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Azulejos supervivientes

En el centro de Madrid sobreviven algunos de aquellos azulejos que servían para embelesar y comunicar a los ciudadanos

Fachada de Madrid decorada con azulejos que anuncian bálsamos, en el centro.
Fachada de Madrid decorada con azulejos que anuncian bálsamos, en el centro.RAÚL CANCIO

Ahora los azulejos se utilizan para alicatar el baño y su uso se restringe a dar algo de brillo e higiene a nuestras actividades más íntimas. Pobres azulejos, con los que ellos han sido. En otros tiempos se dedicaban a actividades más glamourosas, y en plena vigencia hoy, como el interiorismo o la publicidad. Hasta nos decían los nombres de las calles (en la azulejería creada por Alfredo Ruiz de Luna, miembro de una de las más importantes familias de ceramistas españoles, y que permanece en muchas calles del centro). Pero, salvo honrosas excepciones, no han sabido innovar y adaptarse a estos tiempos disruptivos. Pobres azulejos.

Tablao Villa Rosa, en plaza de Santa Ana.
Tablao Villa Rosa, en plaza de Santa Ana.R. C.

En Madrid sobreviven algunos de aquellos azulejos que servían para embelesar y comunicar a los ciudadanos. En la antigua Farmacia Juanse, en Malasaña (San Vicente Ferrer, 32), hoy convertida en uno de esos sitios modernos para tomar algo modernamente, se conservan los que cubrían su fachada. A 0,46 céntimos se podía conseguir el Diarretil Juanse, muy eficaz contra las diarreas, nos dicen las cerámicas desde un tiempo remoto. Los fumables Juanse, que no se sabe muy bien lo que eran, según los azulejos resultaban "inofensivos", pero es que hubo un tiempo en que el fumeque era recetado por los médicos como algo bueno para nuestras vías aéreas. Pobres fumables.

En la estación de metro fantasma de Chamberí, cerrada en 1966 y hoy visitable bajo el nombre de Andén Cero, se conservan también los anuncios hechos con azulejos, y ahí nos enteramos que las lámparas Phillips de la época eran las mejores del mundo (o eso decía la empresa) o de que el mejor purgante eran las aguas minerales naturales de Carabaña. El marketing era más inocente, no tan alambicado como ahora: las grandes empresas informáticas no vendían nuestros datos para que nos comieran la olla con anuncios personalizados. Antes servía con decir que eras el mejor, y había quien te creía.

Azulejos de una taberna, en Tirso de Molina.
Azulejos de una taberna, en Tirso de Molina.

Como se ve en las fotos de Raúl Cancio los azulejos resisten en algunos establecimientos, donde reproducen escenas folclóricas, tradicionales o mitológicas, muchas veces a la manera modernista. Por ejemplo, en el tablao Villa Rosa, plaza de Santa Ana, que muestra una fachada repleta de cerámicas, obra de Alfonso Romero Mesa, donde se representan bucólicos paisajes españoles. Aquí venían Hemingway, Ava Gardner o Luis Miguel Dominguín, y seguro que se perdían en esos paraísos floreados que nos ofrece la azulejería, con sus palmeras y sus castillos románticos.

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Como el mundo va a peor, hoy es todo más cutre. Los azulejos no abundan: una conocida marca de montaditos, eso sí, los usa para su logo castizo, pero lo que se lleva para lo publicitario es el ubicuo neón o las pantallas que han colonizado Callao (que quieren convertir, y con orgullo, en el Times Square madrileño) y que se van extendiendo por todos los ámbitos de la ciudad. Como si no tuviésemos ya demasiadas pantallas encima. Respecto a los azulejos, la mayor preocupación, al menos la mía, es cómo blanquear las juntas de los que tengo en el retrete.

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