El anhelo de la luz
Nacho Vegas homenajea a Mike Leigh, alternando canciones y secuencias del británico
La vida es dulce. No parece un título definitorio para un espectáculo de Nacho Vegas, hombre en teoría más propenso a certificar las nebulosas del alma. Pero aquí estamos, Vegas y el vecindario en general, anhelando algún atisbo de luz, aunque sea por el cauce oblicuo de un homenaje a Mike Leigh. Este cineasta tampoco retrata un mundo radiante, sino criaturas a pie de calle que acarrean miserias, virtudes poco evidentes y propósitos de redención, siquiera por el camino de la ironía.
El tributo del asturiano a su director fetiche, que alterna canciones casi siempre inéditas con secuencias del británico, es atípico, sorprendente, a ratos emocionante. Se abre con un instrumental inquietante y estático, Naked, y concluye también sin palabras, con un Indefenso del que brota la alternativa ibérica a Ry Cooder. Vegas se atrinchera en el extremo derecho del escenario del Lara, difuminando protagonismos, y esboza un paisaje de exquisitas hechuras acústicas: acordeones, violonchelos, banjos, clarinetes, cajones. El ingrediente más áspero es, de lejos, el salmo de su propia voz, un barítono afligido y algo resfriado. Como la absenta, hay que acostumbrarse a ella: si el cuerpo resiste, al final termina aflorando su sabor esencial.
Secretos y mentiras, título de una película de Leigh y única pieza conocida ("Gente nace y gente muere cada día / Los demás nos limitamos a estorbar"), encuentra la compañía de algún tema espléndido (Ciudad vampiro, crónica urbana de tristeza integral) y hasta de una insólita versión de Échame a mí la culpa, de Albert Hammond, lúgubre como una ranchera escrita en noche febril. No es la única recreación inesperada: Cosas que no hay que contar, paradigma de la Cecilia más tremebunda, sirve como coda. Vegas dice cantar a "la vida y sus cosillas", y eso le emparenta con Leigh. El mundo por el que deambulan seres patéticos pero tiernos.