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EN PORTADA

Tienes un ‘e-mail’ (sobre los noventa)

Eduardo Maura y Ramón González Férriz, autores de dos ensayos sobre la década, dialogaron durante una semana por correo electrónico sobre su actual revisión crítica

Un joven celebra la caída del muro de Berlín en Checkpoint Charlie, el 9 de noviembre de 1989.
Un joven celebra la caída del muro de Berlín en Checkpoint Charlie, el 9 de noviembre de 1989.Tom Stoddart (Getty Images)

Eduardo Maura (1981), profesor de Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid y exdiputado de Podemos, es autor de Los 90. Euforia y miedo en la modernidad democrática española (Akal). Ramón González Férriz (1977) dirigió la edición española de Letras Libres y el semanario Ahora. En 2020 ha publicado La trampa del optimismo: Cómo los años noventa explican el mundo actual (Debate). Los dos aceptaron dialogar durante una semana por correo electrónico —un invento que se generaliza en los últimos noventa— sobre la década que ahora vuelve a estar en todas las bocas. Pese a sus diferencias, ambos coinciden en señalarla como el momento histórico que, con sus promesas de modernidad y sus falsas ilusiones, mejor explica el presente.

De: Eduardo Maura

A: Ramón González Férriz

Lun 14-12-2020, 21.08

Comienzo con una anécdota que puede ser elocuente. Durante una de las presentaciones de mi libro, ocurrió algo curioso: todas las personas que alzaban la mano comenzaban explicando cuál era su relación personal con los noventa. Solo “legitimando” su víncu­lo con la época procedían a hacer su pregunta o reflexión. Esto no pasaría, intuyo, si la década fueran los ochenta, los sesenta o los treinta. Por decirlo en pocas palabras, los noventa se nos aparecían a los allí presentes como una “década sin cualidades” con la que era necesario trabar un vínculo personal, en ausencia de una intensidad más política o intelectual como la que atribuimos a los setenta y ochenta.

¿Piensas que los noventa son de alguna manera una “década sin cualidades”, una década vacía en la que todo lo que ocurre es resultado de procesos globales como “el fin de la historia”? ¿Crees que lo que sucedió entonces tiene una “especificidad” menor que la de la década anterior, que suele decirse termina con la caída del Muro, y que la de la posterior, que suele decirse comienza con el 11-S? Mis investigaciones me sugieren que no es así, pero es como si no pudiéramos salir de esa sensación de vacío.

De: Ramón González Férriz

A: Eduardo Maura

Mar 15-12-2020, 10.46

La experiencia con mi libro ha sido parecida, la gente también lo vincu­laba a sus recuerdos de la época. Pero yo sí creo que los noventa tienen unas “cualidades” muy identificables. Es la época en la que acaba la Guerra Fría, en la que se produce el gran salto adelante en la integración de lo que será la Unión Europea, en la que España siente que entra de lleno en la modernidad. Se generaliza Internet, se bendice la globalización como un proceso no solo económico, sino de expansión de la democracia liberal… Para mí, esa especificidad es el optimismo: es la década en la que parece que se han dejado atrás los problemas tradicionales de las sociedades, desde la sucesión de boom y crisis que había caracterizado el ciclo económico hasta el nacionalismo.

Pero tienes razón al compararlo, por ejemplo, con los ochenta. Tanto desde la izquierda como desde la derecha se ha pensado mucho más sobre ellos, identificándolos como el nacimiento de nuestro tiempo presente. Supongo que en eso también hay elementos generacionales. Tú y yo tenemos más o menos la misma edad, y es normal que ahora cuestionemos lo que pasó en la década en la que pasamos de casi niños a casi adultos. ¿No crees que volvemos a esa época porque ahora tenemos las herramientas para entenderla, o al menos para intentar hacerlo?

De: Eduardo Maura

A: Ramón González Férriz

Mar 15-12-2020, 22.03

Cuando pienso en los noventa tiendo a hacerlo generacionalmente, sin duda. Me interesa entender el lugar que ocupa en la historia la década de mi adolescencia y primera juventud, la década en que me hice sujeto más o menos autónomo. No fue una época ambigua, de no saber muy bien lo que pasaba, sino una década tan fundacional de quienes somos hoy como los setenta, que tienen más prestigio historiográfico.

