo, con la chequera siempre abierta para promotores grandes y pequeños a través de Popular y sus cinco bancos regionales: Banco de Castilla, Banco de Crédito Balear, Banco de Galicia, Banco de Vasconia y Banco de Andalucía. En 1995 el banco tenía 20.000 millones de euros en activos; tardó siete años en duplicar el balance, hasta 2002. En 2008 el banco había vuelto a triplicar su balance, hasta 130.000 millones, plazo en el que los depósitos de la clientela solamente se duplicaron.

En aquel infernal 2008, y dejando aparte las cajas, Popular era el foco de los rumores del mundillo financiero. El más tocado por el ladrillo, se decía. El Popular, y Ron, optaron por salir al ataque. En 2011 compró Banco Pastor, un banco con el corazón hecho de cemento: tenía más de 9.300 millones en activos ligados al ladrillo de un balance de 29.000 millones. No pidió ayudas. Sí lo hicieron, para sus respectivas compras, BBVA, CaixaBank y Sabadell. Al igual que hicieron la mayoría de las cajas, Popular prefirió soslayar y posponer los problemas. Aunque en su caso no había políticos pilotando el barco.

Llegó 2012, y Popular siguió en sus trece. Optó por no aportar activos a Sareb; es más, aportó capital al banco malo. Pero ese mismo año llegaron las nuevas normas sobre provisiones y contabilización de activos. Las entidades financieras tuvieron que dotar más provisiones para cubrir sus activos tóxicos o potencialmente tóxicos. Intervenida España y forzado el sistema financiero a desnudarse, la técnica de dejar pasar el tiempo dejó de ser una opción.

La primera prueba de fuego llegó en septiembre de ese mismo año. Los test de estrés de Oliver Wyman ponen de manifiesto que la banca española necesita capital por importe de 59.300 millones. Esa cantidad desciende a los 53.745 millones cuando se consideran los procesos de fusión que estaban en marcha y los efectos fiscales. Entre los bancos que deben reforzar su capital está Banco Popular con unas necesidades de 3.223 millones. En aquel momento superaban el 2% de sus activos ponderados por riesgo. Para escapar a la inyección de dinero público recurre a una ampliación de capital, operación que repitió en 2014 y 2016.Sumando el importe de las tres, Popular captó 5.400 millones de euros, sobre unos fondos propios iniciales de poco más de 8.000. Desde 2012, sumó pérdidas por 6.000 millones, solo maquilladas por los magros beneficios de 2013, 2014 y 2015. La necesidad de capital del banco lo llevó, también, a colocar deuda subordinada entre sus fieles clientes, que hoy ven desaparecidos los 450 millones allí depositados en 2011. También en la ampliación de 2016 el banco tiró de equipo comercial para colocar la ampliación en oficina, incluso concediendo créditos a la clientela para ello.

Aunque la situación del Popular no ha estallado hasta que Ángel Ron fue destituido el año pasado, la carrera en Bolsa del banco indicaba que el mercado no las tenía todas consigo: de los 34 euros que alcanzó en 2007 pasó a cotizar a dos en 2014, un descenso del 95% no equiparable a ningún otro valor del sector que no haya acabado rescatado. Las dificultades para cerrar la ampliación de 2016 eran otro indicador de la reticencia del mercado.

Nada de eso arredró a Ángel Ron. En octubre pasado el banco anunció a bombo y platillo que recuperaría el dividendo en efectivo. El día de su salida presumió de no haber recibido ayudas públicas y de no haber acudido a Sareb. El ataque como mejor defensa, sin embargo, tenía los días contados.

Para rematar la complicada situación en febrero, antes de que Ron diera la batuta de mando a Emilio Saracho, Popular presentó los peores resultados de su historia. La entidad comunicó unas pérdidas históricas de 3.845 millones después de realizar unas provisiones de 5.692 millones para cubrir las pérdidas de los activos inmobiliarios, devolver a los clientes lo cobrado de más por las cláusulas suelo y acelerar el proceso de desinversión en activos no productivos. Un mes después se detectó insuficiencia de provisiones y desajuste por importe de 694 millones. Acto seguido se produjo la dimisión del entonces consejero delegado, Pedro Larena , apenas ocho meses después de su desembarco en la entidad en septiembre de 2016.

Sin Ángel Ron, los accionistas fiaron a Emilio Saracho la salida de la crisis. El banquero procedente de JPMorgan se hizo con la batuta el 20 de febrero. Posiblemente ya demasiado tarde; el nuevo equipo gestor no logró decidirse entre ampliar capital o cerrar una venta, posiblemente porque no había dinero para ninguna de las dos opciones. La entidad puso en marcha un acelerado proceso de venta para desprenderse de los negocios no estratégicos y destinar el dinero a la reducción de los activos improductivos.Sin embargo, la cuantía de estos era tan abultada (el mercado especulaba en las últimas semanas con más de 36.000 millones) que todo el esfuerzo caída en saco roto.

El tiempo, el mismo al que el Popular fió la digestión de su empacho de ladrillo, se volvió en contra. Cada sesión en Bolsa alejaba aún más las dos posibilidades, la de la ampliación y la de la compra. Los títulos de Popular revalidaban jornada a jornada sus mínimos históricos. Un día antes de que se conociera la adquisición por parte de Santander tras una “subasta competitiva”, sus títulos cerraron a menos de 0,32 euros. El banco se desangró en Bolsa, pero ha sido, según el BCE, la salida de depósitos de clientes lo que ha desencadenado la intervención del Popular y su venta a Santander. Se cierra, así, una historia de muchas paradojas. El Popular de los Valls Taberner, el banco prudente y rentable, ha acabado destruido por su ambición, y absorbido por su antítesis, el Banco Santander de Emilio Botín y el crecimiento por encima de todo. El primer banco al que tumba el crac inmobiliario español (exceptuando al Banco de Valencia) ha caído justo cuando se larva un nuevo recalentamiento del ladrillo.

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