El exilio cultural
El legado más importante de Sorolla que guarda Valencia es la estación del AVE. Quien quiera contemplar su obra más interesante debe viajar a Madrid o Nueva York
El legado más importante que guarda Valencia de Joaquín Sorolla es la estación del AVE que lleva su nombre. Quien quiera contemplar su obra más interesante debe viajar hasta su casa-museo en Madrid o a la Hispanic Society en Nueva York. Pero la devoción de los valencianos por el artista es tan grande como la ausencia de sus cuadros en su tierra. Nada de ello parece importar a nuestras autoridades siempre tan diligentes a la hora de presumir de sorollismo, aunque se trate, como ayer, de presentar dos obras menores.
Esta estrechez de miras, más un sectarismo ideológico insoportable, tienen consecuencias indeseables. Más de dos millones y medio de documentos digitalizados pertenecientes al Archivo Secreto del Vaticano y que recogen los testimonios de los papas Borja, Calixto III y Alejandro VI, abandonan Valencia por la desidia de las instituciones públicas. Siguen el camino del exilio cultural como antes lo hiciera el legado de Miguel Hernández, que ha acabado por refugiarse en Jaén tras ser expulsado (por caro, costaba demasiado mantenerlo, dijo la alcaldesa) de Elche.
En esta tierra, paradigma del despilfarro y del saqueo, cuando ha llegado la hora de los recortes, lo primero que ha hecho esta derecha ha sido podar la cultura. Si además no es la suya, con mayor rapidez la han cercenado. Eduardo Zaplana, en su megalomanía, levantó el Palau de les Arts, y Francisco Camps, por no ser menos, se trajo a Lorin Maazel y a Zubin Mehta para crear la que ha sido la mejor orquesta de España. Mehta se va y, con él, se irán muchos músicos. ¿El futuro? Jesús Prado escribió ayer en Levante-EMV. “Nosotros, mucho nos tememos, seguiremos, con paso firme, nuestro viaje hacia las tinieblas o, quién sabe, hacia la oscuridad”. Pero siempre nos quedara, aunque sea a ratos, Sorolla.