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ROCK | Morrissey
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Planeta solitario, satélite unipersonal

El genio misántropo entrega un concierto irregular y difícil, poco generoso con quienes esperasen su repertorio más emblemático

Morrissey durante su actuación de anoche en Madrid.
Morrissey durante su actuación de anoche en Madrid.Alberto Martín (EFE)

El mundo se divide entre quienes adoran a Morrissey y los que lo detestan, pero Mozz solo distingue entre él y el resto de la humanidad. Este narcisismo podría analizarse desde una perspectiva patológica, pero a efectos creativos resulta apasionante: inmerso en esa brutal dicotomía, al de Manchester no le queda más remedio que llamar la atención en todo. Su concierto de anoche en El Ring del Palacio de los Deportes resultó peculiar hasta en los prolegómenos, amenizados por una delirante colección de vídeos que abarcaban desde Chris Andrews o Charles Aznavour hasta New York Dolls y Ramones. Pero así es y así se las gasta el antiguo cabecilla de The Smiths, hijo único e irrepetible de la furia y la finura, del amaneramiento y la bilis.

De todo ello hubo ayer en un recital irregular y desconcertante, tan marcado por los destellos de genialidad como por esos caprichos que siempre caracterizaron a los tipos excepcionales. Stephen Patrick comenzó como un tiro, con The queen is dead, la voz rutilante, el cuerpo convertido en un poema espasmódico y el cable del micrófono agitándose como un látigo castigador. Entregó la oscura Speedway, dramática y a dos velocidades, e invitó de inmediato al morbo con la antitaurina The bullfighter dies, demagógica y deliciosa, recibida con relativo entusiasmo incluso cuando por dos veces rumió la frase "La vergüenza de España". Pero Morrissey no sabe de complacencias, ni siquiera ante 4.800 devotos. Por eso este hombre con tres décadas de éxitos los suministró en proporciones raquíticas, convencido de que su obra cumbre es la más reciente. Y a los grandes divos no es fácil llevarles la contraria.

Morrissey siempre ha sido lenguaraz, provocador, incómodo: un bocazas impertinente y necesario. Ayer, en un mundo que da asquito allá por donde lo miremos, se limitó a ilustrar Meat is murder con un vídeo repugnante en torno a la industria cárnica y a verter su vitriolo sobre la discográfica que acaba de despedirlo. Pero el álbum que le condujo hasta Harvest, World peace is none of your business, es un mejunje de difícil ingesta sobre el escenario. Kiss me a lot asume un donaire casi de pasodoble y I’m not a man deriva en un precioso crescendo emocional, pero Kick the bride down the aisle o Neal Cassady drops dead terminan haciendo bola en la boca del estómago. Y el tema central derivó en un doloroso anticlímax: el sexteto abandonó las tablas y el público esperó a los bises en un silencio con regusto a derrota.

La tierra es el planeta más solitario, afirma Mozz es uno de sus títulos recientes, pero lo curioso es que él mismo ejerce de satélite unipersonal. Nosotros le concederemos licencia vitalicia a su misantropía: la merece porque no hay nadie tan enfático, dramático, desmedido, rococó, engolado, atildado y distinguido como él. Ayer sudó hasta el último centímetro de su camisa roja, nos aceptó como fugaces hermanos durante Everyday is like Sunday y acabó con dos bises impecables de los Smiths, ese vals titulado Asleep y la icónica How soon is now? Entre medias, en cambio, tanta cal como arena. Sin ánimo alguno de que lo de la arena, Dios nos libre, adquiera resonancias taurófilas.

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