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‘Vitamanía D’: por qué una vitamina que no es tal ha cautivado al mundo y dividido a los expertos

Si previene algunos tipos de cáncer, consigue que tanto el sistema inmunitario como el corazón trabajen a pleno rendimiento y sirve para tener unos huesos y dientes más fuertes, ¿por qué no nos hinchamos de la nueva reina de las vitaminas?

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Francesco Carta fotografo (Getty Images)

Si no has oído hablar de la vitamina D al menos una decena de veces en los últimos meses, una de dos: o protagonizas un documental al estilo de 100 días de soledad o es que no has estado en este mundo. Literalmente, porque hace varias semanas que esa molécula, a la que muchos únicamente asociábamos ciertos beneficios relacionados con unos huesos y dientes fuertes, ha invadido la red: aparece en más de 150 millones de resultados, dos millones más que la famosa vitamina C, que en el inicio de la pandemia ocupó el trono y triplicó ventas de suplementos en algunos supermercados. Y todo indica que las cifras aún tiene margen para crecer.

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Entre otras razones, el auge de la vitamina D se debe a que los científicos también están cada vez más interesados en ella. Solo en el último año se han difundido más de 5.200 investigaciones científicas relacionadas con la molécula (contando solo las que plasman su nombre en el título del artículo), casi el doble que una década atrás, según se constata con una búsqueda en el repositorio de estudios científicos de salud PubMed. Respecto a hace dos décadas, la cifra casi se ha cuadruplicado, y durante este tiempo ha sido relacionada con la salud del corazón, el sistema inmunitario y con el desarrollo (y, por tanto, prevención) de algunos tipos de cáncer.

Como todas las grandes estrellas y los mejores fenómenos, la vitamina D tiene una buena dosis de originalidad. En este caso, es que no funciona de la misma manera que sus tocayas. “Las vitaminas son compuestos que necesitamos tomar exógenamente porque, en gran medida, no las sintetizamos. Sin embargo, en el caso de la vitamina D no es así, sí la sintetizamos, lo hacemos a través de la exposición al sol”, explica José López Miranda, jefe de Servicio de la Unidad de Medicina Interna del Hospital Universitario Reina Sofía e investigador del Instituto Maimónides de Investigación Biomédica de Córdoba (IMIBIC). Y, aunque la llamamos vitamina, “realmente es un sistema endocrino metabólico”. O sea, que funciona como una hormona.

Precisamente ahí está el secreto de su éxito. Según María Cortés Berdonces, especialista de Endocrinología y Nutrición del Hospital Ruber Juan Bravo de Madrid y coordinadora del Grupo de Metabolismo Óseo de la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición (SEEN), al funcionar como una hormona sus efectos se extienden a todo el organismo. “Como todas las hormonas que regulan nuestra fisiología, tiene función a muchos niveles, de ahí su influencia en tantos aspectos de nuestra salud y no solo en la ósea”, afirma Cortés Berdonces. Resulta que la vitamina D es esencial para favorecer y modular la absorción y el depósito de calcio en los huesos, pero también tiene otros efectos en distintas áreas. “Entre los más relevantes se encuentran su papel a nivel muscular, en lo relativo al cáncer, al metabolismo de la glucosa y al sistema inmune”, añade.

Son sus posibles acciones en este último sistema las que están acaparando mayor atención en los últimos tiempos. ¿La razón? Que las últimas publicaciones científicas le otorgan un importante papel en la regulación del sistema inmunitario “hacia respuestas mucho más favorables para defendernos de los agentes exógenos, de las infecciones —sobre todo de los virus—, y también para modular la respuesta inflamatoria que nuestro sistema inmune ejerce cuando nos exponemos ante estos agentes infecciosos”, afirma el catedrático de Medicina de la Universidad de Córdoba José López Miranda.

El cuerpo humano es capaz de sintetizar vitamina D por sí mismo, pero la mayor parte es resultado de un proceso que se inicia cuando la luz del sol llega a la piel, algo que apenas pasó durante el pasado confinamiento.
El cuerpo humano es capaz de sintetizar vitamina D por sí mismo, pero la mayor parte es resultado de un proceso que se inicia cuando la luz del sol llega a la piel, algo que apenas pasó durante el pasado confinamiento.zsv3207 (Getty Images/iStockphoto)

Más probabilidades de prevenir algunos tipos de cáncer, tener unos huesos y dientes más fuertes (no te parecerá gran cosa ahora, pero espera a cumplir años), un sistema inmunitario y un corazón que trabajen a pleno rendimiento… Y todo con solo tomar el sol correctamente y llevar una dieta equilibrada. Suena como la panacea universal, el “remedio que buscaban los antiguos alquimistas para curar todas las enfermedades”, tal y como define el término el Diccionario de la Real Academia Española. El problema es que la alquimia nunca encontró la panacea universal de la misma manera que jamás convirtió el plomo en oro. Que quede claro: no está demostrado que atiborrarte de vitamina D vaya a servirte para alcanzar tus propósitos saludables, y pasarte de dosis puede acarrear graves consecuencias.

