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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El populismo como coartada

La amenaza populista es la coartada de los partidos de gobierno para disimular su impotencia y tapar todo lo que incomoda

Josep Ramoneda

De aquí a las elecciones europeas, vamos a tener la palabra populismo hasta en la sopa. Se ha convertido en la gran coartada de los gobernantes, en un momento en que son incapaces de enhebrar propuestas políticas que den reconocimiento e impliquen a los ciudadanos. “Los euroescépticos están al acecho”, dice Rajoy advirtiendo del peligro populista. ¿Qué es el populismo? Es una estrategia política que se funda en promesas que se sabe que no se podrán cumplir.

Si es así, Mariano Rajoy debería tener un minuto para la autocrítica: ¿qué se hizo de las promesas electorales con las que ganó las elecciones, hechas a sabiendas de que no las podría satisfacer? Populismo es también coger la parte por el todo, presentarse como portador de las aspiraciones del verdadero pueblo, como si las demás no existieran. Pero que tire la primera piedra el gobernante que no se ha instalado en el nosotros mayestático. Populismo es la apelación a las bajas pasiones de la ciudadanía, el resentimiento (que en este momento tiene a bancos, políticos e inmigrantes como principales destinatarios) como modo de movilización política. Pero es innegable que los dos primeros se lo han ganado a pulso. Y que los gobernantes, cuando les conviene, no dudan en utilizar la confrontación entre sectores sociales para ganar votos. Desgraciadamente, el populismo es una enfermedad bastante bien repartida entre la clase política.

Pero el uso de la palabra populismo, por parte de los gobernantes (y de las élites en general) tiene otro sentido: es populista todo aquello que va contra los planes del complejo político-financiero que nos gobierna, parafraseando la expresión de Eisenhower. Dicho de otro modo, todo aquel que pone en cuestión al poder establecido. Y por extensión todo el que se mueve. Así es populista la extrema derecha xenófoba y antieuropeísta, pero también los movimientos sociales que cuestionan democráticamente los dispositivos de poder existentes. Incluso Izquierda Unida o Iniciativa, perfectamente integrados en el sistema, son a veces tildados de populistas. Y un partido tan conservador como Convergència recibe la etiqueta de populista cuando sale de la vía principal para incorporarse a un movimiento que cuestiona el marco de juego, como es el independentismo.

En las dos últimas décadas, Europa entró en una pérdida de la noción de límites, con graves consecuencias económicas, culturales y morales

La acusación de populismo es una manera de mantener latente la idea de que la ciudadanía, poco formada y vulnerable, puede ser engañada por cualquier embaucador, y que, por tanto, hay que limitar el espacio de la representación. La amenaza populista es la coartada de los partidos institucionales para disimular su impotencia y descalificar todo lo que incomoda: el euroescepticismo, la resistencia social, el independentismo. “Voy a luchar por los catalanes”, dice Rajoy, para sacarles del engaño, se sobreentiende. Sin embargo, el mal gobierno de las últimas décadas tiene mucho que ver con el ascenso del populismo.

Hagamos un recordatorio de cómo hemos llegado hasta aquí. A partir de 1979, el año de la llegada al poder de Margaret Thatcher y de la publicación de La condición posmoderna de Jean François Lyotard, Europa inicia un cambio vertiginoso hacia una nueva hegemonía ideológica. Corresponde a un período de paso del capitalismo industrial al financiero, y de aceleración constante fruto del impacto de las nuevas tecnologías de la información. Es un proceso de individualización que en nombre de los nuevos mitos ideológicos —la competitividad y el emprendedor— sataniza cualquier idea de lo común y presenta al ciudadano como homo economicus autosuficiente, en lucha con su entorno.

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En las dos últimas décadas, Europa entró en una pérdida de la noción de límites, con graves consecuencias económicas, culturales y morales. La socialdemocracia se desdibuja, cualquier idea de alternativa se desvanece, la estructura social de los países se transforma, tanto la burguesía tradicional como la clase obrera pierden peso social, político y económico. La política se desprestigia, crece la cultura de la indiferencia. Con la crisis, las clases medias se parten entre integrados (los que han conservado el puesto de trabajo) y excluidos.

Crecen las fracturas sociales, culturales y políticas. Cómo escribe Joseph Stiglitz: “Las políticas de austeridad hicieron que la desaceleración sea mucho más profunda y más larga de lo necesario, causando además consecuencias de larga duración”. Y, ¿cómo no?, el europesimismo y el populismo xenófobo crecen, los movimientos sociales aparecen como nuevas formas de resistencia, al tiempo que los regímenes políticos evolucionan hacia el autoritarismo posdemocrático.

La desigualdad aumenta, la democracia se estanca. Y nuestros dirigentes tienen el cinismo de decir que el populismo acecha y que ellos se ofrecen como garantes para vencerlo. ¿Recuerdan el capitalismo popular de la señora Tatcher? Es un magnífico ejemplo de populismo que acabó en un desastre social. El populismo es un problema y un peligro, pero no se combate cerrando el sistema político sino todo lo contrario: abriendo la democracia, incorporando a la ciudadanía, sin tener miedo ni a ella ni a su voto.

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