La canción perfecta
El sueco Jens Lekman enamora con el repertorio nuevamente impecable de su último disco, 'I know what love isn´t’
A lo largo de la historia no han sido pocos los autores que persiguieron sin descanso la canción de pop perfecta. McCartney y Brian Wilson la encontraron en unas cuantas ocasiones, desde luego, al igual que Burt Bacharach, Elvis Costello, Paddy McAloon, Neil Finn, Neil Hannon y otros de los que nos acordamos menos, como Harry Nilsson o Todd Rundgren. A día de hoy, acaso con la excepción del formidable (y más manierista) Rufus Wainwright, puede que nadie se aproxime tanto al ideal de los tres minutos redondos, con una historia sugerente, una melodía que se enreda en la memoria y un estribillo encantador, que el sueco Jens Lekman, un personaje que debutaba anoche en Madrid y supo convertir, durante una hora y cuarto, la sala Copérnico en un gozoso e irrefrenable mar de sonrisas.
Lekman escribe piezas tan impecables que en ocasiones nos resulta abrumador. Ha tardado sus buenos cinco años en otorgarle un sucesor al fabuloso Night falls over Kortedala, pero esta misma semana entregó en las tiendas I know what love isn’t, un disco breve y sin pretensiones desmedidas que habremos de colocar, fulminantemente, entre lo más florido de la temporada. Su repertorio habla sobre catástrofes sentimentales casi en cada estrofa, pero es tan bonito, tan generoso en ternura, sensibilidad e inteligencia, que cuatro o cinco de sus diez canciones serían exitazos en un universo ideal. Un mundo en el que los chavales las corearían a las puertas de los institutos y sus enlaces de Spotify serían recurrentes en las ágoras digitales, hoy más pendientes de linchar a gente que, con acta de concejal o sin ella, no ha cometido ningún pecado.
Nuestro sueco de aspecto angelical y visera negra abrió boca con quizás sus dos mejores temas nuevos, Become someone else’s y I know what love isn’t, piezas para enmarcar y tomar apuntes: por desarrollo, por su capacidad de contagio, por ese sentido del humor tan singular e irrenunciable (“casémonos, hablo en serio / pero solo para obtener la ciudadanía”, anota en el título central). Y a partir de ahí no le quedó más remedio que elevar el tiro con The opposite of hallelujah (2007), tema perfecto y sin mácula que invita a dar saltitos y genera un entusiasmo expansivo. Lekman lo controla todo: reparte juego entre su violinista y el teclista, abraza la fe acústica pero dispara algunos samplers pregrabados e incluso encadena piezas con un gusto irreprochable.
Tuvo tiempo para ofrecernos alguna rareza, como la todavía inédita Golden key (sobre su breve experiencia en el mundo de las joyerías) o la primera de sus composiciones, la cándida pero ya deliciosa Tram #7. El resto fue una exhibición de maestría: Waiting for Kirsten (sobre un frustrado encuentro con Kirsten Dunst), An argument with myself (con ese aire africano a lo Graceland) o Black cab, que homenajea con su piano a I’ve got something on my mind, de Left Banke. Otros tenaces buscadores de la canción perfecta, por cierto.
Aquel chaval que, por lo que él mismo contó, creció en los suburbios de Gotemburgo junto a una fábrica de patatas fritas se ha convertido en un compositor no solo inspiradísimo, sino enciclopédico. La muy celebrada Sipping on the sweet water termina siendo un desmadre casi discotequero, mientras que la reciente y fantástica The end of the world is bigger than love es solo una muestra de que Jens ha escuchado a Prefab Sprout hasta en sueños. El balance final es abrumador: con 31 años, asombra que un osado buscador de canciones perfectas haya logrado ya acercarse tantas veces al centro de la diana.
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