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La integración en Usera se llama ping pong

Un grupo de personas de diferentes nacionalidades se reúne de forma espontánea para jugar en el parque de Pradolongo. Muchos ni hablan el mismo idioma

Jorge Luis, Alexandre Louis Ramos, Chema de Mingo, Julián 'Jujá' y Lin Yong Ping en el parque de Pradolongo en una mesa de ping pong.
Jorge Luis, Alexandre Louis Ramos, Chema de Mingo, Julián 'Jujá' y Lin Yong Ping en el parque de Pradolongo en una mesa de ping pong. KIKE PARA
Berta Ferrero

A partir de las cinco de la tarde un grupo variopinto de personas empieza a hormiguear alrededor de tres mesas de ping pong del parque Pradolongo del distrito de Usera, al sur de Madrid. Si hace sol, pocos miembros de este selecto club con pocas normas establecidas fallan. El grupo lo forman dos madrileños, un chino, un francés y un venezolano. Parece un chiste, pero no buscan hacer gracia. La carcajada la sueltan ellos casi todas las tardes sin darse cuenta cuando además se unen al juego un polaco, marroquíes, rumanos o gitanos de la zona y ponen sus propias reglas del juego para rotar entre ellos en una especie de mundial callejero inventado. Todos ellos viven en uno de los barrios obreros por excelencia de la capital, con vidas dispares, pocas cosas en común y una misma pasión: jugar al ping pong.

Lo que parece un símbolo de la diversidad y la integración del barrio es también una gota en mitad del océano. El distrito, con unas 140.000 personas censadas y un 30% de población de origen extranjera, cuenta, por ejemplo, con 8.519 chinos censados en 2017, la comunidad inmigrante más numerosa del distrito. El barrio ha pasado a lo largo de los años por ser, en sus inicios, lugar de acogida de extremeños o andaluces a convertirse hace diez años en el chinatown de Madrid o la zona latina por excelencia.

Julián, madrileño de 59 años, asegura que su mote es su apellido. Jujá, lo llaman, es una especie de grito de guerra. Lleva en paro varios meses y antes encadenaba un contrato temporal tras otro como reponedor en supermercados. Va en bici a todas partes y no puede estar quieto. Habla hasta con los árboles y ofrece siempre a su interlocutor un “anticongelante” -una lata de cerveza-. En torno a él se ha ido formando el grupo de ping pong. Se ha convertido en una especie de líder callejero. “A mí me gusta la armonía, evito el mal rollo. Yo lo que quiero es jugar, no miro con quién. Lo que me pasa es que me ha gustado toda la vida el deporte, este y el de levantar codos en el bar”, bromea.

A él se acercó hace un par de años Sonia Vicuña, una de las mediadoras del programa de servicios sociales intercultural de Usera, gestionado por la asociación La Rueca, que se encarga de la integración de personas en riesgo de exclusión social. Vicuña le preguntó entonces que si animaba a su grupo a jugar un partido contra el equipo de ping pong formado por los chinos del barrio en las fiestas interculturales y él, por supuesto, aceptó. Pero el encuentro se ventiló rápido. “Es que los chinos son de otra galaxia”, se excusa Julián Jujá. Los chinos arrasaron al grupo mixto de Pradolongo, pero allí conoció a su futura estrella, Lin Yong Ping, El Lí, de 56 años. “El Lí es un chino en peligro de extinción”, le ensalza Julián.

Lin Yong Ping llegó a España hace 20 años, habla un castellano “medio de señas” y sonríe sin parar. Antes regentaba una tienda de “un poco de todo” que tuvo que cerrar con la llegada de la crisis y es feliz jugando al ping pong en el parque, a pesar de que no se entera de la mitad de lo que le cuentan sus compañeros. “Es que los chinos se lo toman muy en serio. Es como para los españoles el fútbol, se enfadan mucho jugando. Me lo paso mejor aquí”, justifica El Lí junto a Chema de Mingo, que ejerce de su traductor.

De Mingo, miembro de honor del equipo de Pradolongo, nació en en el mismo barrio de Usera hace 59 años y formó parte de la Comisión Ejecutiva del PSOE de Madrid y de las Juventudes socialistas de Madrid. Además, fue coordinador general de la Concejalía de Juventud del Ayuntamiento de Madrid durante la alcaldía de Enrique Tierno Galván (1979-1986). “Cuando yo era pequeño, Usera era el final de Madrid. Había muchas chabolas y viviendas precarias, y tener agua potable y electricidad era muy difícil. Nuestra vida era ir a los billares y pelearnos”, recuerda De Mingo.

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Para entender la transformación del barrio, De Mingo se remonta a la época de los setenta. “En ese momento llegan profesores más jóvenes a los institutos, empieza a haber otro tipo de movimiento y nosotros éramos unos macarras. Luego, en el 75, nos convertimos en hippies y empezamos a estar más concienciados con las canciones protesta de los cantautores, y en los ochenta fuimos progres y rockeros. Pero sobre todo, es importante la llegada de la Iglesia, porque en aquel entonces estaba todo prohibido y llegaron una serie de curas más abiertos que yo los relaciono con el arzobispo Tarancón, que tuvo problemas con Franco. El único sitio donde no entraba la policía a por ti si ibais más de cuatro era una Iglesia. Con lo cual los obreros, que ya empezaban a concienciarse, los estudiantes, todos en general, nos reuníamos allí”.

Con la democracia, cuenta, y las manifestaciones, el barrio fue mutando en todos los sentidos. Y a partir de los 90 empezó a recibir población extranjera. En 2008, la población nacida en China y censada en Usera ascendía a 5.815, según datos facilitados por el Ayuntamiento. Cinco años después, el número creció hasta 6.052 y hoy ya son 8.519, sin contar a los ciudadanos que ya han nacido en Madrid pero son de origen chino.

“A día de hoy, aunque aquí hay integración porque se convive bien, yo veo un problema de inadaptación. Pero ni es racismo, ni xenofobia ni nada de eso. Los jóvenes en general ven que las expectativas que se crearon, con movimientos democráticos, todo eso nos lo quitaron otra vez de golpe”, justifica De Mingo.

Alexandre Louis Ramos, cocinero de 37 años, es de Grenoble (Francia) y vive en Usera desde hace siete años. Se mudó “por amor” y reconoce que al principio le costó adaptarse. Pasaba por el parque de Pradolongo y no se acercaba al grupo “por vergüenza”, pero conoció a Julián y después todo ha ido como la seda. “Me tengo incluso que cortar, porque ha habido épocas que hasta se me hacían las cuatro de la madrugada jugando”, cuenta el francés. “Ahora necesitamos que nos den un local. Aquí jugamos gente de todos los sitios, y es mucho mejor esto que estar en la calle haciendo otras cosas. Queremos conseguir un sitio para refugiarnos del frío y hacer deporte”, explica. De Mingo ya ha tenido una primera reunión con el Ayuntamiento de Usera y espera que le escuchen. “Si quieren hablar de integración, este es el germen de todo. Así es como se hace, con la gente del barrio y por el bien del barrio”.

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Sobre la firma

Berta Ferrero
Especializada en temas sociales en la sección de Madrid, hace especial hincapié en Educación o Medio Ambiente. Ha desarrollado la mayor parte de su carrera en EL PAÍS. Es licenciada en Periodismo por la Universidad Cardenal Herrera CEU (Valencia) y Máster de Periodismo de EL PAÍS.

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