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¿Es posible resolver los problemas de una pandemia sin contar con las ciencias sociales?

Colectivos profesionales reprochan el abandono de disciplinas vitales para la gestión de un atolladero con innumerables derivadas sociales, políticas y humanas

Una manifestante protesta contra las medidas del gobierno regional madrileño, a principios de octubre.
Una manifestante protesta contra las medidas del gobierno regional madrileño, a principios de octubre.JAVIER BARBANCHO (Reuters)
Javier Salas

Durante la crisis del ébola, uno de los mayores problemas surgía en los funerales, porque al despedirse de sus seres queridos los velatorios se convertían en brotes, ya que los cadáveres seguían siendo muy infecciosos. Se producía una cantidad insoportable de contagios, pero las familias no hacían mucho caso de las tajantes recomendaciones de las autoridades sanitarias, generalmente llegadas de fuera de África. Hasta que se puso en juego a un equipo de antropólogos que, desde el conocimiento de la cultura y las costumbres, ayudaron a repensar estos velatorios junto a los líderes de las comunidades, y de este modo los rituales y las medidas sanitarias se hicieron compatibles.

Ahora, durante la crisis del coronavirus, todos anhelan que lleguen las vacunas. Pero la solución solo llegará si la gente se la pone. Por eso, el Ministerio de Ciencia cuenta con sociólogos para medir la percepción que tiene la sociedad española sobre esas vacunas. Así podrán adelantarse a los posibles recelos diseñando estrategias y campañas, con ayuda de especialistas en comunicación.

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Son solo un par de ejemplos de los muchos en los que las ciencias sociales son de gran utilidad durante pandemias en las que, como es natural, todo el foco se pone en el campo biosanitario. Sin embargo, durante la gestión de la covid en España estas ramas del conocimiento humano se han ignorado casi por completo, según denuncian sus colectivos profesionales. “Nos preocupa porque en toda la gestión se ha dejado de lado los aspectos en los que pueden aportar mucho las ciencias sociales”, lamenta Arantxa Elizondo, presidenta de la Asociación Española de Ciencias Políticas y de la Administración (AECPA). La organización que preside ha firmado un documento que denuncia esta situación junto a otras asociaciones académicas representativas de la antropología, la geografía, la investigación en comunicación, la sociología y la pedagogía (ASAEE, AGE, AE-IC, FES y SEP).

“Desde el primer momento, la pandemia demostró la virulencia de su dimensión social: sobre el empleo y el sistema productivo, sobre las geografías formales (renta, movilidad, densidad) e informales (redes de solidaridad) de nuestras ciudades, sobre la gestión de los datos, la gestión hospitalaria, las estructuras familiares, la educación online o los procesos de gobernanza de la administración pública”, explica el comunicado que firman. Y continúa: “El mundo que la COVID-19 desplegó ante nuestros ojos resultó ser, desde el primer momento, un mundo social. Llama la atención, por tanto, la relegación y abandono a que han sido sometidas las ciencias sociales desde los órganos de gestión política de la COVID-19”.

“La virulencia de su dimensión social”

“Las ciencias humanas no podemos predecir, pero tenemos herramientas para distintos escenarios en función de las medidas, o dibujar hacia qué escenarios podemos conducir las situaciones”, asegura Cristina Sánchez, presidenta de la Asociación de Antropología del Estado Español.

“Un enfoque valiente, con la empatía en su núcleo, nos ayudará a superar esta crisis. A pesar de las dificultades, la COVID-19 nos urge a ir más allá de las ciencias biomédicas en nuestra respuesta”, defendió la Organización Mundial de la Salud (OMS) la pasada semana, en una declaración en la que pedían que se diera paso a especialistas de ciencias humanas para ayudar en la respuesta a la pandemia. “En Alemania, el gobierno ha consultado a filósofos, historiadores, teólogos y científicos sociales y del comportamiento, quienes proporcionaron valiosos aportes sobre el progreso educativo de los niños de familias desfavorecidas, la legitimidad de las restricciones y el equilibrio entre el apoyo público y las normas morales contra las acciones coercitivas del estado”, explicaba la OMS como ejemplo.

