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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Inteligencia táctica

Bien, pues ya tenemos fecha y, sobre todo, pregunta para la consulta autodeterminista a celebrar el año próximo. Es una pregunta —admitámoslo— más bien alambicada, de respuesta binaria —sí o no—, pero doble: primero habrá que definirse sobre si queremos que Cataluña sea un Estado y, en caso afirmativo, si queremos que sea un Estado independiente.

Personalmente, me parece una fórmula complicada y confusa: tal vez sea el peaje a pagar al consenso. Pero, en este curioso país donde, de repente, todos nos habíamos vuelto especialistas en la redacción de preguntas referendarias, mi idea era otra. No, desde luego, alrededor del concepto de ‘Estado propio’, un flato retórico que no significa nada. Yo hubiera pedido posicionarse acerca de un Estado soberano.

De cara al fundamentalismo constitucional español (según el cual “la soberanía nacional reside en el pueblo español” y no hay más que hablar ni que matizar), una votación ciudadana clara a favor de la soberanía catalana hubiese sido tan contundente e inequívoca como un sí a la independencia. En cuanto a su fuerza legitimadora ante la comunidad internacional, resultaría muy parecida. Lo diré de otro modo: a mi modesto juicio, sería muy preferible un 60% de síes a la soberanía, que un 50% de síes a la independencia.

La pregunta es confusa, pero es la que permite el consenso y ahora habría que hacer lo posible por sumar al PSC

Pensando en la construcción de una mayoría amplia, o en la atracción de colectivos y sensibilidades a quienes la palabra ‘independencia’ todavía pueda impresionar, ‘soberanía’ resultaba un sinónimo más amable, menos esquinado. Y, con respecto a una parte de los adversarios internos del proceso, ponerlos en la necesidad de aceptar o rechazar la soberanía de Cataluña agudizaría sus contradicciones, para decirlo en el viejo argot marxista.

Desde luego, el enunciado conocido ayer dispone del apoyo de 87 diputados entre los 135 que componen el Parlament, una mayoría que bordea los dos tercios y que, bajo el punto de vista ideológico, abarca desde la democracia cristiana de UDC hasta el marxismo crítico y transformador de la CUP. Pero, felizmente superadas las reservas de Unió y de Iniciativa-Esquerra Unida, subsiste la cuestión del PSC y de los federalistas que giran más o menos en su órbita.

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¿Debemos darlos definitivamente por perdidos, empujarlos a persistir en las libaciones con la delegada Llanos de Luna, a instalarse en el regazo seductor de Alicia Sánchez-Camacho y su futuro ‘simposio de la verdad’, a ponerse en la estela de Albert Rivera? Me parece más bien lo contrario: que en los próximos meses habría que intentarlo casi todo para que socialistas y federalistas —o una parte de ellos— se incorporasen a la mayoría comprometida con la consulta. En este sentido, las reacciones de cada uno de ellos ante una pregunta planteada en términos de soberanía catalana habrían sido un excelente test sobre la sinceridad de tantos y tan súbitos fervores pimargallianos. ¿Tendrá la misma virtualidad pedirles si quieren “que Cataluña sea un Estado”?

Si el aparato jurídico-institucional español tuviese la cultura política de Suecia o Dinamarca, cabría el riesgo de que un referéndum planteado en términos de soberanía supusiera la renuncia a la independencia, porque ante un resultado categórico Estocolmo o Copenhague respondiesen ofreciendo encajar la soberanía catalana en un marco jurídico común enteramente nuevo. En nuestro caso, tal posibilidad no existe, por lo que no veo qué podíamos haber perdido con una pregunta ‘soberanista’.

Como quiera que sea, la decisión está tomada y la pregunta escrita. No sin problemas y puntos débiles, sobre todo en su primer apartado

Como quiera que sea, la decisión está tomada y la pregunta escrita. No sin problemas y puntos débiles, sobre todo en su primer apartado. ¿Qué supone querer que Cataluña sea un Estado, dada la variadísima tipología de situaciones políticas que se engloban en ese concepto? ¿Un Estado como Wisconsin, como Tamaulipas, como Renania del Norte-Westfalia, como Puerto Rico, como la República y Cantón de Ginebra, como Andorra, como Malta...?

La polisemia de la palabra Estado —con mayúscula, según subrayó Artur Mas— es tal, que en teoría podrían posicionarse a favor de una Cataluña Estado incluso quienes sostienen que el actual modelo autonómico español ya es un sistema federal de facto; les bastaría añadir que, siendo así, las hoy llamadas Comunidades Autónomas son en realidad Estados federados in pectore y que, por consiguiente, Cataluña ya es un Estado.

La segunda pregunta, en cambio, es clarísima: “¿Quiere que Cataluña sea un Estado independiente?” Pero, ¿qué ocurre si —pongo por caso— hubiera un 65% a favor de la Cataluña Estado, y sólo un 40% por la independencia, con un alto porcentaje de blancos en esta última casilla de la papeleta? ¿Cómo deberíamos interpretar entonces la voluntad popular? ¿En el sentido de que la mayoría quiere parecerse a Wisconsin, a un land alemán, a un cantón suizo, a un Estado Libre Asociado...? ¿O acaso lo de ayer es sólo una escenificación político-partidista, construída sobre la convicción de que Madrid no autorizará jamás consulta alguna?

La salida del actual laberinto político catalán requiere, entre otras muchas aptitudes, sutileza e inteligencia táctica. Esas mismas que brillan por su ausencia en el enunciado del simposio España contra Cataluña.

Joan B. Culla i Clarà es historiador.

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