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EL JUBILATA
Columna
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El amigo golfista

A estas edades lo razonable es acertar a darle a la bolita y adónde llegue, llegó

Este divertimiento —entre juego, deporte y, sobre todo, cura constante de humildad— fue creado en Escocia, con lo cual ya está dicho todo: alguien harto de mollate de su tierra y aburrido de todo. Una vez hace decenios, en mi pueblo, viendo a dos tipos extranjeros con sus palitos y su vestimenta, tratando de meter la pelotita —¡perdón, bolita!— en un agujerito, mi amigo opinó en voz alta, justo en el momento del golpe: “¡Vaya chorrada!”. La mirada de los jugadores hacia el hereje que interrumpió el silencio fue, no ya homicida, sino asesina. Al cabo de los años, ese ahora jubilata se inició en el juego y comprende aquella mirada.

Trata de explicarnos, paso a paso, la alambicada postura que desde el inicio se adopta cuando menos para poder impactar la bolita. No ya para que llegue a su destino en cuatro o seis golpes, o sea, un milagro, porque a estas edades lo razonable es acertar a darle a la bola y adonde llegue, llegó. Insiste en su explicación. Un guante en la mano izquierda. La postura es como para empezar a defecar, vestido, claro, pero no tan agachado. Es decir, como subido al retrete, la espalda recta pero algo inclinada hacia delante, la cabeza casi siguiendo la línea de la espalda, las rodillas algo dobladas, la mano izquierda se retuerce hacia la derecha y empuña el palo. Entonces la mano derecha abraza la izquierda pero solo monta el meñique. Los pulgares casi apuntando hacia la bola. Los brazos extendidos hacia delante, casi vertical al suelo pero no del todo, sueltos, no tensos, rectos, más bien tiesos, sin llegar al envaramiento, y finalmente formando un triángulo con la línea del pecho.

Con esa posturita inicias el swing girando el pecho 90 grados y las caderas, solo 45. Y a lo lejos, a más de metro y medio de la barbilla, una bolita de cuatro centímetros de diámetro, a la que se le atiza —perdón, pega— con la palita que está al borde del palo. O sea, repito, un milagro darle, y cuando lo consigues, que vaya rectita, otro milagro. La puñetera va donde le da la gana. Y luego vete a buscarla por los cañaverales y los riachuelos, cuando no ha caído en una hondonada de arena, al que llaman búnker.

No es por desmoralizar, pero encima aprende los términos correctos, no vayas a parecer un paleto: wedge, putter, tee, draw, par, birdie, backspin —no confundir con backswing— y un largo etcétera, hasta dar con el que casi se llega al orgasmo: Hole in one. Aconsejo diccionario de mano. En total 18 hoyos y 10 kilómetros de caminata, goce y martirio, hasta llegar al mejor, el 19, el de la cerveza y tapita y las alusiones a la buena o mala suerte o a los botes extraños que da la bola. En otra ocasión me explicará lo del hándicap y las modalidades de juego, pero me aclara que eso ya son saberes esotéricos. Claro está que nuestro buen aficionado siempre termina imprecando reiteradamente el tan conocido como inevitable lamento: “¡El golf y la madre que lo parió!”.

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