En el terreno del sistema inmunitario, lo que se conocía hasta ahora era sobre todo metanálisis como el publicado en 2017 en la revista British Medical Journal, que sugería que si a las personas con déficit de vitamina D se les suplementaba con esa molécula, se reducían los riesgos de padecer infecciones por virus del tracto respiratorio superior. Sin embargo, no se trata de evidencias definitivas porque son estudios de asociación, es decir, se centran en la relación entre distintos parámetros, pero no prueban determinadas hipótesis en pacientes de carne y hueso que forman un tamaño de muestra lo suficientemente grande como para confirmar la hipótesis inicial (que previamente se ha probado, y confirmado, en un tamaño de muestra pequeño). Porque una cosa es la teoría y otra la práctica. “Las evidencias definitivas en medicina las marcan los grandes ensayos clínicos”, recuerda el investigador del IMIBIC.

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Lo que no significa que no se siga estudiando. En el campo de la covid, por ejemplo, los científicos buscan evidencias científicas sobre la influencia de la vitamina D en la enfermedad. Uno de los primeros pasos fue el ensayo clínico del IMIBIC y el Hospital Universitario Reina Sofía de Córdoba, que durante la primera ola del coronavirus quiso comprobar a través de 76 pacientes ingresados con neumonía por esta enfermedad si esos efectos moduladores de la respuesta inmunitaria que se le achacaban a la vitamina D eran efectivos.

El resultado fue que entre aquellos pacientes a los que dieron calcifediol, una prohormona que actúa como precursor de la generación de vitamina D, menos de un 10% necesitó ir a la UCI. Sin embargo, entre quienes no recibieron esa suplementación, aproximadamente un 50% acabó ingresando en la UCI. “Ese estudio piloto nos dio orientación para seguir, por eso diseñamos un gran ensayo clínico que está ahora en marcha con un tamaño de muestra mucho mayor, en torno a 1.000 pacientes de 12 grandes hospitales del país”, recuerda López Miranda, investigador principal del ensayo junto a José Manuel Quesada, un veterano estudioso de la vitamina D.

Suplementos para la población británica y andaluza

A pesar de que ese gran ensayo aún no cuenta con resultados (ni hay otros que respalden sin fisuras la decisión), hace unas semanas el Gobierno del Reino Unido anunciaba que proporcionará gratuitamente vitamina D a 2,7 millones de personas. El propio Gobierno reconocía que todavía no hay evidencia suficiente para afirmar que la vitamina D previene o trata la covid-19, pero cree que en todo caso reducirá la presión sobre el sistema de salud. Una postura similar tomó la Junta de Andalucía, que recomendó el uso de vitamina D en centros sociosanitarios donde residen ancianos, salvo para aquellos que pudieran tener contraindicaciones, tras solicitar un informe a un comité de expertos.

Es una práctica común, y no solo para los mayores, en países como Canadá, donde hace décadas que suplementan con vitamina D productos como la leche o la margarina para evitar el déficit de esta vitamina y el raquitismo que provoca en los niños. En otras regiones del norte de Europa suelen fortificar su sistema inmunitario con suplementos de vitamina D. Es lo que podría explicar que Finlandia, Noruega o Suecia tengan niveles más altos de vitamina D pese a que su exposición a los rayos solares es menor que en España o Italia, donde hay más deficiencia de vitamina D, como mostraba un estudio del Trinity College de Dublín.

