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La zona cero del alquiler turístico de Madrid

Tres manzanas de la Latina concentran el mayor porcentaje de viviendas turísticas de Madrid, con 25 anuncios por cada 100 residencias

PORCENTAJE DE PISOS EN AIRBNB
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  • 6-10
  • 11-20
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    Pulse en el mapa para saber más. Cada punto es el anuncio de un piso en Inside Airbnb en agosto de 2018.

Fuente: Inside Airbnb, Ine y elaboración propia. El mapa se divide en secciones censales.



“Disculpe, ¿para la Plaza Mayor?”. A unos pocos metros del metro de La Latina, un grupo de turistas intenta descifrar el callejero de Madrid. Acaban de dejar sus maletas en un piso del barrio. A sus espaldas hay un edificio que se está remodelando de arriba abajo. No lo saben, pero están pisando las aceras de las tres manzanas que concentran el mayor porcentaje de viviendas turísticas de Madrid: en la sección censal 25 del distrito 1, correspondiente a La Latina, hay 25 anuncios subidos a Airbnb por cada 100 viviendas. Esa concentración coloca al barrio en el corazón de la metamorfosis que está convirtiendo al centro de Madrid en un polo de atracción de turistas, expulsando a los vecinos que no pueden hacer frente al alza de los alquileres, sustituyendo a los comercios de toda la vida, y lubricando un negocio en el que las inmobiliarias de la zona han entrado “de cabeza”.

Esta es la zona cero del alquiler turístico en la capital, y EL PAÍS inicia hoy un recorrido para conocer cómo se viven el día y la noche en sus calles.

“En esa zona hay tantos pisos de alquiler turístico que ya no recibimos quejas de los vecinos”, dice Saturnino Vera, presidente de la asociación vecinal Cavas (La Latina), que con esas 17 palabras describe cientos de mudanzas de familias que han dejado el barrio. “Estamos rodeados de edificios enteros dedicados al alquiler turístico”, sigue. “¿Y qué pasa?”, se pregunta. “Que crece todo un comercio alrededor de ese nido de negocio. Y el problema es que quita a lo anterior: a Marcelino, que nos vendía la carne; al que nos vendía los pollos; al relojero de la Cava Alta, o al de la lencería de enfrente del mercado de la Cebada”, se contesta. “Todo eso es por el turismo. El mercado se adapta y el vecino no puede hacer una compra normal”, continúa. “Cada vez que ves a cuatro o cinco turistas peleándose con una cerradura, piensas, ¡cómo la están dejando! En otras ocasiones son los roces en las paredes del portal, donde muchas veces se cambian de ropa, porque todavía no les han dado las llaves del piso. Y el piso te lo destrozan, te lo estropean. Son todo problemas”.

En vídeo: cuatro visiones del alquiler turístico

En la capital de España, los inquilinos dedican más del 40% de su renta a pagar el alquiler. Ese importe ha aumentado de media más de un 10% desde 2010, llegando al 20% en el distrito centro. Como consecuencia, hay familias que han tenido que abandonar sus casas porque el alza superaba a sus ingresos. El Gobierno nacional, el regional y el municipal abogan por regular el incremento de esas rentas y los alquileres turísticos. En frente, las reglas del mercado, que actúan como la gasolina en el fuego: entre 2015 y 2017, el número de turistas que visitaron Madrid creció un 15,89% (de 5.074.884 a 6.702.042), lo que alimenta el negocio de los propietarios y gestores que se dedican al alquiler turístico.

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“Nosotros hemos entrado de cabeza en el sector porque los inversores que nos compran directamente quieren poner esa vivienda en alquiler turístico”, explica Maribel Contreras, responsable de la oficina de Red Piso en Latina, que tiene reservados hasta enero todos los fines de semana de los inmuebles que gestiona. “Ahora mismo, en esta zona el alquiler turístico representa el 60% del mercado, por el 40% del residencial”, cuenta. “Piso que se vende, piso que se va a alquiler turístico, no son para comprar como vivienda propia”, añade. “Aquí hay pisos muy pequeños, desde bajos a pisos de una habitación en los que se instala una cama doble y un sofá cama. Entran cuatro personas, que pagan 80 o 90 euros al día por el fin de semana y 60 de lunes a jueves”, describe Contreras, cuya oficina trabaja fundamentalmente con clientes extranjeros. “Y una cosa llama a la otra: cuando la gente alquila, te pregunta qué tiene cerca, dónde puede comer, a dónde puede salir…”

Hace una década, casi todas las tiendas de la calle de las Maldonadas se dedicaban al comercio textil al por mayor y tenían propietarios chinos. Colapsaban el tráfico mientras descargaban fardos gigantescos de los camiones. Y convivían con un after disfrazado de asociación cultural que llevaba de cráneo a los vecinos. Hoy han desaparecido. Borrados del mapa, en su lugar han surgido los comercios que viven de la presencia de los turistas. Ocurre en toda la zona. En apenas 60 metros hay seis versiones diferentes de pequeños supermercados en los que comprar comida rápida y productos de primera necesidad. En ese espacio han aparecido recientemente dos lavanderías que explotan el modelo del autoservicio. Y se asienta la moda de los brunchs en las cafeterías, que están llenas de clientes rubios a las 11.00 de la mañana de un día laborable.