“La mayoría de los países con los que nos gusta compararnos han financiado las ciencias sociales desde el principio”, asegura Alberto Corsín, antropólogo social del CSIC y coordinador del comunicado de protesta. Corsín señala a países como Alemania, donde han financiado investigaciones sociales, el Reino Unido o EE UU, donde la Fundación Nacional para la Ciencia lanzó en abril una convocatoria de proyectos de “respuesta rápida” para llevar a cabo “investigaciones no médicas ni de atención clínica que se pueda utilizar de inmediato para explorar cómo modelar y comprender la propagación de COVID-19, informar y educar sobre la transmisión y prevención y fomentar el desarrollo de procesos y acciones para abordar este desafío global”.

Trabajar con las comunidades

Para ilustrar ejemplos en los que estos campos de conocimiento son útiles frente a la covid, Corsín recomienda los trabajos que están recopilando en la Academia de Ciencias Sociales del Reino Unido, y recuerda la sensibilidad desplegada en la gestión del ébola, “que está muy presente en casi todas las investigaciones sociales que se hacen en el Reino Unido hoy en día”. Como ejemplo contrario, en el que las cosas no han salido bien por ignorar a las ciencias sociales, Corsín señala la “peliaguda” cuestión de delimitar el ámbito “comunitario” en el que actuar epidemiológicamente en un territorio: distritos, áreas de salud, etc. Cada ciudad es un mundo, señala, y para entender cuáles son las comunidades en las que intervenir, conviene estudiar “geografías de renta y desigualdad, edades y patrones de movilidad, los entramados de la economía informal, etc”. “A esto se refiere la OMS cuando dice que hay que trabajar con las comunidades. No intervenirlas, ni militarizarlas, ni aislarlas, ni medicalizarlas, sino trabajar con ellas”, añade.

Los tres consideran que estos momentos de desescalada y toma de medidas restrictivas para la población, coordinadas entre administraciones, debería haberse dejado aconsejar por el conocimiento de sus disciplinas. “Para que no haya un fracaso de las medidas por falta de apoyo, al intervenir en los hábitos, los rituales, las costumbres, hay que entender las normas no escritas de cómo funcionan nuestras sociedades”, advierte Sánchez. Elizondo, desde su campo, explica todas las dificultades que han surgido en torno a la toma de decisiones, cómo se han implantado y los obstáculos que se encontraron: “Todo este lío con las competencias, las relaciones entre gobiernos, son campos en los que podríamos estar aportando mejoras en las políticas públicas”.

Que los jóvenes no corran riesgos

“Los gestores públicos se están enfrentando a una situación dificilísima, pero ha fallado un análisis que se podría haber hecho sobre cómo aplicar medidas, recurriendo a estudios y experiencias con los que los especialistas podríamos arrojar algo de luz”, resume Elizondo, profesora de la Universidad del País Vasco. Tanto ella como Sánchez, investigadora del CSIC, ponen el ejemplo del ocio nocturno juvenil, frente al que se toman medidas restrictivas, tras el diagnóstico de los científicos, pero que luego resulta difícil trasladar a la práctica. “¿Cómo puede hacerse, cómo conseguir que los jóvenes disfruten, se involucren y no corran riesgos?”, se pregunta Elizondo, quien se responde: implicándoles y escuchándoles con las herramientas de la sociología, la comunicación, la pedagogía y la antropología. Añade otro ejemplo: “¿Y cómo conseguir que la gente se ponga la vacuna, cómo se va a hacer el reparto, cómo se va a distribuir, cómo se va a organizar esa vacunación masiva? Eso necesita una estructura, una organización logística nueva, una coordinación de administraciones para la compra”, indica Elizondo, quien pone a su campo de la ciencia política y de la administración como respuesta.

Estos especialistas también ponen el foco en la evaluación de la gestión, reclamada por epidemiólogos y especialistas en salud pública, pero en la que tienen mucho que decir, dado que buena parte de los problemas surgieron por los roces entre administraciones, la estructura administrativa de la sanidad o la estructura social y demográfica de España. “La ciencia no puede tomar decisiones, los científicos tienen que ser los que digan lo que hay que hacer, lo que hace falta, pero ellos solo dan luz. Las decisiones las tienen que implementar quienes saben cómo hacerlo”, recuerda Elizondo.

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Sobre la firma

Javier Salas
Jefe de sección de Ciencia, Tecnología y Salud y Bienestar. Cofundador de MATERIA, sección de ciencia de EL PAÍS, ejerce como periodista desde 2006. Antes, trabajó en Informativos Telecinco y el diario Público. En 2021 recibió el Premio Ortega y Gasset.

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