27 víctimas trabajan en secreto por la paz
Damnificados por ETA, los GAL, la ultraderecha y los excesos policiales se han reunido de forma reservada a lo largo de cinco años para avanzar hacia la convivencia
Durante cinco años, un grupo de víctimas de la violencia, de ETA y el GAL, de la ultraderecha y los excesos de las Fuerzas de Seguridad en Euskadi, incluso de los estertores del franquismo, han desarrollado en el más absoluto secreto una de las más amplias y novedosas iniciativas para poner en común sus ideas y su dolor y, sobre ellos, lanzar un mensaje ético de convivencia y una invitación a la sociedad a que haga autocrítica de su pasado mediante “un compromiso ineludible con la verdad y la justicia”. Los propios participantes en la experiencia, ya concluida, han sido quienes han decidido hacerla pública y casi todos ellos comparecieron ayer en San Sebastián con los tres coordinadores y dinamizadores del grupo —Galo Bilbao, profesor del Centro de Ética Aplicada de la Universidad de Deusto; el médico Carlos Martín Beristain y el psicólogo Julián Ibáñez de Opacua—.
Hasta 27 personas (16 mujeres y 11 hombres) han tomado parte en la Iniciativa Gleencree, nombre que han elegido por el lugar de Irlanda en que el primer grupo —cinco víctimas de ETA y otras tantas de los GAL— la puso en marcha. Allí se levanta un centro para la paz surgido a raíz del conflicto irlandés. “Todas somos víctimas de vulneraciones de derechos humanos como consecuencia de la violencia en el País Vasco”, se definen en el largo relato en el que han resumido lo que han vivido. El 8 de diciembre de 1970, Roberto Pérez Jáuregui moría en una manifestación contra el proceso de Burgos. Su hermano Jorge abre el abanico temporal de un sufrimiento que llega hasta casi hoy mismo con las continuas amenazas al concejal guipuzcoano del PSE Patxi Elola.
Demandan “la satisfacción de derechos para todos” equitativamente
Sentados en un sobrio escenario, con ellos estaba ayer Edurne Brouard, hija del dirigente de HB Santiago Brouard, asesinado por los GAL en 1984. O Fernando Garrido: un día de octubre de 1986 dos etarras mataban con una bomba a su padre, gobernador militar de Gipuzkoa, su madre y su hermano pequeño. O Arantxa y Axun Lasa, cuyo hermano Josean, supuesto etarra, fue secuestrado y asesinado por el GAL verde del exgeneral de la Guardia Civil Rodríguez Galindo. O Mari Carmen Hernández, viuda de Jesús María Pedrosa, concejal popular de Durango. Un tiro de ETA en la cabeza acabó con su vida en 2000.
Esta última y Axun Lasa, leyeron, combinando euskera y castellano, el mensaje que querían compartir con la sociedad. “Hemos roto barreras y tabúes para acercarnos unos a otros con respeto, superando el temor y los estereotipos”. A su sufrimiento “injusto y prolongado” se ha sumado la negación o el olvido por el perpetrador de su mal y un “respaldo desigual” de la sociedad y las instituciones. Desde sus diferencias ideológicas, que asumen, recalcan que la violencia que todos han padecido es injustificable y demanda “la satisfacción de derechos (a la verdad, la justicia, la memoria, al reconocimiento y la reparación) para todos de manera equitativa”. Y para asentar la convivencia creen necesarios el “reconocimiento del daño causado y la asunción de responsabilidad” de “todos los perpetradores de la violencia injustamente padecida” por tantos. No hacen un llamamiento expreso a ETA o al Gobierno en ese sentido, porque no fue parte de las discusiones del grupo mandar un mensaje a ninguno en concreto. “No estamos exigiendo a otros que hagan cosas, sino diciendo desde nuestra situación que conviene hacerse”, apuntó Bilbao.
A este mensaje quisieron limitarse las víctimas presentes. Ninguna, por unos días, quiere ahondar para los medios en qué les ha supuesto personalmente esta vivencia.
La iniciativa nació auspiciada por
La iniciativa nació en septiembre de 2007 de la mano de la Dirección de Atención a las Víctimas del Terrorismo del Gobierno vasco, a cuyo frente se hallaba entonces y sigue ahora Maixabel Lasa, ella misma víctima de ETA. De allí solo llegó el impulso, pues desde entonces ha sido el propio grupo el que ha ido tomando todas las decisiones que le afectaban.
A la primera cita en Glencree en el puente de la Constitución de 2007, siguió otra justo un año después en igual lugar con otras 10 víctimas. “Fuimos fuera porque no se podía hacer aquí”, dice Beristain a EL PAÍS. La progresiva confianza entre los componentes dio lugar a un tercer grupo, con amenazados o afectados por excesos policiales en primavera de 2011 en Santa María de Mave (Palencia). Y casi todo el grupo remató el trabajo en profundidad el pasado abril en otra cita de varios días en el cántabro valle de Pas. Entre medias, se ha seguido trabajando continuamente en reuniones más breves con unos u otros participantes.
La complicidad de todos para que no se filtrase su labor ha resultado fundamental en un trabajo que comenzó pocos meses después de que ETA hiciese saltar su tregua en la T-4, que ha visto durante su largo desarrollo, por ejemplo, 10 asesinatos de la banda o cambios de Gobierno en Vitoria y Madrid y que concluye con la esperanza abierta por el cese definitivo del terrorismo.
¿Por qué hacerlo público ahora? El grupo considera cumplida su labor y desea tanto no perpetuarse como compartir su mensaje, pero ha querido también alejarlo en lo posible de la pugna de las próximas autonómicas. Aunque la iniciativa se conoce tras la última polémica entre los Gobiernos central y vasco sobre las víctimas policiales o a cuenta de los encuentros entre afectados y presos etarras, “lo que ha pesado ha sido cuándo no hacerlo”, coinciden Bilbao y Beristain, en esa intención de separarlo de la pelea política.
“No representamos más que nuestra experiencia y no queremos que nuestra iniciativa sea utilizada por la política partidista”, reza el texto del grupo.
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