Manuela, la resistente del barrio Chino
Los vecinos del barrio Gòtic de Barcelona consiguen parar el desahucio del piso de una vecina de 71 años


“Mira qué guapa está mi madre en esa imagen. Todavía no entiendo qué hace esa foto gigante de ella en la ventana del local de los vecinos”, dice Encarni Solano, señalando uno de los escaparates de la sede de la Federación de Asociaciones de Vecinos de Barcelona (FAVB). Allí, en la calle Obradors, el póster con un primer plano en blanco y negro de Manuela Núñez (71 años) invade esta parte del Gòtic. La foto de Núñez no está allí porque sí. Medio centenar de vecinos consiguieron este jueves paralizar el desahucio de Manuela, a pocos metros de la FAVB, en el número 5 de la calle Obradors. Algunos llevaban ocho días haciendo guardia para impedir la actuación de la comitiva judicial. La mujer, la tarde de este jueves saludaba, aliviada, a todos sus vecinos y se mostraba tranquila a la espera de que llegue una nueva orden de desahucio.
Manuela es un icono en el Gòtic. Ve la vida pasar sentada en una silla en la esquina de su calle con Escudellers. Las ha visto de todos los colores. “Yo fui puta pero nunca trabajé para nadie más que para mis hijos. Siempre fueron limpios y presentables al colegio”, revela, contundente, Núñez. La mujer no reniega de un pasado, presente y futuro humildes. “Vivíamos en la calle Sant Jeroni, en lo que era el barrio Chino. Entonces tenía dos hijos y había que salir adelante”, cuenta. La calle desapareció en unas de las reformas del Raval. El barrio Chino murió y ahora, donde estaba su casa, hay una estatua gigante del Gato de Botero en una Rambla del Raval que ni turistas ni vecinos han conseguido hacer suya. “Cuando nos echaron de Sant Jeroni fuimos dando tumbos de un lado a otro. Ahora hace 42 años que vivo con mi compañero sentimental, Juan Solano, y 12 en este piso de Obradors”, aclara.
El piso es una infravivienda de poco más de 25 metros cuadrados, con una ventana que da a un patio interior. En el comedor hay una litera con dos colchones individuales y una cama demasiado grande para ser individual y demasiado pequeña para ser de matrimonio. A tres palmos de este lecho de medidas inexactas, hecho con trozos de espuma, una especie de cocina que solo es reconocible por los azulejos claros de la pared. “Hace dos años dejamos de pagar los 280 euros mensuales del piso porque el propietario intentó hacerme chantaje”, denuncia. Por aquellas fechas, dos de sus hijos ingresaron en prisión “por no pagar unas multas que tenían pendientes”. Ahí todo se complicó. Aprovechando que Manuela miraba la vida pasar desde su silla en la calle Escudellers, alguien accedió al piso y lo destrozó. “Cuando llegué habían cambiado hasta la cerradura. Llamé al vecino y tiramos la puerta abajo”, explica Juan Solano. “Fue entonces cuando dejé de pagar. Nos querían echar y no me dio la gana”, reniega Manuela. Identificó desde el primer momento al autor de los destrozos, que se ha convertido en su demonio particular y al que toda la familia llama “el paleta”.
Los daños dejaron la vivienda en condiciones lamentables, sin agua. “No podemos ir al baño. Mira esos cubos, son nuestro lavabo”, señala la mujer, apurando un cigarillo y sin dejar de mirar un programa del corazón en la tele. Aquel día en que destrozaron su piso, hace dos años, Solano tiró la puerta abajo. Así sigue. La puerta no ha vuelto a encajar. “Da igual, aquí no hay nada que robar”, dice Manuela.
En estos poco más de 25 metros de la calle Obradors, Manuela y Juan han sobrevivido a penas y desgracias y a ingresos en prisión de varios familiares. En la esquina, la mujer ha visto cómo cambiaba la capital catalana: “Ahora Barcelona es diferente, hay muchísima violencia”, se queja. “Estamos en la mesa de emergencias, espero poder vivir pronto con mucha más dignidad cuando me asignen un nuevo piso”, remarca Manuella. El barrio Chino hace décadas que murió y en el edificio donde sobrevive Manuela la mayoría de vecinos son turistas que alquilan pisos por días.