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“Los libros de autoayuda no sirven. La felicidad es un negocio”

Edgar Cabanas (Madrid, 1985) es doctor en Psicología y coautor de 'Happycracia: cómo la ciencia y la industria de la felicidad controlan nuestras vidas'(Paidós)

Manuel Viejo
Edgar Cabanas, durante la entrevista.
Edgar Cabanas, durante la entrevista.IAGO CORTÓN

Edgar Cabanas (Madrid, 1985) es doctor en Psicología, investigador y docente. Junto a la socióloga israelí Eva Illouz escribió el ensayo Happycracia: cómo la ciencia y la industria de la felicidad controlan nuestras vidas (Paidós). El libro se ha traducido en 10 idiomas y ha sido un éxito de ventas.

¿Cuantas tazas de Mr. Wonderful tiene en casa?

(Ríe) Ninguna. Ni cuadernos, ni camisetas, ni bolsos. No contribuyo a consumir este tipo de infantilidades.

Dice que la felicidad es un negocio.

Ahí están los datos. La industria de la felicidad es poderosísima, lucrativa e influyente: incluye productos de autoayuda, belleza, libros de divulgación, conferencias, cursos, expertos que dan a dar charlas a las empresas...

¿Para qué sirve un libro de autoayuda?

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La literatura de autoayuda es muy consumida en España. No sirven para lo que dicen que sirven. Nos dicen lo que queremos oír con mensajes simples. 

Pero lo firman doctores y psiquiatras como usted.

Las titulaciones se utilizan para aportar rigor, legitimidad y seriedad al mensaje. Sus mensajes calan muy hondo porque nos dan sensación de poder y control sobre nuestras vidas. Nos dicen que es muy fácil tener una vida mejor, que podemos mejorar nuestras relaciones personales, que podemos ser más productivos y, por supuesto, nos ofrecen claves para ser felices y estar mejor con uno mismo.

Son muy tentadores.

¡Claro! Pero lo que hay detrás es mucha sensación de culpa. Porque si lo que te ofrecen es la idea de que la felicidad es una elección personal, entonces lo que te están diciendo es que cualquier sufrimiento que tengas como la ansiedad o la depresión es culpa tuya. Sus mensajes generan mucha frustración porque son ideas sin garantías. Cuando uno se propone a llevarlos acabo se da cuenta de que no es tan sencillo. Cambiarnos a nosotros mismos no es una tarea fácil. Uno no puede cambiar sin que cambien sus circunstancias vitales. Es muy difícil pedirle a un trabajador que deje de tener estrés y ansiedad por llegar a fin de mes cuando tiene un trabajo precario. No hay autoayuda para problemas estructurales y colectivos.

Pero las empresas invierten mucho en transmitir eso.

Los últimos datos oficiales hablan de miles de millones al año en todo el mundo. E incluso ya hay expertos que se dedican a investigar la felicidad de los trabajadores. Se dice que la felicidad se asocia a una mayor productividad, pero hay que recordar que la asociación entre lo emocional y la productividad es una discusión que lleva décadas abierta y no está cerrada.  Lo que se persigue es que los trabajadores entiendan que los intereses de la empresa y los suyos propios sean los mismos. Que ellos crecen profesionalmente si la empresa lo hace con ellos. Es un discurso útil para restar importancia a los condicionantes laborales, como los salarios.

El dinero da la felicidad.

Primero porque ayuda. Nadie puede negar que detrás del dinero hay seguridad o planes B cuando las cosas van mal. Con dinero no se erosionan tanto las relaciones familiares. Un rico sufre, pero no sufren igual que un pobre. 

¿Un pobre puede ser feliz?

(Silencio) Eso dicen, precisamente para quitarle hierro a hablar de las condiciones en las que se puede ser feliz. Yo estoy más interesado en que se hable de las condiciones en las que podemos hablar de la felicidad que de la felicidad misma. Primero porque no sabemos qué es la felicidad. Ni los que hablan de ella lo saben. No tienen una única definición. Esto no es paradójico, es que es necesario estar indefinido para que cada cual exponga sus propias recetas para ser más felices.

Entonces, ¿qué es la felicidad?

