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Patti Smith, una activista en el jardín monárquico

La rockera norteamericana impone su poder en el festival Jardins de Pedralbes

Patti Smith, en un momento del concierto
Patti Smith, en un momento del conciertoJoan Sánchez

En la platea aplaudía desde la primera canción una señora que por lo menos tenia los mismos años que ella. Iba pintona, con una chaqueta multicolor vagamente sicodélica, cabellos recogido informalmente, gafas de sol siendo de noche y tejanos. Pese a su aspecto aparentemente descuidado llevaba una fortuna encima sólo en ropa. También corría por allí, en preceptiva camiseta, David Fernández el político anticapilatista encuadrado en las CUP. Ambos ante un palacio real, en la zona más acomodada de Barcelona, donde ni se cuenta el dinero que se tiene. Todos, hasta llegar a unas mil ochocientas personas que no llenaron el recinto, reunidas por ella, la reina, como siempre algo parecido a una bruja urbana, todo melena canosa, americana negra, chaleco, tejanos y botines de media caña. El festival Jardins de Pedralbes, el festival para los pudientes, se tiraba a la calle.

Realmente era la primera visita de Patti a Barcelona en la que parecía jugar fuera de casa, en unos jardines aristocráticos perfumados por alguna colonia cara sobreponiéndose al olor de la hierba delicada y linealmente podada. Pero Patti es la misma en cualquier lugar, y más a su edad, en la que ya no ha de dar explicaciones a nadie. Así que puntual salió a escena como si aquello fuese un garito cualquiera. Leyó de entrada un poema de Allen Ginsberg como para decir de dónde viene lo suyo, y cuando los aplausos apenas se habían apagado comenzó con “Dancing Barefoot”, cantada ya como mandan sus cánones, adelantando los brazos y abriendo sus largas y huesudas manos como celebrando cada interpretación como un regalo añadido a sus siete décadas de música y vida. A su izquierda, encabezando el quinteto de acompañamiento, llamado, nótese la pleitesía de género, Her Band, Lenny Kaye, otra melena armada con canas, tan escuchimizado tras su guitarra como en los setenta. Ginsberg y Kaye, cuestión de fidelidades.

Y siguiendo estas fidelidades, tras “Frederick”, “Redondo Beach” y “Free Money”, llego su recuerdo a Gay Mercader, el primer promotor que la trajo a España allá por los setenta y que ayer le envió un ramo de flores al hotel. Un caballero de los de antes a quien Patti dedicó “Grateful” antes de rendir pleitesía a Prince, otro caballero, versionando “When The Doves Cry”. Después, sin ella en escena, pleitesía a The Byrds por medio de “Eight Miles High” cantada por tres voces masculinas de la banda encabezadas por la de Lenny. Luego con Patti de nuevo en escena sonó la versión del “The Last Time” de Stones, y aunque no siguió “My Generation” de The Who quedó claro que se trataba de un concierto generacional, el canto de quienes fueron jóvenes cuando el mundo aun podía imaginarse mejor, tiempos en que los ideales no chocaban con la terquedad financiera. Aunque fueron los jóvenes quienes primero su pusieron en pie y bailaron junto al escenario en pie. Patti bailaba por los de su edad en escena.

Y a partir de aquí, casi ya una hora de actuación, todo fue creciendo como la bola de nieve que desciende por la ladera, como el fuego que halla a su paso hierba reseca. “Summer Cannibals” , ”Beneath The Southern Cross”, “Pissing In A River”, “Because The Night”….en fin….tanta historia que los fans la llamaban guapa como si fuese una diva pop con cuerpo de bisturí, dieta y bicicleta. Pero ella, amable, agradeció el cumplido y lo devolvió con una traca final de clásicos cerrada con “People Have The Power”. David Fernández y la señora descuidadamente adinerada dijeron que sí, que así era. Y Patti, contenta, acabó el recital segura de no haber perdido la esperanza de que así sea.

 

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