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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El cambio político que llega

Las encuestas dicen que pierde la derecha, pero ¿será capaz de gobernar la izquierda?

Puede que las encuestas no sean muy rigurosas, el hambre haga ensoñar festines y hasta se confunda el deseo con la realidad, pero lo bien cierto es que por primera vez en casi cinco quinquenios la progresía valenciana, con la anuencia de la derecha lúcida –que la hay– percibe la proximidad de un cambio político, tanto en el Gobierno autonómico como en buena parte del municipal. Un cambio que, por lo pronto y de modo irreversible, ha de conllevar el fin de las mayorías absolutas, esa calamidad que ha degradado la democracia hasta extremos solo posibles por la pobreza intelectual y moral de la sociedad civil y –digámoslo todo– la concurrencia de un sistema judicial anacrónico y materialmente desarmado para sentarle la mano oportunamente a tanto desafuero. Mayoría absoluta, ni la de nuestro partido, que alecciona el escritor Ferran Torrent.

Conlleva también la derrota electoral del PP gobernante en la Generalitat que, a tenor de los sondeos demoscópicos y la percepción más generalizada, cae en picado hasta el punto de que sería prodigioso que alcance una minoría parlamentaria de bloqueo en las Cortes Valencianas para frenar la labor legislativa del Consell. El carisma del presidente Alberto Fabra y las caducadas arengas de la alcaldesa Rita Barberá –cabezas más visibles del equipo movilizador– no parece que puedan sesgar este declive tan largo e intensamente propiciado a fuerza de arrogancia, desmanes y una mediocridad personal –casi sin excepciones– que atufa. Unos largos años de ostracismo, penitencia y renovación –con los que le correspondan de cárcel– es lo menos que se le puede prescribir a este partido de nuestros males. Ciutadans y UPyD –o lo que de este colectivo quede– deben pensar con quién se asocian si se les requiriese.

Pierde la derecha, pero ¿será capaz de gobernar la izquierda? Es la cuestión que enturbia el júbilo de la perspectiva. Porque de las urnas puede decantarse una mayoría de progreso –tripartido o cuatripartido– que habrá de sentarse y pactar un programa mínimo y un reparto de poder, un pacto que en modo alguno puede evocarnos aquel pacte del pollastre, en 1991, que fue el preludio gastronómico de un proceso en virtud del cual el partido más grande, el PP, se acabó zampando al más chico, UV, y casi acaba convirtiendo el país entero en su alquería particular. Habrá que echarle imaginación y humildad para practicar la cultura de la pluralidad, que puede ser un caos o un espléndido venero de iniciativas y estímulos.

Por fortuna, la izquierda que llega ha tenido tiempo de madurar y hasta reinventarse en buena parte, pero no es ajena a problemas que condicionan su eficacia. El PSPV, por ejemplo, parece renacer de sus cenizas, pero nos ha sumido en la perplejidad echando mano de gente ilustre sin carné para recuperar la visibilidad perdida y la primacía con que se inviste. Rosita Amores quizás hubiera sido un buen fichaje para estos socioliberales. Los de Podemos atosigan con su fatuidad. Se aceptan sus condiciones o no pactan, según dicen. Mala marcha. Compromís tiene un flanco descubierto en las comarcas del Sur, como señalan lúcidos analistas políticos. Y EU rozará el milagro si resiste los embates que está padeciendo de la agrupación emergente que le disputa el espacio político.

Lagunas y alifafes más o menos serios que no deberán frustrar las esperanzas depositadas en el pacto necesario de los políticos noveles y veteranos, damas y caballeros, llamados a gobernarnos. Hoy por hoy pintan oros y si perdemos la baza los señalaremos con el dedo.

 

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