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“Mis hijos saben que no hay dinero”

Lorena Escribano trabaja a diario en ayuda a domicilio en Jerez, pero no cobra desde diciembre

Lorena Escribano, en Jerez.
Lorena Escribano, en Jerez.ROMÁN RÍOS

“Si mis hijos tienen que comer tres días seguidos habichuelas, no protestan. Saben que en casa no hay dinero. Debo nueve recibos de agua, dos años de contribución y dos meses de hipoteca”. Estas palabras las pronuncia Lorena Escribano. Es jerezana, tiene 29 años y no está en paro. Acude a su puesto de trabajo cada jornada a las nueve de la mañana, pero no cobra. Firmó hace cuatro años un contrato de 32 horas semanales con la empresa que presta el servicio municipal de ayuda a domicilio en Jerez y desde entonces percibe el salario tarde y mal. La última nómina que ingresó fue la de diciembre y no sabe cuándo olerá la próxima. En las estadísticas figura como persona en activo y ese estatus le cierra las puertas a cualquier subsidio.

En los últimos cuatro años Lorena ha sido subrogada por varias empresas, pero los problemas de impago no cesan. En 2009, 2010 y parte de 2011 era el Ayuntamiento el que no transfería a la concesionaria los fondos que recibía de la Junta y desde hace algo más de un año es la administración andaluza la que demora las transferencias, que cubren el 80% del coste del servicio. Desde enero de 2012 ha ingresado al Consistorio 4,9 millones de euros, pero adeuda 1,1.

El Consistorio es incapaz de costear el dinero de las nóminas y ha firmado una operación con una entidad italiana para que adelante los recursos. El coste de esta operación, de momento, lo soportan las empleadas. Hace dos semanas la Junta pagó 750.000 euros y 85.000 se los quedó el banco.

El marido de Lorena es oficial de segunda en el sector de la construcción. Está en paro y este mes es el último que ha ingresado la ayuda de 400 euros al parado de larga duración. la pareja y sus dos hijos, de seis y ocho años, dependen ahora de una nómina de 670 euros que llega en función de la liquidez de las administraciones.

¿Cómo sobreviven? Cuando Lorena cobra hace “una buena compra”. Su madre, con una pensión de 400 euros, le repone leche, yogures, carnes y pescados. Su suegra aporta comida que le dan en la iglesia, habichuelas, arroz y macarrones.

El dinero no da para atender ni los recibos ni la hipoteca de un piso de 60 metros en la barriada de San Telmo. “Debía dos meses de casa y el banco nos ha refinanciado la hipoteca. La cuota me baja de 370 a 226 euros”, relata con cierto alivio. “Pido que me paguen de una puñetera vez. Si yo cobrara mi sueldo, tendría para la hipoteca y para comer. Mis hijos se dan cuenta, pero no protestan. Saben que no les puedo dar las mismas cosas que antes”. Lorena se echa a llorar. No puede hablar más.

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