Yo no tengo una definición. La felicidad es una cuestión cultural. Los libros de autoayuda te dicen que la felicidad es como un músculo. ¡Claro! ¿Por qué hacen eso? Porque así te puedo vender el método para ser feliz. Te dicen todo el rato que está todo en ti, en tus actitudes, en tu pensamiento, que lo que está a tu alrededor no tiene nada que ver. Es solo tú y tú. No importa lo que hay alrededor.

La ONU creó el Día de la felicidad el 20 de marzo de 2012.

En la industria de la felicidad hay gente muy influyente. Políticos y empresarios emiten informes de la felicidad. La ONU responde a una demanda social. Pero, ¿qué es la felicidad?, ¿la suya? Pasa con todo. Hay lobbies que introducen la felicidad en la educación, en las empresas, en los hospitales. También se han creado ministerios de la felicidad en Bután o Arabia Saudí, donde las mujeres no tienen derechos. ¿Cómo se compara la felicidad de estos ciudadanos con los de un español? ¿Qué quiere decir que tienen ocho puntos de diez de felicidad?

Las redes sociales contribuyen en todo esto.

Tenemos la necesidad de mostrarnos felices. Las redes son una identidad extendida. Se tiende a exagerar esa imagen positiva de uno mismo porque si no pareces un tóxico o un fracasado. La idea de la felicidad se asocia al éxito, pero puede haber personas fracasadas que sean felices.

Creaste el término Happycondriaco.

Creo que refleja la obsesión por ser feliz. El problema es que la felicidad no tiene una meta. Cuando me preguntan si soy feliz digo que no me importa, que no es relevante. Yo no defiendo la tristeza o la depresión. Creo que no es una categoría para explicar. Prefiero que me pregunten si hago bien mi trabajo.

Otro término nuevo es el salario emocional.

Es una estrategia perversa. Con el salario emocional las empresas te quieren vender que las condiciones del trabajo como el ambiente o el espacio influyen en tu bienestar. El problema es que el salario te lo da la empresa como un premio, como si se preocuparan por ti. No, perdona. Cuando tu firmas un contrato por ley no solo implica el salario, sino las condiciones laborales. Y te dicen, además, que el salario no es solo dinero. Vamos a ver, tú dame el dinero, págame bien y todo lo que sea extra bienvenido sea. Pero claro, cuando no llegan al salario mínimo quieren compensar de estas maneras.

Se escribe mucho sobre la felicidad que existe tras superar un cáncer.

Es una absoluta barbaridad que tú puedas influir con tus emociones en un aspecto tan concreto como el cáncer. Hay quien dice, incluso, que los malos pensamientos provocan enfermedades. Eso es pensamiento mágico y delirio. Lo que pasa es que ahora se reformula como una lucha. “Has superado”. “Has luchado”. “Te has crecido ante la adversidad”. Creo que eso está banalizando la enfermedad. La gente que tiene cáncer tiene derecho a no ser positivo y a no sentirse bien porque es un auténtico mal trago. Hay que respetar que la gente que quiera sentirse bien lo diga porque es verdad que si te lo tomas bien, facilitas a todos los amigos y familiares el recorrido de la enfermedad. Esto no es autoayuda, es sentido común. Pero hay gente que no lo toma bien y parece que se le castiga por ello. Primero porque tiene cáncer y segundo porque le castigas por sentirse culpable por no sentirse con ganas de intentar superarlo. Le impones un doble castigo. ¿Qué pasa?, ¿la ciencia médica no tiene que ver con la curación de un cáncer? Porque gracias a la ciencia puedes curarte, no superarlo, curarte. 

¿La ansiedad se cura con libros?

A largo plazo no tiene resultados. La razón es bien sencilla: el libro de autoayuda lo que te dice es que tus problemas son emocionales y los tienes que gestionar tú. Pero lo que te produce ansiedad no eres tú, sino tu trabajo, tus condiciones, tus relaciones. O cambias las condiciones o vuelves a caer. Si los libros de autoayuda tuvieran las claves con un solo libro bastaría, pero hay gente que se compra 50.

Un mensaje positivo, al menos.

De la felicidad también se sale. No nos obsesionemos con ella. Es nuestra obsesión la que nutre a la industria.

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Sobre la firma

Manuel Viejo
Es de la hermosa ciudad de Plasencia (Cáceres). Cubre la información política de Madrid para la sección de Local del periódico. En EL PAÍS firma reportajes y crónicas desde 2014.

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