En realidad, el 78-centrismo que ha habido en España, a izquierda y derecha, nos ha perjudicado a la hora de comprender nuestro presente. El optimismo y la euforia de la modernización noventera son el reverso de un miedo enorme al fracaso como país y también el reverso de una doble omisión: la de la violencia de la reconversión industrial, que es definitoria de la España actual (aquí dice mucho El año del descubrimiento), y la violencia de ETA, igualmente definitoria de nuestra concepción de la democracia. Las ideas vigentes en la actualidad de qué significa el bienestar son el resultado de cómo los noventa tramitaron estas dos violencias, muy diferentes entre sí.

De: Ramón González Férriz

A: Eduardo Maura

Mié 16-12-2020, 11.01

Dices algo con lo que estoy de acuerdo: el miedo al fracaso como país. Déjame formularlo de otra manera: la sensación que tienen las élites de que, por primera vez en siglos, en los noventa España puede ser un país “normal”. Se puede criticar esa “normalidad”, por neoliberal o por lo que sea. Pero es un hecho que España está en Maastricht, que ha hecho los deberes para entrar en el euro. Políticamente, se ha producido un cambio de partido en el Gobierno como en los países modernos, y esa normalidad pasa también —en la mentalidad de Aznar— por acabar con el terrorismo, porque en los países “normales” este no existe.

En ese momento, yo no entiendo lo que significa Maastricht o el recorte del déficit público, pero me considero un joven europeo normal. Estudio literatura, leo El País y Rockdelux. Con el dinero que gano trabajando en un restaurante me compro discos y libros, veo Friends en una tele privada… Quizá alguien más mayor nos dirá: yo ya tenía esa sensación de normalidad en los ochenta. Y me lo creeré. Pero siento que pertenezco casi a la primera generación que, al ser adolescente en los noventa, se encontró con la democracia establecida, la cultura “normalizada”, la economía en proceso de modernización —con innumerables deficiencias, injusticias y cegueras, aunque yo nunca las compararía con la violencia de ETA—. Eso, por supuesto, también conlleva algunos problemas, y creo que los hemos pagado. Fuimos complacientes, o al menos yo lo fui. Pero pienso, como tú, que podemos ver más claves de nuestro tiempo en los noventa que en la Transición.

De: Eduardo Maura

A: Ramón González Férriz

Mié 16-12-2020, 17.47

Me identifico con la sensación de que accedíamos con normalidad a productos culturales en diferentes lenguas y de diferentes procedencias. Esto a nuestros padres creo que les hacía felices. Yo, por ejemplo, era muy anglófilo en 1995. Lo experimentaba como una apertura con respecto a la cultura española, cuyos límites sentíamos que eran más estrechos. Cuando se hablaba de Europa, nunca se hablaba de Portugal, que era un país bastante afín en procesos y ritmos, o Grecia. Europa era una cosa que estaba al norte. Comparto la idea de que el meollo ideológico de la era Aznar pasaba por “estar al fin donde hay que estar, haciendo las cosas que hay que hacer”. En tres palabras, “España va bien”. Es también la era del “lo privado funciona mejor que lo público”, que estuvo detrás de las oleadas de privatizaciones. Se hacía lo que había que hacer, es decir, lo nuevo, lo moderno, lo que hacían los países modernos. Como si no hubiera una fortísima carga ideológica en las ideas que guiaban la construcción europea.

Por otra parte, la normalidad democrática de ese periodo era bastante violenta. Mi socialización se produjo en condiciones de violencia cotidiana en Euskadi, por poner un ejemplo. Aunque ETA mató mucho en los ochenta, es en los noventa cuando se vuelve el factor clave. A la vez, la violencia posindustrial operaba a pleno rendimiento en barrios y pueblos de la margen izquierda de la ría de Bilbao, de igual manera que en Murcia, Vigo, Barcelona o Cádiz. Hablamos de cerca del 20% de paro en diciembre de 1996. En torno al 40% entre jóvenes. Hablamos de una España con 3.500 casos de VIH anuales entre 1993 y 1995, el 26% de las muertes de personas entre 15 y 39 años. ¿Cuánto chirrían estas experiencias cuando las ponemos juntas y cuánto nos exigen que reconsideremos tanto la historia oficial como nuestros recuerdos?

