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El inquilino invisible del palacio de Pedralbes

La Unión por el Mediterráneo trabaja en Barcelona entre espinas políticas e indiferencia mediática y ciudadana

Palacio de Pedralbes
Palacio de Pedralbes, sede de la Unión por el Mediterráneo. CARLES RIBAS

En una soleada mañana del suave invierno barcelonés, solo las ruidosas cotorras y algún paseante rompen la calma absoluta que rezuman los jardines del palacio Real de Pedralbes. Desde que el Museo de la Cerámica y las Artes Decorativas cerró en 2013 para irse a Glòries, la secretaría permanente de la Unión por el Mediterráneo (UPM) se ha convertido en el único inquilino del palacio, en el que se alojaba Alfonso XIII en sus visitas a Barcelona en vísperas de que la llegada de la República le obligara a buscar aposento algo más lejos.

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Pero, a pesar de ocupar tan regia sede, la presencia de la UPM pasa casi desapercibida en la ciudad. Su nacimiento fue impulsado a bombo y platillo en 2008 por el entonces presidente francés Nicolas Sarkozy. Sin embargo, el parto fue difícil, las complicaciones post-parto fueron aún peores (crisis financiera, Operación Plomo Fundido en Gaza, primavera árabe) y eso ha obligado a la criatura a vivir con una discreción que contrasta con lo que los barceloneses esperaban de un organismo en el que están representados 43 estados (los 27 socios de la UE más Albania, Argelia, Bosnia-Herzegovina, Croacia, Egipto, Israel, Jordania, Líbano, Marruecos, Mauritania, Mónaco, Montenegro, Palestina, Túnez, Siria y Turquía). Por ejemplo, nunca ha habido un plenario a nivel de ministros de Exteriores.

A la falta de resonancia política se une el sigilo que acompaña a cualquier organismo en el que participa Israel. La discreción es tal que encontrar la sede de la Unión por el Mediterráneo es difícil incluso para el que sabe que existe. Pero, aunque parece invisible y ni siquiera las cotorras de Pedralbes hablan de ella, existir, existe.

 “Vivimos siempre en un equilibrio precario entre visibilidad y efectividad”, justifica Anna Terrón, incombustible política socialista con una dilatada carrera europea, representante especial y portavoz del secretariado de la UPM desde noviembre de 2013. “Es una organización multilateral con un montón de conflictos”, admite, “pero aquí tenemos trabajando a israelíes y palestinos de alto nivel, secretarios generales adjuntos, turcos, griegos, chipriotas, y has de mantener ese mínimo de gestión de lo que puedes hacer en público y lo que has de hacer de manera más discreta”, subraya.

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La creación de la UPM fue polémica porque inicialmente fue concebida por Sarkozy para arrastrar la política mediterránea europea al plano bilateral, más beneficioso para los franceses. Eso chocó con países como España o Italia, pero sobre todo con Alemania, que amenazó con desentenderse por completo del Mediterráneo y mirar solo al Este de Europa. “Angela Merkel ganó ese combate: le dio a Sarkozy la creación del organismo y la celebración de una cumbre, pero la Unión por el Mediterráneo se imbricó dentro de las estructuras comunitarias”, explica Eduard Soler, investigador del Cidob.

A ese problema inicial se une una estructura interna compleja, que busca tanto los equilibrios Norte-Sur (con dos copresidentes, ahora mismo la UE y Jordania, por encima del secretario general, el marroquí Fathallah Sijilmassi), como entre unos socios que desconfían unos de otros (hay seis secretario generales adjuntos). Y, también, una duda existencial: “¿Hacía falta cambiar lo que ya existía antes, que era el Proceso de Barcelona? Yo continúo siendo bastante escéptico de que esa fuera la maniobra y el momento adecuados, pero el problema es que una vez que eso lo tenías en la agenda, la estrategia fue evitar daños mayores”, sostiene Soler.

