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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Los incendios como metáfora

"Es la hora del balance y la de las responsabilidades, que el Gobierno de Alberto Fabra rehúye, pues ni siquiera admite que se debatan en las Cortes"

No solo nos saquean los recursos públicos, han desguazado nuestra economía y finanzas públicas, sumiéndonos en una galopante miseria, sino que, además, los meteoros, propiciados por la imprudencia, nos queman más de 50.000 hectáreas de monte y se cobran una vida abnegada. No está nada mal como pórtico de un verano del que, como siempre, sobreviviremos a los bochornos, pero ya es más dudoso que lo hagamos a las austeridades que nos aprietan, las más acrecidas que nos amenazan y el alud de desempleo que se nos echa encima. ¿Pero cómo os apañáis con tanto fuego y humo?, inquiría estos días una charra que nos quiere, alarmada ante las sombrías noticias e imágenes que le llegaban. Nos apañamos con resignación, claro, al menos hasta que se agote la reserva de tan pía y opiácea virtud.

Soslayamos la temeridad de abundar en el debate sobre la eficacia y suficiencia de los medios desplegados para sofocar los incendios. Carecemos de los debidos elementos de juicio y, por otra parte, resulta obvio que en un siniestro de tales dimensiones se han concitado la buena voluntad, el heroísmo, el despiste, la descoordinación y la inevitable —al tiempo que a menudo justificada— sensación de desamparo por parte de los damnificados. Ante tamaño reto, y sobre todo a la vista de la devastación provocada, ninguna Administración puede jactarse de haber cumplido con creces su cometido. En esta ocasión suena a memez que el consejero de Gobernación, Serafín Castellano, haya declarado que “somos de las primeras comunidades autonómicas en previsión y extinción de incendios”. Y a pesar de ello, de poco si no acabamos convertidos en una pira. El gusto por el autobombo les aboca al ridículo.

A nosotros este fuego, tanto por su despiadada virulencia como por la crisis económica que nos machaca, nos evoca la política desarrollada por el PP en esta Comunidad desde que la gobierna. El incendio viene a ser como una metáfora de la misma: ha sido tan espectacular y letal como la gestión del gobierno popular. Después del impresionante fulgor, en el monte ya no pían los pájaros y pasarán años antes de que recupere su lozanía. La desolación se ha enseñoreado en los términos de Andilla, Cortes de Pallás, Alto Palancia y demás municipios soflamados. Tal cual acontece a lo largo y —modesto— ancho del país valenciano después de más de tres lustros de política desmadrada: no hay un solo sector industrioso que aliente la menor expectativa, la sanidad y la enseñanza públicas son un espectro de ellas mismas y solo falta que el IVA se dispare y hiera gravemente el turismo. El color y sabor del calcinado paisaje es ceniciento. En el ánimo de la ciudadanía valenciana cunde el desaliento.

Pero ya no quedan o están controlados los focos residuales en los montes. Es la hora del balance y la de las responsabilidades, que el Gobierno de Alberto Fabra rehúye, pues ni siquiera admite que se debatan en las Cortes, una instancia perfectamente prescindible después de haber sido convertida por los populares en mero adorno de una democracia por ellos mismos degradada. Pero hay otros focos incandescentes que el PP no puede apagar y le abrasan. Tales como el culebrón penal que protagoniza el gran cacique de Castellón, Carlos Fabra, el saqueo de Emarsa, el no menos desvergonzado atraco a los fondos de la cooperación o la financiación ilegal del partido, entre otros. Alguna Unidad Judicial de Emergencias vendría aquí de perlas.

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