De: Ramón González Férriz

A: Eduardo Maura

Jue 17-12-2020, 10.50

Siempre hay cierta desconexión entre las élites que tienen en la cabeza lo macro y la gente que está lejos de los lugares donde se toman las grandes decisiones. Los festivales de música indie muchas veces estuvieron financiados por Ayuntamientos enriquecidos por los ingresos del ladrillo que querían atraer a turistas jóvenes. Quería preguntarte por ese mundo. Yo también era muy anglófilo, de la literatura a la música, y diría que también eso es generacional. ¿Cómo ves ahora ese mundo de la cultura hecha por gente que era poco mayor que nosotros entonces? El indie español, el brit pop, el grunge… Los escuché mientras escribía el libro y no sé si valían tanto la pena. Lo digo con respeto. Me siguen gustando muchos grupos. Pero, sin ese significado biográfico, no sé si Blur o Nirvana me dirían algo. ¿Cómo crees que se traduce en la cultura popular el clima histórico de estos años que estamos intentando entender?

De: Eduardo Maura

A: Ramón González Férriz

Jue 17-12-2020, 14.22

Nací en 1981, luego por edad puedo ubicar mis primeras decisiones musicales más o menos conscientes en torno a los dos Use your Illusion (1991), Nevermind (1991) y Rage Against the Machine (1992). Luego ya la bisagra, con Automatic for the People (1992) y Siamese Dream (1993), y finalmente el aterrizaje en lo británico en 1994-1995, donde me quedé a vivir una temporada muy larga. Incluyo ahí a Suede, Blur, Oasis, Echobelly y Pulp, pero también a Portishead, Massive Attack, Tricky y PJ Harvey. Si a esto le añades bandas como Australian Blonde, El Niño Gusano y El Inquilino Comunista, más o menos tienes mi mapa. Mi sensación es que los noventa fueron una década extraordinaria en lo musical. No todas las canciones son ‘Common ­People’ ni todos los discos son Maxinquaye, pero hubo buenísima música en esa época. Lo que echo de menos de mi experiencia son dos cosas: una es no haber comprendido bien ni prestado atención suficiente a lo que venía de América Latina, donde pasaban cosas extraordinarias en arte, música, cine y literatura (por no mencionar el impacto cultural del zapatismo); la otra es haber sido injusto con el indie español, al que exigía mucho más que a bandas de fuera.

Cuando veo las películas recientes sobre los noventa, encuentro un montón de detalles y aspectos relevantes que no están en Historias del Kronen u otros lugares clásicos: la idea de Las niñas de que en la España de la modernidad y los JJ OO la pregunta clave siga siendo quién es tu padre es muy oportuna. En el caso de El año del descubrimiento, muestra lo cerca y lo lejos que estaban a la vez “las dos Españas de 1992”, sin mirarse y sin reconocerse. Esto lo percibo también en las prácticas apropiacionistas de Rogelio López Cuenca, cuya exposición reciente en el Reina Sofía me parece importante respecto a la transformación (¿definitiva?) de España en un país de servicios.

De: Ramón González Férriz

A: Eduardo Maura

Vie 18-12-2020, 21.10

Mi consumo cultural en los noventa fue parecido al tuyo. Al reconstruirlo para escribir el libro me sorprendieron algunas cosas. La primera es que, si bien la cultura indie en inglés se volvió masiva, el indie en español fue un fenómeno muy minoritario. No me di cuenta de ello hasta que vi las cifras de ventas de discos. Ni siquiera Los Planetas vendían más de 50.000 copias por disco. El disco de Australian Blonde que contenía ‘Chup chup’, que llegó a sonar en un anuncio de Pepsi, vendió la mitad. Vivía en la burbuja de quienes leían Tentaciones y Rock­delux. No era consciente de que fuéramos tan pocos: supongo que, al final, éramos un puñado de gente de clase media que estudiaba humanidades o ciencias sociales y periodistas parecidos a nosotros pero 10 años mayores.

También me sorprendió lo bien que Friends seguía reflejando la época. Es la serie que mejor ilustra el clima moral y económico, incluso estético, de los noventa: ese mundo que mezcla elementos muy progres —todo el mundo se acuesta con todo el mundo sin el menor reparo moral—con elementos conservadores —todo eso está muy bien, pero el fin último es tener hijos e irse a vivir a una zona residencial—. Me interesan las nuevas interpretaciones de los noventa que hace la gente más joven que yo. Me han llamado mucho la atención las opiniones sobre mi libro de gente que no tiene recuerdos de los noventa porque nació justo entonces: muchos me decían que habíamos tenido suerte porque al menos habíamos conocido tiempos optimistas, y que ellos ni eso. Los noventa los entenderán mejor quienes no los vivieron. Pasa siempre.