Pescados azules como el salmón, el atún y la caballa son una fuente de vitamina D, pero se calcula que solo el 20% del total de esta necesaria sustancia viene de la dieta.
Pescados azules como el salmón, el atún y la caballa son una fuente de vitamina D, pero se calcula que solo el 20% del total de esta necesaria sustancia viene de la dieta.Maarten Wouters/getty

¿Por qué no hacer lo mismo entonces en el resto de España? La respuesta varía en función de a qué experto se consulte y demuestra que existe una división respecto a la manera de proceder. Por ejemplo, para Antonia Agustí, presidenta de la Sociedad Española de Farmacología Clínica (SEFC), habría que contar antes con los resultados de ensayos clínicos aleatorizados. Comparte opinión con la neumóloga Rosario Menéndez, que cree que es mejor esperar a la evidencia. “Con la covid-19 hemos tenido la experiencia de fármacos con aparentes buenos resultados positivos en estudios pequeños y observacionales que luego no se han confirmado en estudios posteriores mayores o con mayor grado de evidencia”, señala. Para otros expertos, como López Miranda, la medida tomada en Reino Unido y Andalucía es aconsejable en la situación actual porque “en términos de costo-eficacia es extraordinariamente rentable, sobre todo en este grupo de población, que ya sabemos que en un porcentaje muy importante son deficitarios de vitamina D”.

En cualquier caso, lo cierto es que el déficit de vitamina D en la población mayor, y también en parte del resto, sí es una realidad en España: un documento de la SEEN afirma que entre el 80% y el 100% de los españoles mayores de 65 años y el 40% de los menores de 65 sufren déficit de vitamina D. Según la coordinadora del Grupo de Metabolismo Óseo de la SEEN, una de las razones es que España está por encima del paralelo 35ºN, donde la posibilidad de sintetizar vitamina D es escasa en invierno y primavera. Y en verano, “el uso necesario de las cremas con filtro de radiación ultravioleta hace que esta exposición no sea efectiva para la síntesis de vitamina D”, añade. Para hacernos una idea: cuando nos ponemos protección solar, con el factor 8 ya estamos evitando la síntesis del 80% de la vitamina D. Y eso sin contar con que las personas de piel oscura necesitan aún más dosis de sol para la producción de vitamina D, recuerda Cortés Berdonces.

Podríamos pensar entonces en compensar estas dificultades con alimentos. Pero nos toparíamos con otra dificultad: al contrario que en el resto de vitaminas, no son la fuente principal. Se calcula que solo alrededor del 20% de nuestra vitamina D proviene de la alimentación (pescados azules como el salmón, atún o caballa, huevos, lácteos suplementados en vitamina D, champiñones y setas). El resto procede del sol, al que no hemos visto prácticamente el pelo durante el confinamiento.

Y a todo esto, ¿cuánta vitamina D deberíamos tener? También aquí hay diferencia de opiniones, pero en general se recomiendan niveles superiores a entre 20 y 30 ng/ml. Sin embargo, si no eres mayor de 65 años o una mujer en torno a la menopausia, es muy probable que no tengas la menor idea de cuáles son tus niveles de vitamina D. Porque salvo esos grupos de población, o quienes están diagnosticados de insuficiencia renal crónica, síndromes de mala absorción o hiperparatiroidismo primario, “las mediciones sistemáticas de las concentraciones de vitamina D no se suelen considerar indicadas”, aclara la doctora Agustí.

¿Y si te pasas con la vitamina D?

Visto todo lo que podría aportarnos la vitamina D —y aquí usar el condicional es muy importante—, ¿qué ocurriría si todos comenzáramos a tomar suplementos a diestro y siniestro sin la recomendación de nuestro médico? Pues, como cabría imaginar, que el remedio sería peor que la enfermedad. “No debemos olvidar que la vitamina D es una hormona, y como tal, tan malo es su déficit como su exceso. De ahí la importancia de mantener unos niveles adecuados y la necesidad de regular la suplementación con fármacos por personal médico”, dice la especialista en Endocrinología y Nutrición María Cortés Berdonces, que explica que la intoxicación por vitamina D puede llevar a situaciones de hipercalcemia, que a largo plazo pueden afectar al riñón, tejidos blandos y huesos.

Y es que, como recuerda Antonia Agustí, en los últimos años la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios ya ha tenido que emitir alguna nota “alertando de errores en las dosis consumidas que han tenido consecuencias importantes para algunos pacientes con aumentos de las concentraciones de calcio que pueden ser peligrosas. No se debe tener la idea de que los suplementos de cualquier vitamina son inocuos. Hay que tomarlas cuando están claramente indicadas”, afirma. O sea, que si bien sigue vigente lo que decía Súper Ratón, aquello de “no olviden supervitaminarse y mineralizarse”, cuando si hablamos de suplementos de vitamina D (y otros muchos) el único “superanimal” al que hay que hacer caso es al médico.

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