“Es importante distinguir las dos dimensiones que tiene la UPM”, advierte el experto del Cidob. “La política, las cumbres y todo eso, nada: se ha rebajado al nivel de altos funcionarios que lo máximo que pueden decidir es que haya reuniones ministeriales sectoriales y la existencia de espacios de diálogo político. Esa es la UPM política. Luego está la UPM secretariado, que es lo que tiene su sede en Barcelona y cuyo cometido no es impulsar las relaciones políticas, ni luchar contra el yihadismo, ni hablar del conflicto árabe-israelí, ni hablar de democracia. No. Es una estructura pequeña que básicamente tiene que identificar proyectos de desarrollo, darles el impulso político y conseguir financiación para que empiecen a funcionar", explica.

“La filosofía es que, en un momento en el que lo político no funciona, lo de abajo al menos se mantenga. Y no es una estructura cara porque una parte importante de los sueldos vienen pagados por los Estados miembros y en el último año y medio empieza a funcionar razonablemente bien y tiene el apoyo de las instituciones europeas, cosa que antes no sucedía porque debido a la forma en que nació se la miraban de reojo”, relata Eduard Soler. La llegada de Federica Mogherini en lugar de Catherine Ashton al frente de la política exterior europea ha sido, en ese sentido, muy positiva para la UPM.

“Ponemos las bases para que los proyectos sean posibles” Anna Terrón

“Los orígenes son los que son, y ya está. Pero estamos en 2015, hace 20 años del Proceso de Barcelona, hace cinco que se creó este secretariado, lo que quiere decir que hace tres que trabaja, y hemos conseguido una serie de cosas bastante relevantes en estos tres años”, se defiende Anna Terrón. “El mandato era hacer proyectos. ¿Qué se ha hecho desde esta casa? Poner las bases para que los proyectos fueran posibles y que a través de esos proyectos se acabe consiguiendo una plataforma de diálogo y de cooperación”, añade.

“Es un trabajo técnico pero es también un impulso político que está respaldado por dos co-presidencias y por reuniones a nivel ministerial sectorial que no son de Exteriores porque la región está como está pero permiten tener una agenda de trabajo, permiten que en ellos haya organizaciones internacionales, Administraciones nacionales, sociedad civil, sector privado y universidades/centros de estudios. Y, además de eso, generan una cierta plataforma de cooperación y diálogo”, enfatiza.

“¿Es eso hacer un diálogo político de manera estructurada? No, hacemos lo que podemos. Pero es que la región está como está. Y trabajamos en el ámbito de lo posible para hacer integración regional, y eso es muy importante”, proclama Anna Terrón, un poco harta ya de tener que justificarse.

La autopista del Magreb

“El intercambio comercial dentro de la región si se excluye la participación europea y el comercio Sur-Norte, es del 2%. Es el más bajo del planeta. Aquí lo que se hace es intentar estructurar ese área”, explica Anna Terrón. Y la Unión por el Mediterráneo hace eso a través de proyectos para impulsar la integración regional. Hasta ahora, se han aprobado 29 proyectos. Son planes como Logismed para mejorar el sector logístico. O Young Women as Job Creators, para promover el autoempleo entre las mujeres.

Quizás uno de los más simbólicos es el que pretende completar la autopista trans-magrebí que debería unir Agadir (Marruecos) con Ras Jedir (Libia) en 2020. Solo quedan 120 kilómetros por construir, pero son los más delicados: los que han de unir Oujda (Marruecos) con la frontera argelina, cerrada desde hace años, y el que va de la frontera argelina hasta Bou Salem, en Túnez. “Quién sabe, a lo mejor algún día tendremos la autopista Siria-Mauritania, pero de momento ojalá tengamos la del Magreb”, cavila Anna Terrón.

En el secretariado del palacio de Pedralbes trabajan unas 60 personas de una veintena de países. Hay diplomáticos de los socios de la UPM pero también técnicos de organismos como el Banco Europeo de Inversiones (BEI) o el Banco Europeo para la Reconstrucción y el Desarrollo (BERD). El plenario de altos funcionarios que representan a los 43 socios se reúne dos veces al año, una en Barcelona y otra en Bruselas. Y los ministros sectoriales se han reunido también en varios plenarios. “Si la Unión por el Mediterráneo no existiera, habría que inventarla’, concluye Terrón, desafiante.

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