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Desahuciando a los chinches

Los únicos chinches que ven las empresas inmobiliarias especuladoras parecen ser los habitantes

Sergio C. Fanjul

Apareció en el ascensor de casa un cartel de cuidada caligrafía en el que la comunidad de vecinos —esa entelequia— informaba sobre la aparición de chinches en uno de los pisos del edificio (bastante cercano al mío, por cierto). Habían fumigado a conciencia, pero para evitar que se extendiese la “plaga” nos instaban a inspeccionar “minuciosamente” nuestro domicilio en busca de estos animalillos. La palabra plaga me asustó, pero también la palabra minuciosamente, ya que soy de naturaleza desidiosa. Menudo lío.

Los chinches son unos viejos conocidos de los vecinos de Lavapiés, aunque yo pensaba que eran una de esas cosas que nunca me iban a pasar a mí, que eran para otros, como las hemorroides. Si en Senegal tienen leones, en Estados Unidos el águila calva y en Portugal el colorido gallo, el animal característico, escudo de Lavapiés, debería ser el chinche. El chinche, como los lavapieseros —los que quedan entre tanto turista—, es bondadoso, solo actúa por instinto de supervivencia, pero, al mismo tiempo, puede llegar a ser muy puñetero. No es el único animal con el que convivimos sin darnos cuenta: una exposición en el Museo Nacional de Ciencias Naturales (hasta el 28 de octubre) cuenta cosas sobre piojos, polillas, mohos y otros compañeros a los que pagamos su parte del piso. Hasta hay unos ácaros, los Demodex follicullorum, que viven dentro de los poros de la cara y, al anochecer, salen a hacer el amor sobre nuestro jeto. Parecen serpientes alienígenas, miren en Google (mis disculpas si a partir de ahora esto le quita el sueño).

Como no sé qué pinta tiene un chinche he mirado en la Wikipedia para reconocerlo cuando lo vea, no sea que me pase como con el diablo. Su nombre formal es Cimex lectularius. Ahora ando por las esquinas en busca de ese pequeño y simpático monstruo que puede hacerme la vida imposible con su llegada. El chinche, como digo, es tradicional de este barrio, pero visto lo visto, no se logra erradicar del todo, como muchas de las cosas que suceden en estas calles, que pasa el tiempo y siguen igual.

De igual forma que la cacareada inseguridad mantenía a turistas e inversores fuera de las cuestas de Lavapiés en tiempos pretéritos, me pregunto por qué el chinche no es un obstáculo para los procesos de gentrificación/turistificación que aquí se sufren. Supongo que no trascienden en los portales de pisos turísticos (nadie anuncia wifi y chinches). Los únicos chinches que ven las empresas inmobiliarias especuladoras parecen ser los habitantes de los edificios que quieren rentabilizar en varias zonas del centro: por eso quieren desahuciarlos, ya que fumigarlos entraría dentro de la ilegalidad. De hecho, me consta que les llaman bichos.

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Sobre la firma

Sergio C. Fanjul
Sergio C. Fanjul (Oviedo, 1980) es licenciado en Astrofísica y Máster en Periodismo. Tiene varios libros publicados y premios como el Paco Rabal de Periodismo Cultural o el Pablo García Baena de Poesía. Es profesor de escritura, guionista de TV, radiofonista en Poesía o Barbarie y performer poético. Desde 2009 firma columnas y artículos en El País.

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