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La crisis del coronavirus
Tribuna
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Bonita idea, especie errónea

Una treintena de líderes proponen un tratado global contra la próxima pandemia

Sala de microbiología en las instalaciones de Sant Joan Despí (Barcelona) de la empresa farmacéutica Reig Jofre, que producirá la vacuna de Janssen, el pasado marzo.
Sala de microbiología en las instalaciones de Sant Joan Despí (Barcelona) de la empresa farmacéutica Reig Jofre, que producirá la vacuna de Janssen, el pasado marzo.Andreu Dalmau (EFE)
Javier Sampedro

Le he fusilado el titular al biólogo evolutivo Edward O. Wilson, quien, preguntado una vez por su opinión sobre el comunismo, respondió con estilo característico: “Bonita idea. Especie errónea”. Wilson era un estudioso de los insectos sociales, como las abejas y las hormigas, y sabía que esos enjambres formaban organizaciones óptimas con una facilidad asombrosa. Con la posible excepción de la reina, los individuos ahí solo cuentan como números y no dudan en sacrificar sus vidas por el bien de la colmena. El comunismo, pensaba Wilson con sarcasmo, sería una excelente teoría para una colonia de insectos, pero no funcionaba en una especie como la nuestra, formada por agentes libres, críticos y reflexivos, y también por otros dañinos, perversos o antisociales, sí, pero igualmente individuales e irrepetibles. Bonita idea, especie errónea.

El director general de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y una treintena de líderes mundiales han apoyado a principios de este mes la firma de un tratado internacional vinculante que prepare al mundo para la próxima pandemia. La idea es un acuerdo global coordinado por la OMS que comprometa a las naciones firmantes a compartir su conocimiento y experiencia en beneficio de la salud global. ¿Quién podría oponerse a ese objetivo? Nunca hemos visto nada igual, salvo en las series malas de ciencia ficción. Un acuerdo global limitaría los daños de una futura pandemia de forma drástica, y hasta podría yugularla de raíz. Pero nuestra capacidad para actuar de una forma óptima y altruista, racional y sensible, es una profunda incógnita. Como argumenta el editorialista de Nature, basta mirar lo que ocurre en esta pandemia para dudar de ello.

Los gobiernos de los países con recursos están dándolo todo para alcanzar la inmunidad de rebaño dentro de sus fronteras, y su preocupación por los sanitarios de África es, redondeando un poco, nula

Los gobiernos tenían a mano —y estaban informados de ello por la OMS— acordar una distribución internacional de vacunas anticovid que hubiera priorizado a la población vulnerable de todo el mundo y a los sanitarios de primera línea antes que a la gente joven y de mediana edad de su territorio. Era muy dudoso que fueran a hacer eso, y en efecto no lo han hecho. Los gobiernos de los países con recursos están dándolo todo para alcanzar la inmunidad de rebaño dentro de sus fronteras, y su preocupación por los sanitarios de África es, redondeando un poco, nula.

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El resultado es que el mundo rico estará vacunado a finales de este año, y los países en desarrollo tendrán que esperar a 2023, siendo optimistas. Pero una pandemia es un desastre global, y solo puede resolverse vacunando al mundo entero. El filósofo político Daniel Innerarity me regañará por arrogante —lean su profundo artículo de este lunes, una verdadera lección de pensamiento—, pero una función de la ciencia es trasmitir datos e ideas que informen a los políticos y a la población. Los gobiernos, por supuesto, tienen que adoptar las decisiones clave, y el mejor ejemplo acabamos de discutirlo: vacunar al mundo o a tu provincia. Es evidente que un político las pasaría canutas para justificar lo primero, pero eso no acaba de constituir un argumento a favor de lo segundo. Tal vez, después de todo, seamos una especie equivocada.

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