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POP Días Nórdicos
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Vikingos alejados del radar

Un ciclo que un año más permite descubrir a artistas escandinavos que en ningún caso habían visitado geografías tan meridionales como las nuestras.

Oídos vírgenes al acecho de cualquier sorpresa que pudiera saltar entre las brumas. Es el encanto inherente a Días Nórdicos, el ciclo que un año más permite descubrir a artistas escandinavos que en ningún caso habían visitado geografías tan meridionales como las nuestras. Ya no puede sorprender que por aquellas tierras vikingas proliferen pléyades de músicos adscritos al pop, el folclor, el jazz, la electrónica o la experimentación libérrima, pero la abundancia no deja de provocar admiración, fascinación y, claro está, envidia. La entrada rondaría anoche los 300 espectadores en la Joy Eslava, una sala que triplica ese aforo. Da igual: la curiosidad es una de las grandes señas de la melomanía, y con las hordas rubicundas siempre existe un razonable margen para el asombro. Grandísimo en el caso de Hey Elbow, un enorme trío sueco de rock experimental.

The Hearing, el nombre artístico de la finlandesa Ringa Manner, abrió la noche ubicándose en algún lugar intermedio entre Björk y Kate Bush, a veces con una brizna de la ternura pop de Nina Persson (The Cardigans). Completamente sola frente a la mesa de mezclas y los pedales de grabación, fue acumulando ritmos, voces, ecos y, muy particularmente, melancolías, con momentos tan hipnóticos como Rehearsal. Y con margen para el sentido del humor, más allá de la superposición de voces angelicales. "Creo que mi segundo disco es mejor que el primero, pero desconozco vuestros gustos musicales", resumió.

La cuota de extravagancia y audacia escénica corría a cargo de Nils Bech, un noruego flacucho ante el que es imposible no clavar los ojos: anoche se nos presentó con vaqueros cortos blancos, una gasa roja a modo de capa y unas inenarrables sandalias de color carne, lo que le confería un cierto aire de emperador encaramado a las carrozas del Orgullo. Su solemne pop electrónico, aliado siempre del drama y el amor, se sustenta en esa voz agudísima de soprano, pariente de Monarchy y heredera de Jimmy Sommerville, pero también, quizás, de la ópera barroca. Nada del todo nuevo, pero sí visual, chocante, atrevido. Y con el suficiente pellizco de performance para enriquecer el menú.

El rock se adueñó a partir de ahí de la velada gracias a sendos tríos alérgicos a la convención. No sabemos si son más atípicos Hey Elbow o las danesas Nelson Can, que asumen una seña de identidad casi suicida: ni una sola guitarra en su alineación instrumental. Los primeros dejan traslucir cierta formación jazzística, tanto interés por la oscuridad como PJ Harvey, un batería extraordinario (que quizá compartiera estilista con Bech) y una trompeta procesada que recibiría las bendiciones de Mark Isham. Fueron lo más excitante de la noche, el gran hallazgo entre todo este puñado de propuestas alejadas del radar.

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