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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Rivera nunca ha sido progresista

Desde su nacimiento, Ciudadanos ha competido por ocupar un lugar en el nacionalismo de derechas

Enric Company
Albert Rivera, en un acto electoral en el Palau de la Música, en 2006.
Albert Rivera, en un acto electoral en el Palau de la Música, en 2006. CONSUELO BAUTISTA

De dónde habrá sacado Manuel Valls que Ciudadanos es un partido liberal y progresista? Probablemente de sus contactos con los dirigentes de Ciudadanos y de la abundante prosa periodística que difunde esta definición. Es lógico que así sea porque esta ha sido la fórmula oficial desde que el partido de Albert Rivera la adoptó en 2017. Pero Valls acaba de descubrir y señalar lo que otros saben desde hace tiempo: la definición político-ideológica de Ciudadanos concuerda con las propuestas liberales en materia económica, pero en la práctica el progresismo brilla por su ausencia. A la hora de la verdad, Ciudadanos se comporta como un partido de la derecha conservadora y se junta si hace falta con la extrema derecha más reaccionaria.

Es una cuestión de topografía política. Desde que The New York Times identificara a la hornada socialista de la década de 1970 como los jóvenes nacionalistas españoles, este amplio espacio social, cultural y político está ocupado y hegemonizado por el PSOE y nada indica que vaya a quedar vacante. El nacionalismo progresista español tiene en este partido su expresión política y eso no está en discusión. Hay competencia, pero no por el vector nacionalista sino por el progresista. En cambio, el también muy amplio espacio de la derecha nacionalista española, lo que medio siglo atrás fue definido como el franquismo sociológico, está ocupado por un partido, el PP, que atraviesa una grave crisis por el estallido de una miríada de casos de corrupción. Ahí sí hay un posible espacio vacante. Un agujero negro con una enorme fuerza gravitatoria.

Ciudadanos la siente, pero esa atracción no es de ahora. No ha nacido con la larga agonía del PP ni de la ventana de oportunidad abierta para sustituir al partido de la corrupción oceánica. La competencia desaforada entre Albert Rivera y Pablo Casado parece una novedad, pero la pretensión de sustituir al PP ha estado ahí desde casi siempre en la corta vida del partido. Ciudadanos nació en 2005 por la unión de una serie de grupos de defensores de la lengua castellana en Cataluña, periodistas y publicistas que habían combatido la política lingüística de los gobiernos de Jordi Pujol y, por extensión, al nacionalismo catalán. A finales de la década de 1990 algunos de ellos habían puesto sus esperanzas en que el PSC de Pasqual Maragall y José Montilla enviaran a Pujol y al nacionalismo catalán al desván de los recuerdos. Pero cuando en 2003 el catalanismo progresista ganó las elecciones y sustituyó al pujolismo en el Gobierno de la Generalitat, estos núcleos vieron con enorme disgusto y frustración que el Maragall presidente no les hacía el más mínimo caso.

De aquella frustración nació dos años después Ciudadanos y cuando en 2006 el nuevo partido consiguió hacerse con tres escaños en el Parlamento catalán se lanzó a la tarea de convertirse en oposición a un gobierno de izquierdas. El partido se había identificado en su congreso fundacional como socialdemócrata y liberal, pero a la hora de las votaciones sus diputados se alineaban una y otra vez con las derechas. Porque estaban en la oposición al Gobierno del catalanismo progresista, de la izquierda, pero no estaban solos. En aquel Parlament se configuraron dos derechas. Por una parte, el centro-derecha del nacionalismo catalán representado por CiU; por la otra, el centroderecha del nacionalismo español representado por el PP y Ciudadanos. Todos contra el progresismo catalanista.

Siguiendo la formulación de Aleix Vidal-Quadras, Ciudadanos hizo suya entonces la tesis de que el catalanismo progresista era, en realidad, pura continuación del pujolismo. Esa tesis caía en terreno abonado entre los afiliados y los electores del universo cultural del nacionalismo español, tanto los situados en la derecha como en la izquierda. Y cuando, en un momento crítico, hacia 2010-2012, el nacionalismo catalán autonomista viró al independentismo, se desencadenó una subasta entre el PP y Ciudadanos para ver cuál de las dos derechas era más consecuentemente españolista. En Cataluña, esa batalla la ganó ampliamente Ciudadanos el 21-D de 2017, en unas elecciones que casi borraron al PP de la cámara catalana.

En el conjunto de España, sin embargo, el PP resistió el embate y aquella subasta entre PP y Ciudadanos por el españolismo no terminó en 2017 sino que continuó y se exacerbó todavía más con la aparición de un nuevo contrincante en la puja, Vox, un partido desgajado del PP que tenía a Vidal-Quadras entre sus fundadores. Y así, sacando pecho españolista al unísono Casado, Rivera y el recién llegado Santiago Abascal, los balbuceos progresistas de Ciudadanos quedan cada vez más y más lejos. Porque ni al principio ni ahora, Rivera ha competido por el progresismo, sino por el nacionalismo.

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