De: Eduardo Maura

A: Ramón González Férriz

Sáb 19-12-2020, 13.45

No puedo decir mucho de Friends porque la he visto fragmentariamente. Me interesa, sin embargo, el boom de la ficción española de los noventa, con Farmacia de guardia y Médico de familia al frente, pero también Al salir de clase, Compañeros o Siete vidas. Con estas ficciones se construye un vernácu­lo visual español, o síntesis televisiva de la vida española normal, con sus oficinas, cocinas, coches, marcas de referencia, parques urbanos, bares, salas de máquinas, portales y decisiones vacacionales. Profundizar en ese vernáculo, hacerlo inteligible, es lo que más puede ayudar a comprendernos a nosotros mismos, en primera persona del plural. Como decía Adorno, “a veces el arte nos conoce mejor de lo que nos conocemos a nosotros mismos”.

En ese vernáculo hay hueco para el optimismo, que es uno de los temas que más enfatizas tú, y para lo que yo prefiero llamar una línea continua hacia delante, una “continuidad progresista de las vidas comunes”. En ese país, en ese vernáculo, pueden ocurrir cosas malas, pero lo normal es que las cosas salgan bien. Esa sensación, creo, se rompe a lo largo del periodo 2008-2011. Me parece importante que las producciones culturales que vuelven a los noventa transiten el camino de la comprensión a fondo del mainstream de la época y de sus dobleces, y el de la reivindicación de ciertos márgenes y de procesos silenciados.

De: Ramón González Férriz

A: Eduardo Maura

Dom 20-12-2020, 21.00

Está muy bien lo que dices de la “continuidad progresista de las vidas comunes”. Para mí es un mito que estaba tan arraigado en nuestras vidas que lo veíamos como una ley histórica: cada generación, después de la II Guerra Mundial, vive mejor que la anterior. Ese mito en familias como la mía era casi evidente: los abuelos rurales de clase baja que emigran a la ciudad y les va un poco mejor; los padres, ya algunos con carrera universitaria, que se instalan definitivamente en la clase media, y luego nos tocaba a nosotros, que sabríamos inglés y dominaríamos la tecnología porque había ­nacido cuando nosotros éramos jóvenes. ¡Nos iría de maravilla!

Como dices, ese relato lo interrumpe de manera brutal la crisis financiera. Los dos elementos más importantes de esa crisis nacen en los noventa: los derivados sintéticos con hipotecas en Estados Unidos y la burbuja inmobiliaria en España. Mientras estamos bailando indie y nuestros mayores nos dicen que todo va a ir bien, se está empezando a construir el edificio económico que más tarde se nos caerá encima e impedirá que tengamos la vida que dábamos por sentada. Yo antes de la pandemia decía que ese arco temporal —del optimismo de los noventa a la brutal crisis 2008-2015— iba a ser el acontecimiento más influyente para mi generación. Ahora ya, quién sabe…

De: Eduardo Maura

A: Ramón González Férriz

Lun 21-12-2020, 8.56

Creo que seguimos necesitando pensar la década a fondo y de maneras diversas: no importa solo la macroeconomía, necesitamos un análisis de los noventa que incluya experiencias y contradicciones que solo se plasman en otros lugares. Hay que darle una vuelta a la televisión trash (que hoy vuelve a estar en el radar a través de Veneno), a los impulsos de utopía y protesta que se aprecian en el movimiento asociativo en las grandes ciudades, a la evolución de instituciones culturales como el Reina Sofía y el ­MACBA, ambos creados en los noventa, a las privatizaciones de grandes empresas públicas y cómo afectaron al tejido social de las ciudades y barrios. Hay que seguir pensando el asesinato de Ana Orantes

De: Ramón González Férriz

A: Eduardo Maura

Lun 21-12-2020, 16.47

Visto con el tiempo, creo que los noventa definieron nuestra educación estética e ideológica. Ahora que la gente de nuestra edad ya está llegando a puestos de responsabilidad, tiene sentido que repasemos la década y, como decía antes, que la revisen quienes vienen después y empiezan a vernos como la generación a la que hay que ir pensando en desplazar. A veces pareció que los noventa fueran una especie de “domingo de la historia”, una época sin grandes acontecimientos, donde las cosas seguían su curso de manera progresiva, ordenada y normal. No fueron eso ni de coña. Los noventa fueron una época con una cantidad de acontecimientos y de rasgos propios impresionante, que creo que define nuestro mundo mucho más de lo que se ha pensado. Y a la vez dudo que seamos capaces de aprender las lecciones que podríamos sacar de esa época…

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