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Rock / Steven Wilson
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Tan grande como se pueda

El antiguo líder de Porcupine Tree abruma en el WiZink con tres horas de repertorio pomposo y colosal

Steven Wilson.
Steven Wilson.

La última vez que hizo las cuentas, Steven Wilson sumaba 50 discos entre álbumes en solitario, con Porcupine Tree y bandas colaterales. Tantos como primaveras, por cierto: al niño bonito del rock británico jamás le podremos negar su vocación estajanovista. Solo que Wilson, a tenor del calendario, ya no es tan niño. Y, a juzgar por su soberbia comparecencia de anoche en el WiZink Center, no siempre abraza la liturgia rockera. Comenzó a una hora inusual (20.00), dispuso sillas en la pista, decretó un intermedio teatral y una férrea prohibición sobre los móviles, y admitió que el holgado pabellón no era el espacio "idóneo" para el "entusiasmo" de los 1.800 espectadores.

Pero lo propició, a fe que sí. Por su envoltorio sencillamente abrumador, con algunas voces sonorizadas a la espalda del público. Por un repertorio nunca timorato ni abonado a especulaciones. Y porque se asoma a todos los filos, incluso los argumentales: People who eat darkness retrata con pavor el fundamentalismo religioso, Detonation habla de terroristas suicidas y Creator has a mastertape, con su bajo enloquecido, sirvió como banda sonora para la alienación salvaje.

Wilson nos prefiere sentaditos, entre otras cosas, porque se toma el espectáculo como un compromiso muy serio. Anoche no tocaba tontear en las redes sociales, sino pegar la espalda al respaldo y procurar que el huracán conceptual y sónico no nos hiciera saltar por los aires. El londinense cree que su fuerza es el vértigo, la furia, la sagacidad. Y jamás se conforma con un pacto de mínimos. El concierto de ayer fue pomposo, arrollador, orgulloso, imponente. Duró casi tres horas para exprimirnos los sentidos, la adrenalina, las meninges. Porque su protagonista lo prefiere todo tan grande como se pueda.

Y grande acaba siendo cuanto nos rodea. Porque Wilson, aunque recele de la etiqueta sinfónica, es lo más progresivo que ha pisado en lustros la ciudad. Y porque ya solo los 12 minutos de Home invasion/Regret 9 rearman con su magia y vigor acerado un género al que le habían crecido los detractores.

El juego, más bien, consiste en determinar de qué fuente bebe en cada ocasión este gafapasta cincuentón de aspecto jovial y voz cálida. Abrió boca con su adictivo nuevo disco, To the bone, que apunta más a la grandilocuencia de los ochenta que a la década previa: unos Pink Floyd ligeros para el tema central, la estela de Mike & The Mechanics en Nowhere now o el referente inevitable de Peter Gabriel y Kate Bush en la emocionantísima Pariah, con la israelita Ninet Tayeb, todo un hallazgo, en el papel femenino.

Refuge era puro Genesis, y a King Crimson nos los dejamos para Ancestral, el monumental epílogo de la primera parte. Para la segunda, con el público ya casi siempre levantado, Steven osó invocar los espíritus de ABBA y la ELO (falsete incluido) en Permanating, "mi primer tema exitoso de pop", mientras que Same asylum as before no desentonaría con Tears for Fears y Heartattack in a layby regaló unos juegos vocales prodigiosos, sacándole partido a la cuadrafonía. Wilson es así: enciclopédico. O, dicho de otro modo, muy grande.

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