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Cuando aún no habían nacido

La Orquesta Joven de la Sinfónica de Galicia muestra el vigor de un gran proyecto nacido hace 25 años

Los componentes de la Orquesta Joven de la Sinfónica de Galicia tienen de 16 a 24 años. Hace veinticinco, el entonces gerente de la Orquesta Sinfónica de Galicia (OSG), Enrique Rojas, puso en marcha la creación de unos Cursos de Práctica Orquestal. En aquellos momentos no había en la ciudad suficientes músicos jóvenes ni para completar una orquesta clásica. Pero lo que pudo parecer entonces como producto de una mente calenturienta ha demostrado con el tiempo ser una de las más frondosas ramas del árbol de la OSG.

De entonces acá más de 1.500 músicos han pasado por “La Joven” y muchos de ellos han pasado a formar parte de grandes orquestas españolas y extranjeras. Así, la NDR Sinfonieorchester, la Orquesta Filarmónica de Bruselas, la Orquesta Filarmónica de Jalisco o las Sinfónicas de Bilbao, Extremadura, Navarra, Madrid y la Real Filharmonía de Galicia cuentan, incluso entre sus primeros atriles, con músicos formados profesionalmente en los atriles de la Orquesta Joven de la Sinfónica de Galicia.

Hay que añadir a estos a quienes forman parte de conjuntos de cámara de máxima proyección internacional como Cibrán Sierra, violinista del Cuarteto Quiroga, o a quien ha dirigido este encentro de Semana Santa, Roberto González Monjas. El músico vallisoletano actúa como solista en conciertos instrumentales a lo largo y ancho de Europa y es habitual su presencia como solista en el Festival Verbier, la Orquesta Sinfónica de la Radio de Berlín o Les Musiciens du Louvre.

González Monjas está iniciando también la que promete ser una brillante carrera como director, en la que ya ha dirigido orquestas como la de la Accademia Nazionale di Santa Cecilia en Roma e imparte docencia en una de las más prestigiosas escuelas de música, la Guildhall School of Music & Drama en Londres.

Para el concierto final del encuentro de Semana Santa de la OJSG, sus responsables han preparado un programa con la Obertura fantasía de Romeo y Julieta de Piotr Ílich Chaikovski (1840-1893), el Concierto para oboe y orquesta, KV 314 de Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791) -con una solista como Iria Folgado Dopico, que tras pasar por la OJSG es colaboradora habitual de la Sinfónica-, y los Cuadros de una exposición, de Modest Músorgski (1839-1881) en la orquestación de Maurice Ravel (1875-1937).

Todos los ambientes y situaciones del drama de Shakespeare fueron adecuadamente traducidos a sonido por González Monjas y la OJSG. Desde las andanzas monásticas de fray Lorenzo y su premonitoria oscuridad, al encuentro de Capuletos y Montescos, este interpretado con el tempo vertiginoso y los contrastes dinámicos adecuados a las premuras hormonales de los jóvenes espadachines.

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Luego brillaron el tema de amor expuesto por violas y corno inglés y el canto en el registro agudo de los chelos. Los pizziccati de los contrabajos sonaron como latidos al unísono de dos corazones. Todo un precedente, si bien en un contexto casi opuesto, de aquellos latidos que habrán de cerrar el ciclo sinfónico y la vida misma del autor ruso al final de su Sinfonía nº 6, Patética.

Hablábamos con ocasión del último concierto de la Sinfónica del hambre de Mozart que a muchos aficionados de A Coruña se les despierta con la llegada de la primavera y de cómo crecía con el remedio de escuchar obras del salzburgués. El domingo hubo ocasión tanto de saciarla como de aumentarla con la interpretación de su Concierto para oboe a cargo de la OJSG e Iria Folgado Dopico.

La introducción orquestal, con un sonido espléndidamente empastado y un hermoso fraseo, fue toda una declaración de intenciones. La intervención de Iria Folgado Dopico fue en todo momento una demostración de adecuación al estilo, un ejemplo de sutileza y fuerza mozartianas. Su sonido de gran belleza, con unos sobreagudos limpísimos, y su fraseo, generoso y de amplio aliento, fueron armas con que defender al más puro Mozart.

El Adagio non troppo central estuvo lleno de sentimiento y hubo momentos de escalofrío, como un larguísimo crescendo que pareció surgir de la nada para convertirse en pura luz o un adecuado calderón para un preciosísimo silencio. El aumento de duración idóneo para emocionar como el mejor fraseo. En el Allegretto final, Folgado estuvo tocada por una gracia especial que contagió a la orquesta. Su interpretación del concierto fue uno de esos momentos en los que la emoción sentida por un director o un solista se transmite al conjunto y salta irremediablemente del escenario a la platea. El público supo acogerla y reflejarla en una calidísima y más que merecida ovación.

En el descanso hubo ocasión de comentar no solo la interpretación de las obras de la primera parte del concierto sino la rentabilidad social que para una ciudad tiene una orquesta sinfónica a través de sus proyectos educativos, como Son Futuro. Y tras esta pausa, una obra de gran orquesta como los Cuadros de una exposición en la orquestación de Ravel, que González Monjas dirigió de memoria.

Fue la suya una versión cargada de esa retroalimentación de energía tan característica de las orquestas jóvenes. El canto de la trompeta al inicio del primer Paseo dio paso al sonido brillante y redondo de los metales y a una cuerda más compacta de lo que cabe esperar en estas orquestas, cualidad que se vio acrecentada a lo largo sus intervenciones en toda la obra.

En El viejo castillo sobresalió el diálogo entre el fagot de Esteban García Vidal y el saxofón de Andrea González Pérez. La larga nota final hermosamente mantenida por esta dio la más adecuada sensación de alejamiento del juglar protagonista de este cuadro de Victor Hartmann. La algarabía de Tuilleries y la ligereza del Ballet des poussins dans ses coques tuvieron una sonoridad adecuadamente ligera.

Entre ambas, la pesantez de la música de Bydlo tuvo la regularidad del sordo paso bovino puesto en primer plano por la cuerda baja y el bombo, subrayada con el fondo del redoble de la caja. Se dio paso al imposible diálogo de los judíos Goldenberg y Schmuyle suprimiendo el reflexivo Paseo que por primera vez aparece en modo menor. El doble monólogo tuvo su adecuada traducción sonora antes de la animación de los feriantes del Marché de Limoges y el lóbrego ambiente de Catacombes.

La escalofriante y extraña Cabanne sur des pates de poules y la grandeza sonora del tema del paseo en La grande porte de Kiev estuvieron quizás algo pasadas de potencia sonora, lo que es esperable y más que justificable con el bríos aún por gastar de una orquesta joven. Este pareció contagiarse al público del Palacio de la Ópera coruñés. Su ovación final tuvo más potencia incluso que el final de los Cuadros. Y es que en estos casos el entusiasmo es algo sumamente contagioso.

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