_
_
_
_
_
CRÍTICA| Electrónica
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Razonablemente cuerdo

Fiel a su leyenda de hombre estrafalario (en castellano moderno, friqui), Sébastien Tellier asomó anoche por el escenario de But caminando a cámara lenta y encaramándose a una tarima para saludar a los fieles. Su afectación se diría a medio camino entre Gloria Swanson y algún telepredicador apocalíptico; aunque, ahora que lo pensamos, puede que el hechizo de su indumentaria sirva para corroborar por qué nos gustaba tanto Jeff Bridges en El gran Lebowski.

Gafas de sol, americana oscura, camisa desabotonada, fular de elección dudosa y unas barbas entrecanas que nos inducen a pensar cuánto mejor nos iría la vida si nos volviéramos anacoretas. Tellier es rehén de su propia extravagancia, seguramente porque le asista más lucidez de la que podría deducirse de su historial psiquiátrico. Sin esa pátina de chifladura, su música sería solo la amena intersección entre sus amigos de Air y la pompa sintetizada de Jean Michel Jarre. Ayer, además, estuvimos pendientes de cómo fumaba en el escenario, lanzaba claveles blancos al público, ensayaba posturitas de gurú o repetía con insistencia sus dos palabras predilectas en castellano: “patatas fritas”.

La experiencia, suministrada en una prudente dosis de 80 minutos, resulta amena, siempre que no nos la tomemos demasiado en serio. El parisino canta demasiado bajito y se aproxima con peligro al rock para adultos cuando blande la guitarra eléctrica (Yes, it’s possible), pero despliega un indiscutible olfato discotequero. Las bolas de espejo de But cobraron renovada vida en Cochon ville, con tanto encanto hortera a últimos años setenta que solo echábamos de menos a Fradejas. Sedulous incide en un teclado escandaloso, pero adictivo. Y Divine, su estrepitoso fracaso eurovisivo de 2008, acaba bailándose incluso en jornadas tan mustias como las que nos ocupan.

Sexual sportswear, con su órgano catedralicio, le sirvió a Sébastien para erigirse en pope lisérgico, pero no supera las excelencias de La ritournelle, una pieza de belleza inmóvil y absorbente. Es ahí cuando descubrimos que Tellier es un chaveta razonablemente cuerdo.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_