Épica en Sol mayor
En ‘Kooza’, Cirque du Soleil convence poniendo su formidable envoltorio al servicio de números arriesgadísimos


Hay espectáculos entretenidos, y espectáculos con mayúsculas: también en el Cirque du Soleil. Corteo, dirigido por Daniele Finzi Pasca, me pareció la cima poética y teatral de cuantas ha escalado la empresa multinacional canadiense. Kooza, estrenado anteanoche, es su cima circense: el triunfo de la épica del “más difícil todavía”. Aquí, el magnífico envoltorio de Soleil está al servicio de números arriesgadísimos, cada uno de los cuales borra la impresión de que el anterior era el mejor. Kooza entusiasmará a los adictos, pero también gustará en buena medida a escépticos y refractarios. Bajo la dirección escénica de David Shiner, Soleil ha conseguido guardar un delicado equilibrio entre épica y estética, y entre la magnitud del formato, la elaborada armonía de algunos números y la intensidad plena de otros.
KOOZA
Producción: Cirque du Soleil. Idea y dirección: David Shiner. Director de creación: Serge Roy. Escenografía: Stéphane Roy. Carpa del Escenario Puerta del Ángel. Del 6 de marzo al 14 de abril.
Esta vez, Soleil va al grano: cada número que ofrece tiene su aquél y cada pétalo de rosa su porqué, salvo el espectacular e inevitable charivari inicial y la tópica coreografía burlesco-espectral que abre la segunda parte. De aperitivo, Kooza sirve un jovencísimo trío mongol de contorsionistas acrobáticas, que roza la sobrehumana perfección en esta disciplina, sublimada durante los últimos años por elencos de niñas etíopes. Poético y originalísimo, el dúo de equilibrios sobre monociclo en el que el fornido ruso Yuri Shavro gira, voltea y manipula a la delicadísima Olga Tulynina, a placer de ambos y con tanta facilidad como si estuviera pie a tierra.
Tras la flamígera obertura de la trapecista Marion Verd, los hermanos madrileños Quirós Domínguez, y Floubier Sánchez (cuarteto de equilibristas sobre sendos hilos de acero tensados muy por encima de nuestras cabezas), saltan unos por encima de los otros, para aterrizar limpiamente sobre el cable. La pérdida de equilibrio de uno de ellos, su cuerpo en caída libre y sus manos agarrándose in extremis, producen el suspiro colectivo de 2400 espectadores, que sentimos en carne propia el abismo de emoción que separa la épica del circo de la del deporte: en la pista no se compite más que con uno mismo, por ir más allá y por hacerlo más hermoso cada vez.
Habíamos visto antes unas cuantas versiones del vertiginoso número acrobático de la rueda de la muerte, protagonizado siempre por dúos colombianos: mientras un artista hace girar el aparato corriendo dentro de una de las dos enormes ruedas colocadas verticalmente, unidas por un eje, el otro se juega el tipo, ¡y de qué manera! En Kooza, en vez de un grillado, hay dos: Jimmy Ibarra y Ronald Solís saltan a la comba frenéticamente mientras corren por el exterior de ambas llantas, que se elevan a gran altura y a velocidad de vértigo. Socializando el riesgo, estos chicos multiplican el impacto que produce su actuación.
Después de la tempestad, la calma chicha, digo china. Yao Deng Bo, apoyando su cráneo, cabeza abajo, sobre lo alto de una torre de hasta nueve sillas en frágil equilibrio que él mismo se ha encargado de erigir, es una hermosa y serena alegoría de la fugacidad. Milagrosamente ingrávido, Yao nos muestra desde tan inestable cumbre cuán efímera es la armonía, y el placer que produce contemplarla, mientras una de las dos estupendas solistas de Soleil le canta, como un gitano al Cristo del Gran Poder en procesión.
Hay, en fin, en Kooza, un carterista (el británico Lee Thompson, que es, además, buen cómico y mejor psicólogo: hace falta ojo clínico para escoger entre el público cada día al coprotagonista indicado), un trío de payasos gamberro que imprime una impronta actual y un ritmo brutal a las entradas clásicas, dos clowns poéticos estupendos, una orquesta con carácter (en otras ocasiones la música de Soleil era puro almíbar), una chica que da lecciones de geometría con el hula hoop, un puñado de buenos característicos y un número de báscula que cierra el espectáculo en pico de adrenalina. En resumen, un viaje imaginario que vale la pena emprender.
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