Los fines de semana

Todo se adapta al cambio de la clientela. Los restaurantes decanos ya manchan sus paredes con carteles en inglés. Los camareros serpentean entre las mesas mientras chapurrean en distintos idiomas para entenderse con los estadounidenses, rusos, alemanes o franceses que se sientan en sus terrazas. Y los vecinos denuncian que algunos de los comercios cambian los precios los fines de semana, subiéndolos cuando más turistas hay. En medio, jóvenes subyugados por las pantallas de los móviles, en las que consultan mapas para moverse por una capital que desconocen. La Latina es el punto de partida perfecto: a un paso de la Plaza Mayor, y con el metro a tiro de piedra.

“Sábado y domingo es cuando están los turistas”, resume gráficamente el dueño de uno de los bazares chinos de la calle Toledo, que se nutre de los clientes de los pisos que se anuncian en plataformas como Airbnb.

“Son jóvenes, estudiantes…”, dice Roger, camarero de uno de los restaurantes de la plaza del Cascorro, que señala a un hostal como otro de los destinos de los visitantes.

“Vienen un fin de semana y arman la marimorena, con su trasiego de subir y bajar por las escaleras y con esos horarios de los vuelos”, lamenta Saturnino Vera, al que los vecinos le cuentan el ruido que arman las maletas y los pasos cuando llegan y se van de madrugada. “Las quejas que recibimos en la asociación son casi exclusivamente por vivienda de uso turístico, cuando antes eran por el ruido de los locales de ocio. Que te estén dando la tabarra todos los días es tremendo”.

El choque de intereses es absoluto. Completo. Y radical. Los vecinos que trabajan y madrugan coinciden con visitantes deseosos de exprimir la madrugada con música a todo volumen. Quienes usan diariamente las zonas comunes las ven invadidas por gente de paso y con prisa. En los portales se acumulan los panfletos de inmobiliarias interesadas en comprar pisos: para abrir más plazas turísticas, se deduce. En consecuencia, este diario ha podido comprobar que hay dueños de edificios que se han negado a aceptar pisos turísticos.

Conflicto vecinal

“En el momento en que una vivienda se alquila turísticamente aparecen fricciones con los residentes permanentes”, analiza el arquitecto Álvaro Ardura, coautor de First We Take Manhattan. La destrucción creativa de las ciudades (Catarata). “Hay sensación de inseguridad, molestias de ruido o suciedad”, describe. “Muchas veces, en las viviendas turísticas que se explotan profesionalmente no hay nadie que ejerza un control, no se filtran los posibles inquilinos y no importa demasiado ese tipo de comportamientos molestos por su parte”, continúa. “Eso en el caso de los propietarios”, puntualiza. “En el caso de residentes alquilados además existe la amenaza de que el arrendador les suba el precio del alquiler o directamente no les renueve el contrato”.

En la Latina todavía conviven lo antiguo y lo nuevo. La gente del barrio y los turistas. Las ruedas de las maletas traquetean sobre los adoquines de las calles mientras dos señoras se cruzan y se dan los buenos días. Casa Vega, especializada en lonas, cuerdas y zapatillas, y Caramelos Paco, fundada en los años treinta, resisten entre un océano de modernos restaurantes y ultramarinos. Un visitante se pelea con la puerta de un edificio, arrastrando su equipaje, justo antes de que Aquilino toque el timbre y escuche cómo le piden que vaya a por el pan y algo de fruta.

“Siempre hay vecinos nuevos, todos son turistas, pero no les pregunto”, dice justo después de comprar en una frutería regentada por un pakistaní.

Siguen llegando las maletas mientras se acaba la luz del día. La noche, que ocupará el segundo capítulo de esta serie de EL PAÍS, tiene otros sonidos. Hasta entonces, el silencio de este vecino describe la herida que poco a poco se abre en el barrio.

Metodología

J. G.

Los datos de los inmuebles disponibles en la plataforma Airbnb han sido descargados de InsideAirbnb, una página web que recopila y muestra información de los alojamientos publicados por esa plataforma de alquiler turístico. Se han tomado los de agosto de 2018, aunque ahora están disponibles otros actualizados a 11 de septiembre. Para la selección de la zona en la que discurre el reportaje solo se han tenido en cuenta los anuncios de viviendas completas. Las coordenadas con que se ha posicionado cada inmueble, según explica InsideAirbnb, no son del todo precisas, pues Airbnb las somete a un proceso de anonimización que las descoloca unos 150 metros.

Estos datos se han unido con los límites de las secciones postales publicadas por el Instituto de Estadística de la Comunidad de Madrid, y con el censo del Instituto Nacional de Estadística. De ahí surge la identificación de una de las secciones censales de Madrid con mayor proporción de viviendas publicitadas en Airbnb. Se trata de las tres manzanas que van desde la plaza de la Cebada hasta la de Tirso de Molina. En ellas hay 435 viviendas y aparecen 106 anuncios en la plataforma. Una proporción muy similar se da en otras secciones del centro, como por ejemplo, la que va de la Puerta del Sol a la plaza de Jacinto Benavente.

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