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OPINIÓN | ANTÓN BAAMONDE

Las comidas de Carmencita

Acabamos de salir de una ‘belle epoque’ y no somos capaces de aceptarlo o de combatirlo

De vez en cuando, tiene uno que descender a los infiernos de su trastero para regresar cargado de una pequeña joya. Las memorias de Fabián Estapé (De tots colors Ed. 62. Barcelona. 2001 ) lo son, desde luego. Estapé era todo un tipo que, además, tuvo la suerte de encontrarse con gente capaz de llevar adelante, incluso en medio de las dificultades de la posguerra, ideas positivas. De estirpe catalanista, participó en la confección del Plan de Estabilización de 1959 con López Rodó y, cuando fue rector de la Universidad de Barcelona, al final del franquismo, estaba afiliado a Comisiones Obreras. De ahí el título de sus memorias.

No parece que anduviese con zarandajas y era un hombre muy agudo. Entre sus méritos está el haber reconocido y homenajeado a Secundino Gallego, “el hombre de los pájaros”, que los que tienen más años recordarán por su participación en “Un millón para el mejor”, un concurso de televisión de los años setenta. El hombre era de Lugo, trabajaba de bedel en la Universidad de Barcelona y, para decirlo como Estapé “sabía un huevo de los pájaros de los árboles de Barcelona. Lo sabía todo sobre los pájaros. Y sobre sus huevos”. Por supuesto, que un bedel recibiese la Cruz de Alfonso X el Sabio creó un escándalo en la Docta Institución.

En el epílogo del libro, de hace ya más de una década, se permitió poner en duda ese euro que hoy nos trae por la calle de la amargura. Dijo que no funcionaría y que causaría un montón de problemas. A veces, uno piensa que está rodeado de gente pacata, que no se atreve y que sólo profetiza a toro pasado, haciéndolo entonces como un energúmeno. No era su caso. Veamos como narra su participación en el Plan de Estabilización que, en los años cincuenta, sacó a España del marasmo. “Cuando nos reunieron por primera vez, el dólar estaba a 42 pesetas. Le dije a Ullastres que tenía la impresión de que a 58 se podría aguantar. Los efectos positivos del Plan tuvieron una rapidez extraordinaria, al extremo de que el Plan arranca el 18 de Julio poniendo el dólar a 58 pesetas.

Era complicado alterar el tipo de cambio, porque había que consultárselo a Franco, y a él le parecía que ya estaba bien porque a su hija le habían salido bien de precio las comidas cuando había estado en Nueva York. El ministro de Comercio se presentó en El Pardo con todos los números, dispuesto a volver con la cola entre las piernas. Esperamos impacientes que volviese de aquella audiencia clave para el Plan. Cuando regresó, nos dijo: ‘Dice el general que lo pongamos a sesenta que es más redondo”.

¡Las comidas de Carmencita! ¿Cómo se decidirá hoy la prima de riesgo? Es de suponer que los doctos integrantes del BCE decidirán la política monetaria por sesudos criterios y, desde luego, con el objetivo de obligar a los puercos del sur —esa pandilla de holgazanes que se refocilan en playas y piscinas, entre los que orgullosamente me cuento— a pagar los 720.000 millones de euros que al parecer debe la banca española a sus acreedores. Pero, ¿seguro que no cuentan nada las comidas de alguna Carmencita de hoy? La historia siempre es más grotesca y tragicómica de lo que quieren hacernos creer. La última noticia es que Mario Draghi pretende aliviarnos la deuda y que a Angela Merkel no le parece mal, por lo que ha venido a decírselo en persona a Mariano Rajoy. Los periódicos han respirado aliviados, a saber por qué —la cosa tiene una “estricta condicionalidad” que nos va a dejar tiesos y helados— pero tal vez Mariano, y Feijóo con él, ha exhalado un suspiro soñando con que el rescate se demore hasta después del 21-O.

En fin, se respira un aire de irrealidad. Acabamos de salir de una belle epoque y aún no somos capaces de aceptarlo o de combatirlo. Nos enfrentamos a la miseria que viene, traída por ese capitalismo que algunos quieren derrotar en las urnas el mes que viene, con la misma retórica vacua que caracteriza a los italianos según Indro Montanelli y que les hizo ir a las trincheras de la Primera Guerra de una forma que no me resisto a transcribir: “Ayunos, desde hacía siglos, de experiencias de guerra, estos reclutas se la imaginaban como la habían representado siempre las oleografías risorgimentales y los dibujos del pintor Beltrame reproducidos en La Domenica del Corriere. Muchas compañías atravesaron el río y se enfrentaron con el primer fuego enemigo al tocar de las charangas, haciendo ondear las banderas. El coronel Riveri, para ordenar el asalto a las vanguardias de Basson, vistió el uniforme de gala, con faja azul, charreteras de oro y guantes blancos. Su colega Negrotto se puso al frente de un batallón de bersaglieri agitando sobre sus cabezas un cartelón con algunos versos latinos de la Eneida y manteniendo enfilado en la punta del sable su emplumado gorro. Acribillado por una descarga expiró invocando: ¡Champán... champán...!”

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Indro Montanelli. La Belle Epoque italiana. Plaza y Janés. 1976.

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